JOSEFINA CARABIAS, PIONERA DEL PERIODISMO

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23 de noviembre de 1950, Madrid.

A Josefina Carabias las charlas del escritor Federico García Sanchiz le resultan tan amenas e interesantes como sus conferencias públicas. Como ella misma suele decir: «En unas y otras se aprende siempre algo nuevo». Hoy se han reunido en la Real Academia de la Lengua para hablar de la institución, esa dorada cúspide que todo hombre de letras sueña con escalar, aunque la conversación ha derivado a algo sumamente curioso: las dietas de los académicos.

Resulta que los académicos cobran. Muy poco, es verdad; menos que un tranviario, menos que una mecanógrafa, menos que un botones. El difícil arte de «limpiar, fijar y dar esplendor» a la lengua castellana es una de las funciones más honrosas, pero, sin duda, la peor retribuida», (Josefina Carabias, ABC del 24/11/1950).

García Sanchiz le ha contado que hay dos clases de Academias en España: A saber: Academia pobre compuesta por académicos ricos, como la de Medicina; y Academia rica compuesta por académicos pobres como la de la Lengua.

— En todos los tiempos —añade el académico—ha habido escritores brillantísimos y pobres de solemnidad. En nuestra profesión es en la única que la fama no trae consigo la riqueza. Éste es, sin duda, el secreto de que la Academia Española pague a sus miembros.

—Y… ¿cuánto les paga?

—Los académicos no cobramos sueldo, sino dietas por asistencia a las sesiones. El que no asiste no cobra nada. El que asiste cobra por sesión treinta, cuarenta y hasta cincuenta pesetas.

—Y, ¿a qué se debe esa desigualdad?

—Al número que se tenga en el escalafón de la Academia.

—¿En ese escalafón se asciende por antigüedad?

—No. Se asciende por el número de asistencias.

Encima de la mesa de García Sanchiz hay un librito con el escalafón de la Academia y ambos lo examinan: Ramón Menéndez Pidal alcanza las 1.550 asistencias, seguido por Julio Casares, con 1.086. De los restantes, ninguno llega al millar. El duque de Maura cuenta con 710, Armando Cotarelo, 664, García Sanchiz, 198; José María Pemán, 189; el doctor Gregorio Marañón, 165; el duque de Alba, 123; el marqués de Luca de Tena, 60; Pío Baroja, 14. El colista es Dámaso Alonso, con dos asistencias.

Cuando terminan la reunión ya es tarde. La noche asoma por el número 4 de la calle Felipe IV de Madrid, en el distrito de Retiro, junto al Museo del Prado y la iglesia de los Jerónimos. De regreso a casa, Carabias le va dando vueltas a la cabeza mientras observa a su alrededor: ya es hora de que las personas formales vuelvan a sus cuidados mientras muere un día que antecederá a otro donde los papeles hablarán de Celia y del Atleli de Aviación. Madrid vibra como siempre, aunque esta vez al ritmo que resuena en la cabeza de la periodista, el de una vieja máquina de escribir tecleando un nuevo artículo.

Ya saben ustedes lo que cobran nuestros «inmortales». Muy poco, es verdad, pero, afortunadamente, no todo es dinero en este bajo mundo. El honor, la gloria de velar por la clara y sonora lengua que hablan más de cien millones de seres humanos valen bien la pena.

EL PERSONAJE

En el periodismo lo que tiene más éxito no es lo que está mejor hecho sino lo que llega en el momento más oportuno (Josefina Carabias).

Josefina Carabias Sánchez-Ocaña nació en Arenas de San Pedro (Ávila) el 19 de julio de 1908 en el seno de una familia de agricultores y ganaderos. Segunda de siete hermanos, sus padres fueron Feliciano Carabias y Carmen Sánchez-Ocaña de Gavilanes.

Para mi madre estudiar fue bastante difícil, se tuvo que empeñar mucho. Empezó yendo a estudiar al único colegio que había, donde se podía estudiar bachillerato, que era de chicos (Mercedes Rico, hija de Josefina)

En 1926 se trasladó a Madrid para cursar la carrera de Derecho. En 1928 se instaló en la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu y que fue el equivalente femenino de la Residencia de Estudiantes. En 1929 comenzó a frecuentar el Ateneo de Madrid, convertido en un centro de actividad política contra la dictadura de Primo de Rivera, en pleno enfrenta­miento ya del dictador con la Universidad. Aquí conoció a algunos de los intelectuales más importantes de la época, como Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán o Gregorio Marañón.

Había estudiado derecho, estaba terminando, y le pidieron unas notas sobre las chicas que había en la universidad” para ‘Estampa’, una revista ilustrada en la que, a partir de entonces, comenzaría a colaborar más asiduamente y se haría “tremendamente conocida” ya que “había mujeres en la prensa pero que escribían sobre cosas de mujeres, como cultura, belleza, consejos…” pero no había redactoras en plantilla.

Aunque no fue la primera mujer que ejerció el periodismo en España, Carabias sí fue la pionera en no encasillarse en temas femeninos o literarios: en 1930 comenzó a colaborar en la revista Estampa, dirigida por su primo Vicente Sánchez-Ocaña y poco después de ser proclamada la Segunda República entrevistó a Victoria Kent tras ser nombrada directora general de Prisiones. Su vida periodística continuó después en el periódico Ahora; a finales de 1931 entró a formar parte de la redacción de La Voz, y dos años más tarde comenzó a colaborar en los semanarios Crónica y Mundo Gráfico.

