En el siglo XIX surge en la isla de Cuba una clase intermedia, a caballo entre las clases privilegiadas y los grupos inferiores. Se trata de una corriente ilustrada que poco a poco absorbe las ideas de la revolución francesa y trata de aplicar esas reformas en la isla de Cuba. En la península no son conscientes de la nueva conciencia social que los intelectuales criollos van adquiriendo en Cuba ni del sentido propio de cubanía que van desarrollando y que les aleja cada vez más de los designios marcados por la metrópoli.
Este nuevo grupo de intelectuales va a ser el primero en intentar dirigir de manera ordenada el movimiento emancipador en Cuba, con ánimo de avanzar en la conquista de libertades, con las consecuencias que esa lucha a través de la palabra tendrá a mediados del siglo XIX para la nación cubana.
Estos nuevos oradores, maestros y escritores no sólo ponen el acento en la falta de libertades sino también en el estado de analfabetismo en que se encuentra la gran mayoría de los habitantes de la isla, algo que impide hacer avanzar las reformas que ellos preconizan y que va más allá de la perpetua consideración de colonia, de seguir siendo una mera factoría de España. Esa ignorancia generalizada de la población era aprovechada por los gobernantes para mantener el dominio de la metrópoli en la isla. A ello se unía el fuerte progreso económico que había en la isla durante esas décadas, hasta que llegan nuevas figuras de intelectuales que logran separar ideológicamente a los criollos de los peninsulares y plasmar la rebeldía de gran parte de la población primero con la revolución de 1868 y después con la guerra en 1895.
Esta nueva clase media para enarbolar la bandera del movimiento separatista emplea el arma que domina y que resulta ser más indirecta, eficiente y útil dada la censura: la literatura. Cabe nombrar aquí como generadores de esa nueva conciencia criolla a José María Heredia, el primer poeta de ideales independentistas expulsado de la isla que vivirá en el destierro de México los últimos años de su vida; José Antonio Saco, conducido en 1837 al exilio europeo al no ser admitido como diputado a las Cortes españolas; Domingo del Monte, uno de los principales críticos literarios de la isla y animador de tertulias que acabará siendo uno de los encausados en 1844 en la Conspiración de la Escalera por su supuesta participación en la rebelión de los negros contra los blancos; José Luz y Caballero, encausado junto al anterior por lo mismo y por último el autor que hoy centra nuestra atención: Cirilo Villaverde, cuya obra Cecilia Valdés aborda el tema de la escisión social entre negros, mestizos y blancos y las injusticias y crueldades que se cometían y cuya vigencia perdura casi dos siglos después. Esta novela que pretendía servir de denuncia del régimen de las facultades omnímodas de España tardará más de cuarenta años en publicarse. Fue en las tertulias de Domingo del Monte donde Villaverde fraguó su creación animado su autor por su maestro y mentor.
¿Qué fue lo que le sirvió a Cirilo Villaverde de inspiración? Su propia existencia. El escritor nace en 1812 en un ingenio en Pinar del Río, es hijo de un médico rural. Ya en su niñez es testigo de los horrores de la esclavitud que se palpaban especialmente en el ingenio donde asiste como espectador al martirio de la raza negra y al envilecimiento de las clases privilegiadas: “Con sangre se hace el azúcar” se decía sin tapujos, pues los esclavos eran considerados de inferior categoría. Villaverde se gradúo de bachiller en leyes en La Habana y pronto sintió atracción por el periodismo literario y la enseñanza que ejerció unos años en un colegio de Matanzas. Hacia 1837 inició su producción literaria y novelesca. En 1842 regresó a la capital para colaborar en el Faro Industrial en forma de cuentos y novelas breves tales como La peineta calada, El guajiro, El Penitente, etc. Relata un viaje al occidente de Cuba, La excursión a la Vuelta de Abajo, cuyo texto sirvió de inspiración a Mercedes Santa Cruz y Montalvo para incorporarlo con algunas modificaciones a su libro Viaje a La Habana. Villaverde siempre participó de las tertulias de del Monte, el cual elogio su obra por su frescura y fecundidad de imaginación y conocimiento de las costumbres que pintaba.
