Uno de los primeros y más importantes problemas con los que se encontró Carlos V cuando se convirtió en rey de España y emperador del Sacro Imperio, fue el de mantener la ortodoxia religiosa amenazada por Lutero y el movimiento alemán de Reforma que provocó. El emperador se empeñó en mantener la “verdadera religión”, lo cual condicionó toda su política. Las tesis luteranas despertaron interés entre distintos sectores alemanes, y eso que todavía no se habían divulgado las más radicales. Se recibió con sintonía, entre príncipes y humanistas, el sentir antirromano crítico con el sistema de gobierno de los pontífices. Lutero se sirvió de forma muy efectiva del efecto publicitario y multiplicador de la imprenta, además de por la palabra hablada.
Una idea del problema que se avecinaba la dio Alonso de Valdés, que en una carta fechada el 31 de agosto de 1520 desde Bruselas, diagnosticaba lo siguiente: “aquí tienes la primera escena de esta tragedia, que debemos a los odios de los frailes. Porque mientras el agustino odia al dominico, y éste a su vez odia al agustino, y ambos también a los franciscanos, ¿qué podemos esperar, pregunto yo, sino gravísimas discordias?”.
Roma no había actuado con la necesaria audacia debido a que, ante la elección del nuevo emperador manifestó su predilección por un candidato que no fue Carlos, sino el duque de Sajonia Federico el Sabio, protector incondicional de Lutero, quien ya era un profesor afamado en la universidad de Wittenberg. Aun así, León X reconoció los consejos de sus teólogos y el 15 de junio de 1520 condenó las doctrinas de fray Martín en la bula Exurge Domine, corroborando lo que ya habían denunciado las universidades de Colonia y Lovaina.
Roma dio a Lutero la opción de comparecer para retractarse de su herejía. Mientras tanto Carlos V negociaba con Federico de Sajonia el lugar de la comparecencia, ya que este último, como Lutero, pensaban que el proceso no debía realizarse fuera de los dominios alemanes y, de igual forma, debía someterse a jueces alemanes. De esta manera, Carlos V se vio obligado a negociar entre las presiones de nuncio, del duque elector de Sajonia, las presiones imperiales y sus convicciones. El ambiente generado fue un claro enemigo a batir, enemigo que fue manejado de forma magistral por Lutero gracias a la imprenta. En esos meses aparecían sátiras contra el anticristo (que se localizaba en Roma, naturalmente), libros que destruían a la Iglesia católica como el tratado de la Cautividad babilónica; propuestas de una Iglesia secularizada y alemana en el Manifiesto a la nobleza, etc.
En este punto se encuentra la situación cuando Lutero decide tomar la alternativa y escribe una carta a Carlos V (30 de agosto de 1520), en la que lo adula diciendo que se siente una pulga, como un pobre desvalido e indignísimo, ante la serenísima majestad, ante el óptimo Carlos, rey de reyes y señor de señores. Le propone ser oído y debatido antes que condenado. Carlos V no leyó la carta, y el 28 de octubre respalda los requerimientos del nuncio contra la herejía. Un mes más tarde se entrevista en Colonia con el duque de Sajonia al que prometió que Lutero no sería condenado sin ser oído, y además que los jueces serían alemanes. Este era el panorama cuando se reunieron en Worms, en enero de 1521, la dieta de los Estados alemanes.
La dieta se convocó para tratar problemas en la política imperial y tomó decisiones muy importantes, como la del régimen fiscal del imperio. No estaba previsto que se afrontase el problema religioso, que es por el que ha trascendido la dieta a la posteridad. Fue el único momento en que se vieron y oyeron Carlos V y Lutero. El hecho de aceptar la comparecencia de Lutero ya era un triunfo sobre Roma, dado que la idea del nuncio Alejandro era someter la sentencia ya dictada por Roma a tribunales laicos.
La ciudad se convirtió en un verdadero espectáculo, llegaron inmigrantes de todos los pareceres, cronistas, corresponsales que transmitían las noticias y los rumores. La ocasión lo merecía, un “hereje” (o un héroe) se enfrentaba al emperador, la maquinaria publicista no descansó ni un segundo. La sátira, los pasquines, los grabados, las estampas se encargaron de azuzar el odio hacia Roma y de aumentar la grandeza del libertador Lutero frente a la tiranía de Roma. La fuerte personalidad de Lutero y su locuacidad le hacían ganar adeptos por momentos.
El viaje de Lutero desde Wittenberg hasta Worms fue un auténtico desfile y éxito total por la cantidad de paradas y sermones multitudinarios que dio, los cuales violaban el precepto de silencio que se le había impuesto. Lutero ya había sido excomulgado con la bula Decet Romarum Pontificem del 3 de enero. Con todo esto se presentó en Worms convertido en símbolo de luchador comprometido por las libertades alemanas.
