El cristianismo es una religión que se formó en el Imperio Romano, pero ya desde la antigüedad hubo distintas interpretaciones del mensaje de Jesús, se formaron distintas tradiciones locales que afectaron sobre todo a las grandes ciudades del Imperio tales como Alejandría, Roma, Cartago y Antioquía.
El 27 de febrero del año 380, el emperador Teodosio, oriundo de Coca provincia de la actual Segovia, promulga el edicto de Tesalónica mediante el cual el cristianismo se convierte en la religión oficial del imperio.
Los godos no irrumpieron en la Península Ibérica imponiendo su criterio, costumbres, política y una sociedad distinta sobre los pobladores hispanos. Los godos eran una minoría, la gran masa de la población estaba formaba por los ciudadanos que habían formado parte de la provincia Hispania del Imperio Romano. Que el imperio hubiese desaparecido en 476, si tomamos esta fecha como oficial y de referencia, no quiere decir que afectase a la sociedad que ya estaba creada. Es decir, la sociedad que se encuentran los godos cuando entran por los Pirineos hacia el año 416, es la sociedad romana de Hispania. Y sobre esta base sociológica los godos tuvieron que crear su reino.
Como antecedente importante destaca que las primeras relaciones de los godos con el imperio, fueron muchas veces pactos de colaboración. Algunos de ellos decidieron pactar con el emperador de Oriente, Valente. Dado que el emperador, como varios obispados cristianos, eran arrianos o simpatizantes con las enseñanzas de Arrio, los godos adoptaron esta versión del cristianismo. La aristocracia goda y sus miembros prominentes decidieron convertirse al arrianismo.
Como se ha señalado al principio, el cristianismo no era una religión monolítica y por lo tanto el mensaje de Jesús había sido interpretado de formas distintas, principalmente en las grandes ciudades. No todos los obispos explicaban los mismo, de ahí que se formulase un importante debate entre Arrio y sus seguidores frente a los que defendían las fórmulas adoptadas en el Concilio de Nicea (“de la misma naturaleza del Padre”) para definir la relación entre Padre e Hijo, entre los que se encontraba Atanasio de Alejandría. De tal modo, que cuando los godos cruzaron el Danubio en 376, el arrianismo no era ni mucho menos una variante marginal del cristianismo.
La historia política y militar de los godos, a los que terminaremos conociendo como “visigodos”, está marcada por el liderazgo de Alarico a finales del siglo IV y principios de V, siendo lo más relevante su decisión de asentarse en Occidente. Debido a esto penetran en Italia, en la Galia y el nordeste de Hispania. Más tarde, con el emperador Honorio, que tuvo muchos problemas para gobernar las provincias occidentales, pactaron y de esta manera entraron en Hispania para enfrentarse a suevos, vándalos, asdingos, silingos y alanos. Como consecuencia de esto instalan su reino en el suroeste de las Galias, en 418, con capital en Toulouse.
El avance de los francos de Clodoveo supuso un retroceso de los godos en las Galias, en el año 507 sufren una derrota total frente a los francos, se toma esta fecha como el comienzo del reino visigodo en Hispania. Las comunidades locales vivían sobre la base de jerarquías comarcales, de forma forma urbana ― Emerita, Hispalis, Corduba, Tarraco, etc ― o rural. Esa fue la realidad sobre la que se construyó el Regnum Gothorum en Hispania. Hubo una colaboración entre los reyes y la aristocracia goda con los magnates hispanorromanos. Como es de suponer hubo ciertos grupos que crearon una resistencia al nuevo orden. Es aquí donde el reinado de Leovigildo resulta esencial.
El reinado de Leovigildo supone el afianzamiento político del reino. El rey y la mayoría de sus seguidores eran arrianos. Instauró la realeza como institución de poder y base política esencial. Son numerosas sus campañas militares hacia todos los puntos de la Península, culminando en el 585, en el que anexiona al reino suevo.
Leovigildo tuvo que sufrir una sublevación política protagonizada por su hijo Hermenegildo el cual se convirtió al catolicismo. Hubo una auténtica guerra civil, que acabó con el exilio de Hermenegildo a Valencia y su posterior ejecución en Tarragona. Parece ser que estableció un pacto con obispos católicos como Leandro de Sevilla y Masona de Mérida. Crónicas del siglo VII definen a Hermenegildo como un tirano, esto mismo hará, años después, Isidoro de Sevilla, hermano de Leandro. Recaredo toma la sucesión de su padre Leovigildo y decide tratar la muerte de su hermano Hermenegildo como una especie de mártir del catolicismo.
Leovigildo muere en 586 y sube al trono Recaredo, que había participado en la guerra civil al lado de su padre, contra su hermano Hermenegildo. Pero teniendo en cuenta los pasos que acabó dando, entendemos que comprendió el pacto que su hermano hizo con la jerarquía católica. Parece ser que su conversión al catolicismo ocurrió en 587. Desde ese momento transcurrieron unos años de continuas revueltas y conflictos en las principales ciudades del reino como en Toledo o Mérida con la implicación de obispos arrianos y nobles godos.
La de Mérida fue quizá la revuelta más importante, por la documentación que existe al respecto, liderada por el obispo arriano Sunna. Arrianos fueron también los obispos Athaloco de Narbona y Uldila de Toledo que igualmente protagonizaron rebeliones destacables.
El suceso clave para la unificación del catolicismo en el reino fue el
san Leandro en 589. Supuso un gran despliegue litúrgico, político y episcopal. El rey escribió al papa de Roma Gregorio para informarle de la resolución. El concilio plasmó un pacto litúrgico y político entre Recaredo y los obispos católicos. El documento firmado en Toledo expresaba su fe en las conclusiones del Concilio de Nicea (325) a favor, del catolicismo y la condena al arrianismo. En el concilio estaban presentes varios prelados arrianos, magnates y abades. Todos adjuraron del arrianismo y declararon públicamente su conversión al catolicismo delante de rey Recaredo y de la reina Baddo.
Resultado del concilio fue que los padres conciliares aprobaron cánones, decisiones de obligado cumplimiento para fieles y clero, y el rey emitió leyes para todos los habitantes del reino. La “lex” del rey confirmaba todos los acuerdos allí tomados, daba soporte jurídico y político al concilio y sus conclusiones. Se contemplaban fuertes castigos para quienes no cumpliesen los acuerdos, como la excomunión o la expropiación de patrimonio.
Durante los siguientes años se celebraron concilios en las ciudades más importantes, con el fin de extender las decisiones acordadas en Toledo en 589. En los concilios provinciales, los obispos y el clero local, difundieron en forma de sermones el mensaje.
El discurso de san Leandro en el Concilio III de Toledo fue una llamada a la unidad del reino y a la fe católica, a esto se sumó el refrendo jurídico y político que aportó Recaredo. A partir de ese momento, el catolicismo formó parte de la identidad de los godos en Hispania.
Los efectos prácticos de las decisiones del concilio se plasmaron de forma inminente. La transferencia de las iglesias arrianas, que pasaban ahora a manos del clero católico. Así quedó reflejado en el canon noveno del Concilio III de Toledo.
José Carlos Sacristán