Los años 1899 a 1913 son para Filipinas, quizás, los peores de su historia. Durante ese periodo, los Estados Unidos de América, tras la invasión llevada a efecto merced a la Gran Traición de 1898, escribieron una página más de la historia anglosajona a costa de la sangre filipina.
Tras haber incumplido los acuerdos tratados con Emilio Aguinaldo, se inició la guerra de independencia contra 126.000 soldados usenses que acabaron con la sublevación llevando a cabo un terrible genocidio. Un millón y medio de civiles sucumbieron a los asesinatos en masa y a las tácticas de tierra quemada llevadas a cabo por los estadounidenses.
Y todo, no como consecuencia de un enfrentamiento desenfrenado, sino como consecuencia de un acto de genocidio premeditado, de acuerdo con la opinión del general de brigada J. Franklin Bell, que aseguraba: «A fin de combatir dicha población, es necesario que el estado de guerra sea lo más insoportable posible, y no hay manera más eficaz de lograr esto que mantener las mentes de la gente en un estado de ansiedad y el temor de que vivir bajo tales condiciones se hará pronto intolerable».
Y el periodista Bernard Fall se refirió a los hechos señalando que la invasión representó «la guerra más sangrienta colonial (en proporción a la población) jamás librada por un poder blanco en Asia, que costó la vida a 3.000.000 filipinos. Así mismo, estimamos que matamos a un sexto de la población de la isla principal de Luzón, a unas 600.000 personas.”
Para destruir la guerrilla, EE.UU. decidió sacrificar al pueblo filipino; destruyó ciudades y pueblos; quemaban las casas y realizaban violaciones en masa; los fusilamientos y torturas generalizadas, como el consumo de agua hasta la muerte, a través de un embudo colocado en boca se generalizaron.
La consecuencia de esa actuación la reflejó Manuel Arellano Remondo, en Geografía General de las Islas Filipinas en 1908, señalando que “La población se redujo debido a las guerras, en el plazo de cinco años desde 1898 hasta 1900, desde el comienzo de la primera insurrección, la población se estimaba en 9.000.000, y en la actualidad (1908), los habitantes del archipiélago no superen 8.000.000 en número». En vista del gran número de bajas civiles sufridas por la población, el historiador filipino E. San Juan Jr., dijo que la muerte de 1,4 MILLONES de filipinos es un claro acto de genocidio por parte de los Estados Unidos”. “Mientras apenas 16.000 insurgentes fueron muertos, fueron muertos un millón de civiles… Los anglosajones protestantes estadounidenses pretendían que toda su cultura, fuertemente influida por la cultura y religiosidad española fuese barrida del mapa.”
Howard Zinn, en su Historia del pueblo de los Estados Unidos (1980) cita a 300.000 filipinos muertos en Batangas, mientras William Pomeroy, en su Neo-colonialismo (1970) cita a 600.000 filipinos muertos sólo en Luzón en 1902. La cifra más plausible se puede fijar en torno a 1,4 millones de asesininatos en el período de 1899 a 1905″.
Pero es que parece que las instrucciones recibidas por los invasores eran precisas; así Gore Vidal señala en su obra “El genocidio filipino” la actuación llevada sobre un lugar concreto, Samar, donde el general Smith dio instrucciones de matar y quemar, y dijo que cuanto más se matase y quemase más satisfecho estaría, que no era el momento de tomar prisioneros, y que quería hacer de Samar un desierto horrible. El Mayor Waller pidió al general Smith el límite de edad para matar, y él respondió: «todo sobre diez”.
El genocidio fue táctica de guerra… La misma que habían utilizado en Norteamérica contra los naturales, y la misma que posteriormente usarían en Vietnam… Los aldeanos eran internados en campos de concentración rodeados por campos de tiro… El 25 de Diciembre de 1901, el general Franklin Bell ordenó la detención de dos provincias enteras de Filipinas: Batangas y Laguna. Todo lo que no podían llevar consigo debía quedar atrás. Todo fue quemado por el ejército de los Estados Unidos.
Como vemos, no fue una actuación descoordinada. Bien al contrario, el general Arthur MacArthur, responsable de la invasión, llevaba a efecto las órdenes recibidas, que pasaban por la eliminación de la Primera República de Filipinas y la abolición de la Constitución de Malolos, que establecía el español como lengua oficial de Filipinas. Tras la definitiva victoria usense se produjo una importante resistencia contra la imposición del inglés y la marginación del español, con resultados negativos.
Y en 1906, el Presidente Sacay, que había asumido el poder tras la captura y arresto de Emilio Aguinaldo, fue calladamente ahorcado en 1907. ¡Ahorcaron criminalmente al segundo presidente de la República de Filipinas!
Todo giraba en torno a un objetivo que es destacado por el profesor filipino D. Guillermo Gómez Rivera: La ejecución de un plan usense para exterminar la población filipina de habla-hispana de Manila y cercanías, que se recrudeció en 1945 durante la ocupación japonesa.
Así, se ordenó el bombardeo de un Intramuros de habla española (juntamente con los distritos de Ermita y Binondo, donde también se hablaba el idioma criollo, o chabacano del español),lo que es considerado un genocidio contra los filipinos y contra la Iglesia, dado que los objetivos militares incluían, justamente, los templos católicos.
La resistencia, por parte del piloto usense John A. Cox, de obedecer la orden de bombardear a la iglesia de San Agustin de Intramuros, ya que no había japoneses sino gente de habla hispana, es prueba suficiente de lo afirmado.
También queda como prueba del genocidio, el proyecto WASP usense de aterrizar sus tropas en Filipinas durante el curso de la II Guerra Mundial, en vez de hacerlo en Okinawa o en Formosa. El objetivo era destruir al pueblo filipino que hablaba español y establecer una «reocupación neocolonial» de Filipinas.
Y no era circunstancial la actuación, ya que, según refiere Don Luciano de la Rosa «es de esperar que una enorme proporción de esas bajas sean filipinos de habla hispana ya que eran los de este habla los que mejor entendían los conceptos de independencia y libertad y los que escribieron obras en idioma español sobre dichas ideas».
El poeta filipino Fernando María Guerrero exclamaba en 1913 en su poema a Hispania:
«Oh, noble Hispania!
Es para ti mi canción, canción que
viene de lejos como eco de antiguo amor,
temblorosa, palpitante y olorosa a tradición
para abrir sus alas cándidas
bajo el oro de aquel sol que
nos metiste en el alma con el fuego de tu voz
y a cuya lumbre, montando, clavileños de ilusión,
mi raza adoró la gloria del bello idioma español,
que parlan aún los Quijotes de esta malaya región,
donde quieren nuevos Sanchos que parlemos en sajón».
Cesáreo Jarabo