Emilio Herrera Linares

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Emilio Herrera Linares, ingeniero militar, nació en Granada el 13 de febrero de 1879 y murió en Ginebra, el 13 de septiembre de 1967.

Descendiente de Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial, fue un ingeniero militar que en 1914 sobrevoló el estrecho de Gibraltar con José Ortiz Echagüe, habiendo obtenido el reconocimiento internacional, materializado en la medalla del aeroclub de Alemania y de la Legión de Honor Francesa.

Amigo personal de Alfonso XIII, fue siempre un apasionado de la aviación y de la aerostática, por lo que al graduarse como teniente en 1903, solicitó su traslado a la Academia de Ingenieros de Guadalajara, y durante la guerra de África se convirtió en piloto de dirigibles. Entre 1907 y 1939 fue el representante permanente español en todos los congresos y organismos internacionales relacionados con la aeronáutica. En 1914 acaparó las portadas de toda la prensa europea al ser el primer hombre en sobrevolar el estrecho de Gibraltar en avión.

Pionero de la aviación en España, fue parte esencial en el desarrollo del Laboratorio Aeronáutico de Cuatro Vientos, creado en 1921, y de la Escuela Superior Aeronáutica; colaboró con Juan de la Cierva en el autogiro y siempre manifestó gran inquietud intelectual que abarcaba su interés por el  conocimiento científico y tecnológico, llevándolo a interesarse por el estudio de la energía nuclear, la astronáutica o la teoría de la relatividad… 

Obsesionado con la ciencia aeroespacial, en 1932 se propuso llegar a la estratosfera, a una altitud de 26.000 metros, superando las marcas existentes hasta el momento, y cuyos artífices, soviéticos  y suizos, lo hicieron en cabinas cerradas herméticamente. Él lo haría en una cabina abierta, como lo había intentado infructuosa y trágicamente en 1928 el comandante Benito Molas García a bordo de la aeronave Hispania, que ascendió hasta los 11.000 metros, falleciendo en el intento.

Para conseguir su objetivo, en 1933 diseñó un aerostato de 24.000 metros cúbicos, 36 metros de diámetro y 1740 kg. de peso.

Pero para realizar la hazaña, tan importante como el aerostato era la confección del traje que debía vestir el piloto, al objeto de no caer en el error que llevó a la muerte a Benito Molas. El diseño lo realizó él mismo. Se trataba de un traje aeroespacial que permitía la movilidad del piloto y con capacidad de soportar temperaturas no inferiores a los menos 60 grados ni superiores a los cuarenta, y teniendo en cuenta, además de la temperatura, la presión y la oxigenación del piloto, adaptando, además, una especie de muelles que permitían la movilidad de las articulaciones.

Para alcanzar el objetivo del traje, lo dotó de tres capas. La interior era de lana; la intermedia de caucho, impermeable y hermética, y la exterior de tela capaz de resistir una fuerza de extensión de tres toneladas por metro. Estas capas iban forradas por otra capa exterior de plata que evitaba el recalentamiento. El casco, cilíndrico, estaba fabricado de acero forrado con fieltro por dentro y con aluminio pulido por fuera, y contaba con un triple cristal que evitaba la radiación solar.

El traje no debía dilatarse ni contraerse como consecuencia de la presión, por lo que estaba recubierto de anillos de acero inextensible. Un juego de termómetros y barómetros instalados en el propio traje servía al piloto para tener controlados tanto los niveles de temperatura y presión del interior como los que pudiese encontrarse durante el ascenso o sus trabajos en la atmósfera. Un micrófono diseñado para no inflamarse y para permitir la comunicación por radio, completaba el traje, que reunía todas las condiciones que 50 años después serían necesarias para llegar a la Luna.

El costo del proyecto rondaba las 157.000 pesetas, de las que el Instituto Nacional de Investigaciones cubrió 100.000, y el resto fue cubierto por el Ministerio de la Guerra.

La prueba debió realizarse en junio de 1936, pero las inclemencias del tiempo impidieron su realización, posponiéndola para el otoño, pero nunca se llevó a efecto como consecuencia del inicio de la Guerra, siendo destruido el traje y reciclada la tela del globo aerostático. 

Emilio Herrera Linares, militar, católico, monárquico y patriota, no obstante, tomó parte en la contienda del bando rojo, partiendo para el exilio al finalizar la guerra, habiendo sido presidente de la república en el exilio entre 1960 y 1962.

Vivió de sus patentes en Francia, y Albert Einstein acabaría recomendándolo para el cargo de consultor de física nuclear para la UNESCO.

Durante su exilio fue requerido por Alemania, Francia y los Estados Unidos para desarrollar sus conocimientos en el ámbito de las respectivas potencias, ofrecimiento que fue rechazado por el científico que, no obstante, siguió con sus investigaciones, siendo que en  1956 presentó sus cálculos para el lanzamiento y puesta en órbita de un satélite artificial y entre  1957 y  1961 las trayectorias que debían seguirse para viajar a la Luna, Marte y Venus. 

El traje espacial de Emilio Herrera sería la base del que posteriormente desarrollaría la NASA para sus astronautas. No obstante, por patriotismo, él se negó a colaborar con los usenses, quienes le ofrecieron un cheque en blanco para su captación, pero no aceptaron que la bandera española ondeará en la misión lunar. En agradecimiento póstumo por su labor, el propio Neil Armstrong  entregó una roca lunar a otro de sus colaboradores, Manuel Casajust Rodríguez.

Cesáreo Jarabo

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