En los primeros años del reinado de Recesvinto las debilidades estructurales se manifestaban en la diversidad existente entre los intereses de los nobles y los del rey, lo que resultaba letal para la integridad nacional.
Los cargos oficiales, que eran de designación real, estaban comenzando a considerarse hereditarios, lo que ocasionaría no pocos inconvenientes a la estructura de la monarquía hispánica. Los duques, que eran los gobernadores de un territorio, eran elegidos en la corte para desempeñar una función determinada… por un tiempo determinado o sin determinar, pero la designación era personal e intransferible, no hereditaria. La dación en herencia de estos títulos se produciría al compás de la feudalización.
En este estado de cosas, el uno de septiembre del año 672 fallecía Recesvinto dejando una España unida jurídica y religiosamente, y habiendo superado las diferencias que durante siglos habían separado a los godos de los hispano-romanos.
A la muerte de Recesvinto, los electores nombraron rey a Wamba, que no deseaba la corona, pero el 20 de octubre de 672 fue ungido en la iglesia de Santa María de Toledo.
Sobre la coronación de Wamba existe una gran leyenda que resulta difícil desentrañar de la historia. Estamos tratando un momento histórico, la Alta Edad Media, que carece de la luz existente en los tiempos romanos; luz que ha sido sustituida por leyendas incontrastables, y por la falta de relato histórico. En este caso sólo contamos con el relato de Julián de Toledo, que calla los antecedentes de Wamba, y con los Concilios.
¿Es cierto que Wamba no quería ser coronado?, ¿es verdad que aceptó tras ser amenazado de muerte si no lo hacía?… También es posible que, sabiéndose la mejor de las salidas se hiciese de rogar para conseguir con ello comprometer a los electores. Una jugada política que, en principio, y dada la situación convulsa del reino podía resultar conveniente.
Si Wamba no quería ser coronado podría ser por una amplia gama de motivos. Debemos tener en cuenta que en esos momentos las convulsiones políticas estaban a la orden del día; se producían movimientos tendentes a la feudalización, y la presión musulmana comenzaba a sentirse ya en España. Debemos tener en cuenta que, desde que Wamba fue coronado hasta que se produjo la asonada árabe pasaron tan sólo 39 años, y ya Wamba derrotó a una armada sarracena.
Venía siendo tradicional en el reino visigodo que a cada nueva coronación, se sucedía con harta frecuencia dado el “morbus gothorum” que hizo que existiesen reyes por siete días, se produjesen alzamientos de los vascones. Así sucedió con Wamba, que en la recluta de tropas se encontró con gravísimos inconvenientes por parte de los nobles. Pero, de los resultados obtenidos parece deducirse que sus argucias surtieron el efecto deseado, lo que le dio capacidad para solventar de un plumazo dos asuntos de envergadura: la rebelión de los vascones y la sublevación de Paulo.
Estaba el rey combatiendo a los vascones en la primavera del año 673, cuando fue informado de la revuelta en la Septimania donde Ilderico, comes de Nimes, pretendía la independencia, habiendo tomado posesión de toda la provincia excepto de Narbona.
Wamba envió a su general, el noble Paulo (Flavius Paulus), a resolver el conflicto, al mando de un ejército compuesto por dos mil caballeros; pero en vez de combatir al rebelde, Paulo se alió con él. Comenzaba a perfilarse la honda separación que acabaría con el reino visigodo y que estaba gestándose en el clan de Chindasvinto, enfrentado a Wamba.
“El conde Ilderico de Nimes y el obispo Gumildo de Maguelonne, junto con un abad llamado Ranimir, habían fraguado una conspiración. Dado que a Ilderico nunca se le ha atribuido el título de rey, puede que esta conspiración no fuera tanto un intento de usurpación como un complot para que aquellas importantes regiones fronterizas del extremo oeste de la Narbonense pasaran a estar bajo el control de los francos.”
Y es que, desde la llegada de Ataúlfo el año 413, los enfrentamientos con los galos por la posesión de la Galia Narbonense habían sido continuos. No es extraño que los francos tomasen parte decidida, aunque llegase a ser de forma encubierta, para detraer la región de la órbita hispánica.
“Marchó a Zaragoza y luego a Narbona. Allí se le unieron el dux de la Tarraconense, Ranosindo, y otros rebeldes y le proclamaron rey. No se trataba sólo de un rival de Wamba. Paulo y los suyos buscaban la secesión de Septimania y Tarraconense para constituir un nuevo reino, y de hecho Paulo le envió a Wamba negociadores que llegasen a un arreglo sobre esta base. Este hecho no tenía precedentes en la historia visigoda, porque para los visigodos el reino era patrimonio del pueblo, no un patrimonio personal que pudiera dividirse a la muerte de su dueño.”
