La Real Orden Damas Nobles de la Reina María Luisa fue una condecoración creada en 1792 a instancias de Carlos IV en honor a su esposa, la reina María Luisa de Parma “Para que la reina, mi amada esposa, tenga un modo más de demostrar su benevolencia hacia las personas nobles de su “sexo” que se distinguiesen por sus servicios, prendas y calidades”. A esta insignia orden, privativa para las mujeres, establecida por Real Decreto de 21 de abril de 1792 y para conmemorar el nacimiento del décimo tercer hijo de los reyes ― el Infante don Felipe María Francisco ―, han pertenecido a lo largo del tiempo miembros femeninos de la aristocracia con un único denominador común: Damas que destacasen por sus servicios a la Corona, buenas obras y cualidades. Los requisitos para pertenecer a la orden eran: Tener especial devoción a los santos del Patronazgo, visitar instituciones benéficas (como la Inclusa de Madrid, el Hospital de Mujeres) teniendo todas por obligación piadosa de su Instituto la de visitar una vez cada mes alguno de los Hospitales públicos de mujeres , u otro establecimiento o casa de piedad, o asilo de estas, y la de oír y hacer celebrar una Misa por cada una de las Damas de la Orden que falleciere.
En el primer año pasaron a formar el elenco de damas, de treinta que eran inicialmente a cuarenta y tres mujeres, entre ellas la Princesa de Brasil, las Infantas, la Camarera Mayor de la reina, la condesa de Benavente, la condesa de Cervellón, la duquesa de Uceda, la condesa de Baños, la marquesa de Ariza, la condesa de la Cañada, entre otras. La propia reina María Luisa intervino en la formación de los estatutos de la orden. En 1794 se produjeron nuevos nombramientos para solemnizar el nacimiento de su último vástago: el Infante Francisco de Paula Antonio.
La orden tardó tan solo cuatro años en igualarse en rango a la Grandeza de España con el tratamiento de Excelentísimas a las portadoras de la real insignia, una condecoración en usufructo que debía ser devuelta a la Casa Real cuando falleciera la mujer agraciada con la orden. En el Besamanos a la Reina las mujeres se colocaban por riguroso orden de antigüedad “por la clase de grandeza y primogénitas: por el tratamiento de Excelencia las que le tuvieren por sus maridos; y por el de Señoría las restantes”;
Las damas de la orden tenían por costumbre no separarse nunca de su Señora, acompañar a la reina en sus salidas de palacio y hacían guardias junto a la cámara de la reina en las horas de audiencia. Solo ellas tenían el privilegio de almorzar en la mesa real y todas eran mujeres casadas. Por lo general sus miembros contraían matrimonio en los Reales Sitios, pues sus maridos solían ser miembros destacados de la aristocracia y altos cargos del gobierno y ostentaban por regla general dignidades de las órdenes militares como el Toisón de Oro o la Medalla de Carlos III. El Real Sitio preferido por la reina María Luisa era el Palacio de Aranjuez y la Casa del Labrador, construida a semejanza del Trianon de Versalles.
El Patronato de la Orden se celebraba en mayo el 31 de mayo, día de San Fernando y el 25 de agosto, festividad de San Luis de los Franceses. En esos dos días la reina recibía a las damas de la orden, bien en las habitaciones privadas de la reina, bien en sus propios domicilios si las damas tenían alguna limitación física.
Con la llegada de José Bonaparte desaparecieron todas las órdenes militares españolas incluidas la orden de la reina María Luisa hasta la vuelta de los Borbones. Tras la guerra de la Independencia Fernando VII siguió respetando durante algún tiempo la soberanía de la orden instaurada por su madre, a pesar de las desavenencias entre ambos por las disputas al trono con su padre Carlos IV en Bayona: “De mi hijo jamás podríamos esperar más que miserias y preocupaciones”. En 1838 la reina gobernadora María Cristina estableció que las damas entregasen 3.000 reales de vellón en calidad de servicio y por razón del título. Se exceptuaban del pago las damas de sangre real y las princesas extranjeras. En 1851 la reina Isabel II reguló las condiciones de las aspirantes a la orden teniendo que pasar por el Consejo de Ministros la propuesta de concesión de la real orden. En la época de la regencia del general Serrano la orden cambiaría su denominación pasándose a llamar “Orden de las Damas Nobles de España”, sin hacer alusión a su creadora, la reina María Luisa. Tras el exilio de la reina Isabel II a París muchas familias se negaron a devolver la condecoración como prueba de su fidelidad a la monarquía en tiempos convulsos e inciertos para España.
