La situación que venía enquistada enfrentando a la nobleza visigoda en los dos clanes Wamba-Egica y Chindasvinto-Recesvinto tenía visiblemente debilitada la estructura nacional española; aspecto que no pasó desapercibido a los invasores musulmanes, quienes tiempo atrás venían haciendo incursiones informativas cargadas de regalos para comprar los intereses del clan que acabaría posibilitándoles la invasión, y todo sin olvidar la inestimable colaboración de los judíos, que si habían sufrido un endurecimiento de las leyes con Egica, con Witiza tuvieron libertad de movimiento. Resulta curioso, no obstante, que acabaron poniéndose del lado del sector que más había atacado sus intereses y quienes los habían sometido a servidumbre, salvedad hecha de Witiza, que los protegía. Esta colaboración fue de vital importancia, ya que estaban asentados en las principales ciudades del reino (Narbona, Tarragona, Sagunto, Elche, Lucena, Elvira, Córdoba, Mérida, Zaragoza, Sevilla y en la capital, Toledo.)
Por otra parte, el hambre había hecho presa en los últimos tres años, se multiplicaba el número de suicidios; las plagas de langosta eran reincidentes. Todo ello, sin duda, debió pesar a la hora de enfrentarse (o como es el caso, de no enfrentarse, al invasor).
Muza, que estaba al servicio del califa Aludid y había ocupado la práctica totalidad del territorio del norte de África, incluida Tánger y las plazas fuertes de los visigodos, y siguiendo las indicaciones de Julián, señor de Ceuta, y de los hijos y hermanos de Witiza, mandó a Tárif con una fuerza de 500 hombres, que desembarcó en la antigua Tartesio, robando todo lo que tuvo a mano.
La historiografía árabe coincide en reafirmar la traición de Julián por los mismos hechos relatados en el romancero, y asegura que fue directamente Julián quién condujo los barcos invasores hasta Gibraltar.
Una vez avanzada la batalla, cuando las tropas españolas vencían a los invasores sucedió algo inesperado: los hijos de Witiza, que comandaban los flancos del ejército español, se separaron del ejército visigodo pasando a engrosar el sarraceno y dejando a Rodrigo en inferioridad numérica y técnica contra los musulmanes. No se sabe el final que tuvo Rodrigo. Unos lo dan por muerto en Guadalete, pero cabe la posibilidad de que no perdiese la vida en esta batalla, puesto que se le presenta en posteriores enfrentamientos.
Dominado todo el terreno, Tárik escribió a su amo Muza pidiendo más tropas y comunicando la situación. Sólo en la Tarraconense, un tal Aquila se hizo fuerte, pero por breve tiempo. Muza le ordenó que no continuase la conquista hasta su llegada, pero Tárik desobedeció y tomó Écija, Jaén, Málaga, Elvira y otras plazas sin lucha, y tomó por traición Córdoba; a todas las dejó bajo el control de los judíos.
Esa era la política de dominación. Relata Ajbar Maymua que cuando ocupaban una ciudad reunían todos los judíos y dejaban con ellos un destacamento de musulmanes, continuando su marcha el grueso de las tropas. Y las noticias se repiten por todos los cronistas y compiladores musulmanes.
Y siempre desidia. La pérdida de Córdoba, por ejemplo, no fue una excepción, y sí un ejemplo. 700 bereberes acamparon extramuros de Córdoba, donde entraron sin resistencia… Y todo siguió igual; o así… La basílica de San Vicente sería profanada y convertida en mezquita la mitad de esta; los cristianos podrían seguir con sus cultos, pero no construir nuevos templos ni hacer alarde público de su fe; serían incautados los bienes de quienes habían muerto o huido,… Y todo lo demás seguía igual… de momento.
Las plazas del norte de España se rindieron sin enfrentamiento. Con estos actos, ciudades como Barcelona, Pamplona, Gerona, Huesca o Tortosa consiguieron que se respetase el culto católico. Sólo se resistieron parte de Asturias, de Cantabria, Vizcaya y Álava, y la Septimania se mantuvo, de momento, independiente.
En el valle del Ebro, Casio, comes gobernador de la zona, se convirtió al islam y se hizo vasallo de los Omeya, creando un reino muladí que jugaría importantes papeles en el devenir histórico; unas veces apoyando al invasor, otras veces apoyando a quienes reconquistaban, y que llevó a los Banu Qasi a titularse “terceros reyes de España”.