En 1933 se hizo cargo de La palabra, en Unión Radio, siendo la primera mujer que ejerció como periodista-redactora, ya que hasta ese momento una locutora se encargaba de leer las crónicas redactadas por sus compañeros.

En abril de 1936 se casó con José Rico Godoy. Pronto comenzaría la Guerra Civil y el matrimonio abandonó Madrid, instalándose primero en Valencia y luego en París, donde Josefina realizaría colaboraciones periodísticas en revistas de México y Argentina. En 1939 Rico volvió a España para hacerse cargo de una herencia, pero fue encarcelado en Burgos antes de llegar a Madrid. El tribunal lo condenó a doce años de cárcel, aunque fue puesto en libertad en 1942.

Su marido, que había vuelto antes, estaba preso, y temía que le esperase el mismo destino. Pero, tras muchas horas de controles: de repente aparece un falangista, de uniforme azul, y dice: tache sus labores, ponga periodista y que espere. Buscaron denuncias, antecedentes, algo para meterla en la cárcel y no encontraron absolutamente nada…pero eso sí, le habían prohibido ejercer su oficio. Esta fue una de las razones por las que tuvo que comenzar a utilizar pseudónimos: el más utilizado era Carmen Moreno. (Mercedes Rico).

La llegada de los alemanes a París llevó a Carabias a instalarse en Biarritz, regresando en 1943 a España. En aquella época escribía en su casa y publicó bajo el seudónimo Carmen Moreno una biografía de la emperatriz Carlota de México y Los alemanes en Francia vistos por una española.

Cuando viajo no leo nada sobre el país al que me dirijo. Es más, procuro olvidar todo lo que sé sobre el mismo. Pretendo, así, ponerme a la altura del hombre de la calle más ingenuo que tiene apenas unas cuantas ideas matrices. Escribo entonces lo que veo y nada más.

En 1948 comenzó a trabajar para el periódico Informaciones de Madrid, donde publicó algunos artículos, sin firmar. Ese mismo año, el director del periódico le propuso escribir sobre la Liga de fútbol. Esas fueron recopiladas posteriormente en el libro La mujer en el fútbol.

Y conste que esto no lo digo por presumir de eficacia profesional, puesto que me tropecé con Miss Lucy (Autherine J. Lucy, estudiante negra) por verdadera casualidad y permanecí a su lado sin reconocerla a pesar de haber visto tantas fotos, porque a mí los negros y los futbolistas me parecen todos iguales. (GUERRA FRIA ENTRE BLANCOS Y NEGROS EN EL SUR DE U.S.A., 13/03/1956)

En 1950 escribió una comedia, Sucedió como en el cine, estrenada en el Teatro Gran Vía de Madrid. Un año después ganó el Premio Luca de Tena, a los que le seguirían el Conde de Godó, el Tambor de Oro de San Sebastián y el Premio Hogar de Ávila, entre otros.

En 1954 fue enviada como corresponsal a Washington por un consorcio de tres periódicos: Informaciones (Madrid), La Gaceta del Norte (Bilbao) y El Noticiero Universal (Barcelona), donde permaneció hasta 1959.

Todas las plazas parecen la entrada del fútbol y todas las calles, la salida de los toros. Pero los motores marchan sin ruido y los “claxons” no suenan jamás. Duermo a dos pasos de Broadway envuelta en la misma quietud que si estuviera durmiendo en una casa de campo en medio de La Mancha (EN BROADWAY, TANTO SILENCIO COMO EN LOS CAMPOS MANCHEGOS, 26/01/1955).

En 1959 se trasladó a París para ejercer como corresponsal para el periódico madrileño Ya. En 1967 regresó a Madrid y desde entonces hasta su muerte en septiembre de 1980 mantuvo una columna periodística diaria que se publicó también en La Gaceta del Norte, El Noticiero Universal, Heraldo de Aragón, Diario de Cádiz, Ideal Gallego, La Verdad y Hoy. Durante un tiempo dirigió también la revista Ama.

Empezó a echar mucho de menos y a tener mucha nostalgia por volver a España. Y en Ya le ofrecieron volver y una columna diaria. La recibieron con mucho respeto porque era la única que había conocido las Cortes de la República y que había trabajado desde la Tribuna de Prensa de las Cortes de la República (Mercedes Rico).

Carabias publicó algunas novelas cortas, pronunció varias conferencias, tradujo al español una novela de Joseph Peyre, Juan el Vasco, prologó varios libros y escribió el epílogo de la obra de Manuel Chaves Nogales, Juan Belmonte, matador de toros.

Murió en septiembre de 1980 de un ataque al corazón, poco después de haber entregado a la imprenta su último libro, una biografía sobre Manuel Azaña (Los que le llamábamos Don Manuel), a quien había conocido como presidente del Ateneo de Madrid, en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera.

Josefina Carabias fue una de las primeras mujeres periodistas en España, con permiso de María Luz Morales, al trabajar en una redacción con funciones similares a las de cualquiera de sus compañeros. Además, en 1955 se convirtió en la primera corresponsal trabajando en Estados Unidos para tres periódicos. Al contrario que otras muchas mujeres que ya habían escrito en prensa a través de colaboraciones, Josefina Carabias no tuvo otra profesión que el periodismo, que ejerció durante toda su vida.

Ricardo Aller

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