Lo más conocido de la dieta son los discursos que dieron tanto el monje como el emperador. Como Lutero ya estaba excomulgado, lo negociado era que reconociese lo errado de sus escritos y que se retractase de sus herejías sin posibilidad de defenderse. Lutero hace entrada con sus “discípulos” y se le pregunta si los libros que allí están apilados son suyos y si se retracta de su doctrina “insana y herética”. Lutero respondió en alemán y en latín, reconoció que los libros fueron escritos por él, y para responder sobre su doctrina herética pidió tiempo para pensar y el aplazamiento hasta el día siguiente. El emperador accedió. Esa misma noche el monje escribía a un amigo: “jamás me retractaré ni en una jota”.
Al día siguiente, el 18 de abril, Lutero compareció e intentó llevar sus “posibles errores” a un debate bíblico y siguió adulando al emperador Carlos: “para que el reinado de nuestro joven y privilegiado príncipe Carlos, en quien, después de Dios, se cifran tan grandes esperanzas, no sea desgraciado ni se inaugure con funestos auspicios”. El canciller de Tréveris lo acorrala echándole en cara su pretendido monopolio dialéctico y le interpela para que conteste a lo que se le ha preguntado, si se retracta o se reafirma en su herejía. Y contesta lo siguiente:
“puesto que vuestra graciosísima majestad y vuestras señorías me piden una respuesta, se la daré “sin cuernos ni dientes” … puesto que no creo en el papa ni en los concilios…, estoy encadenado por los textos escriturísticos que he citado y mi conciencia es cautiva de la palabra de Dios.”
El discurso de Lutero fue celebrado con gran entusiasmo por sus partidarios. A la mañana siguiente Carlos V dio la respuesta en su célebre discurso (en francés), expresando su compromiso: “…yo estoy determinado en esto a emplear mis reinos y señoríos, mis amigos, mi cuerpo, mi sangre, mi vida y mi alma, porque sería gran vergüenza a mí a vosotros, que sois la noble y muy nombrada nación de Alemania, que somos por privilegio y preeminencia singular instituidos defensores y protectores de la fe católica…”
La realidad es que Lutero no debió ser tan beligerante, acalorado y efusivo como se ha mitificado por la tradición escrita, y probablemente el joven emperador debió tener serios problemas para entender lo que el agustino pretendía. Como hemos dicho anteriormente para Lutero fue esencial la propaganda, inmediatamente después de los discursos comenzaron a circular grabados a favor del trance heroico del monje. La publicación del Edicto de Worms, declara a Lutero, además de hereje, proscrito en el Imperio. El emperador no ejecutó el edicto ni persiguió a Lutero, el cual quedó bajo la protección del duque de Sajonia. Tampoco Lutero, que era muy malhablado, castigó en exceso a Carlos V.
La reforma luterana empezó a extenderse por las ciudades y principados alemanes que valoraron con agrado el poder que se les otorgaba para el dominio de sus Iglesias. A través de distintas dietas como la de Spira de 1529, los príncipes y las ciudades rechazaron cumplir el Edicto de Worms. El rechazo se formalizó por la queja escrita que decía: “Protestamos ante Dios…”, y ese fue el origen de la denominación protestantes o protestantismo. El hecho de no tener una cabeza común que dirigiese los designios de esta nueva “doctrina” generó que los Evangélicos experimentasen rupturas internas provenientes de anabaptistas, antitrinitarios que fueron aborrecidos y de otros movimientos radicales.
Carlos V intentó la recuperación de la unidad religiosa como lo demostró en la dieta de Augsburgo de 1530. En ella se produjeron acercamientos en temas como la Confesión, en cuya redacción tuvieron relevancia el humanista luterano Felipe Melanchtchon y el erasmista Alonso de Valdés, que distinguió muy bien entre los abusos producidos históricamente y la fe y la ortodoxia. Fracasaron en otros temas, sobre todo por la tozudez de Lutero, que desde el castillo de Coburg, bramaba ante las concesiones de Melanchtchon.
La imposibilidad de alcanzar acuerdos pacíficos condujo a que los príncipes evangélicos se aliaran en la liga armada de Esmalcalda, y llegaron las confrontaciones armadas. Una de ellas, actuando como generales el duque de Alba y el mismo Carlos I fue culminada con la brillante victoria de Mülbherg el 24 de abril de 1574. Lutero había muerto un año antes.
Aun así, siguieron años de desilusiones ya que Carlos V no veía la posibilidad de volver a la unificación religiosa en sus reinos. En este clima se acordó la Paz de Augsburgo de 1555, en ella se posibilitó la cohabitación de las confesiones luteranas y católica, ya de forma legal desde entonces. Los súbditos no tenían más opción que adoptar la confesión del señor, o en caso contrario, emigrar. Estas concesiones no serían firmadas por Carlos V sino por su hermano Fernando I.
José Carlos Sacristán