Llama profundamente la atención que Ilderico, principal iniciador de la secesión, queda relegado tras la llegada de Paulo. La historia no nos aclara el motivo. Lo que nos aclara la historia, callando, es que el movimiento separatista tuvo poco apoyo de la población, y la campaña militar de Wamba acabó siendo un paseo militar.
En esos momentos de la historia, que tan cercanos nos suenan hoy, pocos conocían las verdaderas intenciones de Paulo; pero de alguna manera el obispo Argebad de Narbona llegó a saberlas y se las comunicó al rey que tomó una acción decidida.
Teniendo el ejército reclutado, Wamba supo acelerar la resolución del conflicto en Navarra, y mostró una gran pericia en trasladar la fuerza militar hasta Narbona. Debemos tener en cuenta que, tras llevar las tropas desde Toledo a Vitoria, y tras aplastar la sublevación, sin descanso partió hacia Barcelona, y de ahí a Narbona. Estamos hablando de un total de más de 1000 Km, a uña de caballo, con un ejército importante compuesto en un Estado en disolución. La hazaña de Wamba estuvo a la altura de su espíritu. Tuvo que saber conjugar las necesidades de un gran ejército integrado por caballería e infantería, y todo ello sin apenas tiempo.
En este ínterin, Paulo pretendió dar legalidad a su acto, remitiendo una carta a Wamba, a quién calificaba como rey del Sur, mientras él mismo se calificaba de rey del Este. Quedaba claro que las intenciones de Paulo no se dirigían a la asunción del trono de España, sino a la secesión de una parte de la misma.
La carta dice lo siguiente: “En nombre del Señor: Flavio Paulo, supremo rey del Oriente, á Wamba, rey del Mediodía. Dime, oh guerrero, dime enhorabuena, oh señor de los bosques y amigo de las peñas, si has penetrado por las asperezas de los montes inhabitables; si has roto con tu pecho, como fuerte león, las espesuras y troncos de las selvas; si has vencido a los ciervos y venados en ligereza; si has domado a los jabalíes y acabado con los osos devoradores; si vomitaste porfia el veneno chupado á las víboras y serpientes. Si has llevado a cabo todas estas hazañas, ven, oh cantor jilguerillo, a cercar nuestros campos; ven, oh hombre grande y de gran pecho, hasta la garganta de los Pirineos, que aquí está el terrible destructor de todos los malos con quien podrás pelear sin desdoro de tus fuerzas.”
Los consejos que recibió Wamba de volver a Toledo para reorganizar el ejército antes de combatir a Paulo fueron rechazados, y la conclusión a que llegó era terminante:
“¡Asestemos sin demora un duro golpe a los vascones y marchemos veloces contra los sediciosos, para acabar con ellos de una vez para siempre!”
En una guerra relámpago, Wamba tomó Barcelona y capturó a los cabecillas y a continuación capituló Gerona… La campaña, hasta llegar a Narbona, fue un paseo.
Cuando se aproximaba a Narbona recibió una misiva de Paulo planteando una negociación, pero la triste realidad se impuso a Paulo: mientras el ejército real se preparaba para el asalto, los sectarios de Paulo se enzarzaron en una terrible pelea mientras los francos ejecutaban ante sus ojos a personas de su familia. Paulo presentó la rendición incondicional, pero la bondad de Wamba hizo que los rebeldes no fuesen represaliados… El rey, siempre magnánimo, no solo no condenó a muerte a Paulo; ni tan siquiera le sacó los ojos, como era costumbre al mostrar misericordia y no aplicar la pena capital.
Sin embargo, Paulo acompaña el desfile triunfal de Wamba en Toledo con una raspa de pescado como falsa corona, con las barbas afeitadas, los pies desnudos y vestido de harapos, colocado sobre un carro tirado por camellos. Juzgado por traición, parece que se le condenó a sufrir la decalvación, ya que, según la ley visigoda, los hombres que hubiesen sido tonsurados quedaban inhabilitados para gobernar a perpetuidad, y nadie seguiría ya a alguien tan débil como para dejarse tonsurar. Este exceso de “bondad” de Wamba lo pagaría andando el tiempo.
¿Representó la sublevación de Paulo un antecedente de lo que hoy mismo está padeciendo Cataluña?… Lo que caracterizó el levantamiento de Paulo es la división que creó en la sociedad civil, creando dos bandos donde el peso de los partidarios de Wamba fue manifiestamente superior.
No obstante, y a pesar de que la falta de noticia histórica nos haga tener noción clara de las cosas, dado el desarrollo de los hechos, parece evidente que el apoyo secesionista acabó siendo muy pobre.
Cesáreo Jarabo