Su ánimo político era claramente separatista y sería acusado de conspirador y propagandista. En 1848 fue condenado a muerte, por lo que fue otro personaje de la isla que vivió desterrado por causas políticas en lo que él consideraba la justa defensa de su patria chica. Logró desembarcar en Florida y marchar a Nueva York, donde se entregó de lleno a la causa literaria y revolucionaria. Fue redactor del periódico separatista La Verdad y actuó como secretario de Narciso López quien, al año siguiente, lideró su primera expedición con el ánimo de sembrar la revolución en la isla y deponer a los mandatarios del lugar pero aquella arriesgada emboscada fracasa por ser la primera y por falta de adeptos.
Villaverde es partidario de la anexión a los Estados Unidos, cuya democracia considera preferible al régimen impuesto por España. José Antonio Saco se opone en cambio a esta corriente anexionista pues quiere hacer prevalecer entre sus habitantes el sentido de cubanía frente al de asimilación de la cultura anglosajona si se produjera la anexión, algo que eliminaría del todo las raíces únicas del pueblo cubano.
Villaverde regresa a Cuba de 1858 a 1860, compra una imprenta, sostiene la revista de La Habana, pero el resto de su vida transcurre en Nueva York. Contrajo matrimonio con Emilia Casanova en Filadelfia y tuvo dos hijos, a uno de los cuales pusieron por nombre Narciso, como su admirado general Narciso López, junto con el que Cirilo y su mujer participarán de sus planes revolucionarios haciéndose el matrimonio famoso entre el grupo de emigrados revolucionarios cubanos.
Junto con Miguel Teurbe Tolón, Juan Manuel Macías Villaverde, confecciona en 1849 la bandera de Cuba de dos franjas blancas, tres azules, un triángulo rojo y una estrella solitaria. En la ciudad de Nueva York juraron por luchar y ofrendar la vida con tal de hacer de Cuba una nación independiente y Emilia Casanova quiso consagrar también su vida al fin de lograr la libertad e independencia de Cuba. Villaverde estaba ya más que preparado intelectualmente para enarbolar la defensa de la independencia. Hacia 1880 revisa sus variadas versiones de su novela Cecilia Valdés y publica definitivamente la novela completa en 1882. Muere el 14 de octubre de 1894 tras dedicar su vida a sus tres amores: el magisterio, el periodismo y la causa de la independencia.
Aunque Cecilia Valdés ve la luz por vez primera en 1839 traspasa fronteras en el tiempo y en el espacio por ser una novela de un realismo minucioso que se recrea hasta en los más pequeños detalles de las escenas domésticas que pueden recordar a Balzac. Tiene también influencia de autores españoles y agrega en su obra al inicio de cada capítulo fragmentos de citas de clásicos y contemporáneos y canciones populares españolas junto proverbios de la Biblia que sirven de síntesis de la acción en cada capítulo.
Para José Martí, Cecilia Valdés es una novela inolvidable, pero también triste y deleitosa. Benito Pérez Galdós confiesa sentirse admirado de la obra de un hijo de Cuba, “la cual no esperaba fuera tan buena”. Su objetivo: crear una comedia humana dentro de los límites de la vida colonial cubana. Hace hincapié en lo sicológico de una realidad individual de los personajes, pero también una realidad nueva colectiva. Su empeño fue recrear al detalle la vida de la Cuba colonial de la que fue testigo e incluso víctima por los avatares políticos tan convulsos de aquellos años de la primera mitad del siglo XIX dados los avances intelectuales: “un lienzo colosal en que se mueve toda una época” dirá Manuel de la Cruz. Las capas y estratos sociales estaban marcadas por el color de la piel y también por la ilustración de sus miembros. Ello generaba disociaciones y la protesta de unas clases contra otras. El escritor para Villaverde sería como un pintor que actúa como copista de la realidad. Las costumbres eran reflejadas como medio de denuncia para transformar los desequilibrios de la realidad social. La esclavitud era un drama, una realidad dolorosa que había que erradicar.
La novela encarna en los patriotas el sentimiento de rebeldía latente durante años en el alma cubana y como no podían alzarse de modo violento contra la tiranía hicieron cuanto pudieron por mostrar a través de la literatura toda la corrupción de la administración colonial y la incompatibilidad existente entre los blancos, negros y mestizos de Cuba. Cirilo Villaverde conoce bien el perfil de los individuos más ilustrados que se han formado en el Seminario de San Carlos, como era el maestro de tertulia Domingo del Monte, un maestro que siempre alabará su obra por el dominio del lenguaje del campo, su frescura y espontaneidad y gracia con que dibuja a los personajes, pero también por la intencionalidad que esconde.