Vista esta situación, Muza determinó zanjar los acuerdos tenidos con los hijos de Witiza y convertir la ayuda en conquista de España. Los hijos de Witiza serían debidamente recompensados, máxime cuando su colaboración seguía siendo imprescindible tanto para mantener pasivo al pueblo español dominado, como para denunciar a quienes eran partidarios de Rodrigo, que eran subsiguientemente asesinados.
Pero eso sería a posteriori, La conquista, debemos reconocerlo, fue limpia y rápida, basada principalmente en pactos que en principio eran respetuosos con las costumbres e incluso más ventajosos que los aplicados en su momento por los godos, y desde luego, mucho más rápida que la conquista romana y que la conquista goda. No se puede entender la invasión árabe, sobre todo su rapidez, en un lugar como España, sino por la propia decadencia como pueblo.
Pero el éxito de Muza y de su liberto Tárik, que conquistó toda la península en nueve años y con un aporte de unos 200.000 invasores tuvo una extraña recompensa del califa Sulayman, que tras acusar a Muza de haberse quedado con unos impuestos y con unos bienes entre los que se contaban 24 diademas de los reyes que habían sido de España y una mesa ricamente adornada donde figuraba el nombre de Salomón, lo condenó al pago de 4.030.000 dinares y le privó del dominio sobre Tárik, que le había traicionado, en concreto en el asunto de la mesa de Salomón.
La parte que fue incautada fue debidamente repartida entre posesiones del Emir (el 25% de lo conquistado) y los soldados conquistadores, no quedando tierras para distribuir entre los sucesivos refuerzos que fueron llegando, y es que, como queda dicho, la mayor parte de España fue conquistada por capitulación. A partir de ese momento, y cuando la decisión de quedarse ya estaba tomada, los españoles debían hacerse musulmanes o a pagar la capitación.
Pronto empezaron los abusos; pronto empezaron a no cumplirse los pactos; pronto comenzó la huida del pueblo español al norte, si bien quedaron relegados aquellos que continuaban firmes en su fe católica y que sufrieron desde un principio, la opresión musulmana.
La legislación musulmana se desarrolló a lo largo de los años. Marcaba que los cristianos “dimmies” o mozárabes debían tratar a los musulmanes con honor y reverencia, como a superiores, levantándose cuando ellos se acercasen y cediéndoles el asiento cuando ellos quisieran sentarse; no debían ocupar jamás puestos de preferencia en las reuniones; nunca debían ser los primeros en saludarlos; cuando estornudase un dimmi no debía decírsele “Dios tenga piedad de ti”, sino “El te mejore”, y para distinguirse de los musulmanes debían vestir de modo distinto, afeitarse de distinto modo, llevar calzado similar al de los musulmanes, no podían poseer espada y sobre todo no podían llevar vestidos lujosos. No podían tener casa más elevada que las de los musulmanes; no podían tener criados musulmanes ni se les podían hacer préstamos; con ellos no se podía tener relaciones de amistad. Y finalmente, todo cristiano que abrazase el Islam se veía liberado de los impuestos. En justa reciprocidad, quien abandonase el Islam sería condenado a decapitación.
El año 717, el mismo en que era asesinado Abdelaziz ben Muza, huía de Córdoba Pelayo, antiguo espatario de Rodrigo y en 718, ya rey según unos y simple caudillo según otros, organizaba la resistencia en Asturias, en los territorios que, presumiblemente, gobernaba su padre. Los rebeldes comenzaron por no pagar los impuestos acostumbrados y por atacar a los berberiscos.
El año 721 la invasión árabe llegó a dominar el condado del Rosellón, que no sería liberado hasta el año 760 por Pipino el Breve, después de haber liberado Narbona un año antes.
El año 722 (o 718 según otros autores, como Modesto Lafuente) iniciaba la reconquista con la batalla de Covadonga, venciendo al general Alsama, primero y a los pocos días a Munuza. Faltaban 10 años para que Carlos Martel parase los pies en Poitiers a los islamistas. Covadonga es, según Claudio Sánchez Albornoz, una batalla de trascendentes consecuencias en la historia del mundo. Una de las consecuencias que abonan ese aserto es que como consecuencia del resultado victorioso de las tropas españolas, es el retorno de las tropas que tenían desplazadas en la Septimania, renunciando a su expansión por la Galia.
La batalla de Covadonga significó, sin duda, el final del empuje árabe, que llevaba invicto nueve décadas… Y el principio de una España nueva.
Cesáreo Jarabo
Gracias, ha sido una lección de España, maravillosa, la habíamos estudiado en el bachiller del 50, no tan precisa.