Bartolomé Medina González, nació en Sevilla a comienzos del siglo XVI.
Dedicado al comercio de tejidos y pieles, acumuló cierto capital que le permitió ejercer como agente de seguros marítimos.
No era, por tanto, persona relacionada con la física ni con la minería. Sin embargo, sus contactos, y su curiosidad, lo llevaron a realizar experimentos para recuperar el oro y la plata de los tejidos. Y ahí destacaría virtud a que, mediado el siglo XVI, decaería notablemente la producción de plata, como consecuencia de los altos costos derivados del método de fundición, que además requería el consumo de enormes cantidades de leña, lo que estaba llevando a la deforestación de amplios territorios en la Nueva España.
Los altos costos de la leña convertían en improductivas muchas minas de plata, que inexorablemente eran abandonadas. Esta situación abocó a la Corona a ofrecer premios a quienes lograsen un sistema que mejorase el existente para la obtención del metal.
Y Bartolomé Medina, que no era especialista, pero que había tenido acceso al conocimiento de un método ya conocido en la Roma clásica, lo presentó. Se trataba de un procedimiento en frío consistente en mezclar el mineral, lavado y triturado, con mercurio y sal, a cuya mezcla se le daba forma de tortas y se añadía un compuesto de cobre y/o hierro, depositando la pasta en un patio enlosado donde se dejaba secar y se iba prensando.
El método era conocido, pero no era utilizado, siendo que los expertos metalúrgicos del Renacimiento lo tenían sólo como un hecho curioso. Bartolomé Medina lo aplicaría en América por primera vez a escala industrial.
Fue en 1553 cuando marchó a la Nueva España. A fines de 1554, tras haber realizado los necesarios experimentos de algo que Medina desconocía, el «beneficio de patio» demostró ser viable, y fue presentado el proyecto al virrey, que dio el visto bueno, siendo que a primeros de 1555 se estaba obteniendo plata por amalgamación.
El método puesto en práctica por Medina era muy sencillo. Se molía el mineral y se esparcía en depósitos rectangulares de poca profundidad y se añadía agua, sal y azogue o mercurio en cantidades apropiadas. Así se formaba una torta de 20 a 30 cm de espesor, que era removida, con hombres o con ganado equino, para que la sal y el azogue se disolviese y mezclase perfectamente con el mineral.
La sencillez del proceso posibilitó que, de inmediato, hasta 126 productores de plata pusiesen en práctica el invento, haciendo posible el tratamiento de minerales de baja ley, lo que multiplicó espectacularmente la producción, y para 1562 el método era utilizado desde Pachuca hasta Guanajuato y Zacatecas, ampliándose su utilización al compás que descendía la ley del mineral.
Y por supuesto, su aplicación no se limitó a la Nueva España. Desde 1571 sería también utilizada en el virreinato del Perú, lo que posibilitó el crecimiento de la minería en Potosí.
A lo largo de los años, el método fue usado y mejorado, al objeto de mermar el uso del mercurio y el tiempo de producción, pero el método perduró, quedando claro que fue la innovación técnica más destacada y con mayor repercusión de esa época. Cabe señalar que este procedimiento pervivió, con leves modificaciones, hasta principios del siglo XX, y también fue utilizado en los Estados Unidos hasta su progresiva sustitución por la cianuración, surgida en la última década del siglo XIX. El procedimiento de Medina fue utilizado, así, a lo largo de trescientos cincuenta años.
Pero la sencillez del proceso acabaría por privar a Medina de los beneficios que por lógica le correspondían. Para protegerlos, por real cédula del 4 de marzo de 1559 se le reconoció como descubridor de ella, y en 1616 la Audiencia concluyó que él había sido el inventor de sacar plata de los metales con azogue.
El cobro de derechos sólo abarcó a los centros mineros próximos a la ciudad de México. Medina no estuvo exento de dificultades a la hora de cobrar esos derechos pues los propietarios de haciendas de beneficio se mostraron renuentes al pago de las cantidades requeridas.
Medina no supo o no pudo aprovecharse económicamente de su descubrimiento, porque como tal podemos señalarlo a pesar de existir el método desde antiguo. La merced concedida por el virrey, que le atribuía un porcentaje sobre la plata producida por amalgamación no pudo hacerla efectiva, y un naufragio se llevó el privilegio que le había sido concedido, y que no le fue renovado.
Volvió a trabajar como metalurgista en su hacienda de “Purísima Grande». Falleció en Pachuca en 1585.
Lo perdió todo, hasta la gloria de haber descubierto su método de purificación de metales.
Cesáreo Jarabo