Esta novela calará tan hondo en el pueblo cubano que se reedita en numerosas ocasiones y años sucesivos alcanzando una gran popularidad. Lo folletinesco para Villaverde no existe en tanto en cuanto ahonda en la sicología de los personajes. Su punto a favor no es tanto la trama como el cúmulo de personajes y situaciones que describe de la época colonial: el capitán general, el aristócrata, el burgués adinerado, el liberal, el comisario, la mulata criolla, el negro libre y el esclavo. Con los años adquirirá la forma de pieza de teatro; con ella el pensamiento del autor al escribirla se abre al público en general poniendo el acento sobre esa situación dramática y atormentada que era al fin y al cabo fruto de una injusta estructura social de ignorancia y miseria: “Me ha salido un cuadro tan sombrío y de carácter tan trágico que siento una especie de temor o vergüenza al presentarlo al publico sin una palabra de disculpa”.
Los estudiosos de su obra coinciden en que no debe considerarse romántica como tal en tanto en cuanto la obra no falsea la realidad que retrata en ningún momento ni glorifica a sus protagonistas al estilo de Pablo y Virginia. Según José Antonio Portuondo si el autor no se atrevió a lanzar la obra en su día fue por temor a la persecución, pues exponía toda la vileza y corrupción de la administración colonial y la incompatibilidad entre los negros, blancos y mestizos de Cuba en aquellos momentos. Aunque el autor en su momento reconoció que quizá hubiera sido mejor escribir un idilio, un romance pastoril la novela observa y refleja la realidad, las costumbres y el entorno social y nos permite viajar a La Habana colonial y conocerla en todos sus matices.
Inés Ceballos
Algunos entendemos muy poco de la Historia. Yo me siento agradecida por todo lo que me hacéis descubrir.
La situación tardó muchos años en mejorar pues no fue hasta 1880 que el Congreso de los Diputados votó la abolición definitiva de la esclavitud en Cuba y hasta 1886 no se liberó al último esclavo. Y sí, fue la Ilustración la que cambió la perspectiva de las potencias acerca de la esclavitud, pero España tardó en aplicar los tratados contra la trata en los territorios de Ultramar -a pesar de que en la península la esclavitud se había abolido en 1817- para que las plantaciones de azúcar, café y tabaco siguieran funcionando a pleno rendimiento.
Es una realidad que España se enriquecía con el comercio de esclavos y en la isla se daban las condiciones idóneas para ello, por su localización geopolítica, pero creo que no es algo de lo que como españoles debamos sentirnos orgullosos. Si no se puso freno a la trata antes es porque no convenía a los intereses de España.
A título personal decirle que yo también si retrocediera en el tiempo me consideraría «ardiente defensora de la permanencia española en Cuba» como lo fue mi bisabuelo, el conde de Vallellano, como lo fue mi tatarabuelo Francisco De los Santos Guzmán y Carballeda, -diputado de Cuba en todos los procesos electorales entre 1879 y 1898- y como lo fue como mi bisabuelo Francisco de Ceballos y Vargas, Marqués de Torrelavega, Capitán General de la Isla de Cuba en 1872-1873 que siempre apoyó a la corona con sus acciones militares frente a la intentona secesionista de Narciso López y que cosechó otros muchos más éxitos contra la insurrección cubana durante su largo mandato en la isla. Pero la realidad es que la isla de Cuba tenía que aplicar ciertas reformas, luchar por la igualdad y no ser gobernada por leyes especiales si quería seguir siendo parte de España.
Y yo me pregunto: ¿tras la independencia mejoró la situación de los negros en Cuba?¿Se pueden considerar patriotas personas que, siendo de origen español, lucharon contra España?
Personalmente, y perdone la autora, pienso que se trata de un artículo sesgadamente antiespañol. ¡Cría cuervos…!
Atentamente,
Francisco Iglesias (Tataranieto del último o penúltimo Gobernador Español de Santa Clara)