María Luisa de Parma fue una reina en tiempos difíciles por lo que fue tan criticada como al mismo tiempo elogiada. María Luisa había nacido en Parma el 9 de diciembre de 1751 y era prima hermana de Carlos IV. En la elección de esposa para el hijo de Carlos III intervino más el sentido de alianza familiar borbónica que otros intereses. El 24 de julio de 1765 llegó al Real Sitio de San Ildefonso donde estaba toda la familia real para los desposorios. Tenía entonces catorce años.
La banda de la orden consistía en una tela de moaré de seda y algodón, tres franjas verticales, la del centro blanco y las de los extremos moradas. En el centro pendía una imagen esmaltada de San Fernando pues siguiendo las indicaciones del monarca: “Tendrá esta por Patrono y Protector á nuestro glorioso progenitor S. Fernando, en cuyo día, y el de S. Luis Rey de Francia, por serlo del nombre de la Reyna Fundadora”. La imagen del Santo de cuerpo entero, con manto, armado con una espada y corona dentro de una cruz de ocho puntas de oro con dos leones y castillos contrapuestos fue creada por José Gómez Jacometrezzo.
Al principio era obligatorio llevar la cruz de modo cotidiano. Desde el reinado de Alfonso XIII la cruz podía pender de un lazo de cinta sin necesidad de llevar toda la banda colgada al hombro.
Desde el siglo XX también se incluyeron mujeres vinculadas al mundo del saber, las letras y la cultura como la condesa de Castiglione, Leticia Bonaparte o Sofía Troubetzkoy, princesa de origen ruso y mujer del duque de Sesto. Con la llegada de la II República se promulgó un decreto que anulaba la institución oficial de la orden. Fue la reina Sofía de Grecia la última condecorada junto con las Infantas Pilar y Margarita de Borbón, hermanas del rey Juan Carlos I, siguiendo una cronología iniciada en su día por las primeras damas de la orden María Josefa Pimentel Téllez-Girón, condesa de Benavente y Duquesa de Osuna, por su importante papel entonces en la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense de Madrid.
Muchos retratos del Museo del Prado son de mujeres que lucen con orgullo sus insignias de la orden. La reina María Luisa siempre dispensó una especial protección a los artistas, especialmente a Francisco de Goya. El retrato de María Luisa de Parma que Goya inició y dejó sin concluir fue modificado por el pintor hacia 1799, cuando le actualizó los rasgos del rostro y le puso la banda morada y blanca de la Real Orden Reyna María Luisa, diez años después de haberlo iniciado. La reina María Luisa suprimió el uso obligatorio de guantes en las ceremonias a fin de poder lucir sus brazos desnudos de los que presumía.
La Real e Ilustre Junta de las Damas de Honor redactaba periódicamente unos Elogios a la Reina, que se inspiraron en los elogios al rey. Estos elogios eran referencias del perfil de la reina ideal, “modelo de reina, heroína de la que deberíamos ser imitadores” justo en el momento en el que los libelos criticaban a María Luisa, pues era cuando eran popularísimas las habladurías en torno a las relaciones de María Luisa de Parma con Manuel Godoy “un mozo apreciado y de gentil presencia” en palabras de Cándido Pardo. Ya antes se le había adjudicado un supuesto romance con el conde de Teba, hermano mayor del padre de Eugenia de Montijo. Fue tan rápido el encumbramiento en la corte del guardia de Corps que todo hizo pensar que era por ser el favorito de la reina, aunque a día de hoy hay quienes defienden que lo suyo fue una relación de verdadera amistad, tal y como expresó por carta a Napoleón: “Lo que nos interesa es la buena suerte de nuestro único e inocente amigo: El Príncipe de la Paz”. Godoy acompañó a María Luisa y Carlos IV a su dorado exilio al palacio imperial de Compiegne y al Castillo de Chambord. Finalmente el 16 de julio la corte errante se instaló en Roma, donde murió la reina María Luisa de neumonía en 1818.
En los escritos de la Marquesa de Fuente-Híjar, que presidía la Junta de las Damas de Honor, ya se percibían entre líneas algunas alusiones a la indefensión de las mujeres en su vida social, debido a su deficitaria instrucción y a la poca estima con que los hombres las juzgaban en materia intelectual. De ahí que la reina María Luisa ― educada en el saber enciclopédico e ilustrado de la corte de Parma ― quisiera poner en valor el papel de las damas de la aristocracia no sólo en su faceta doméstica sino también en su faceta pública y por sus obras de beneficencia –una virtud considerada particularmente femenina- y a favor de los más desfavorecidos. Un ejemplo fue la promoción de las Escuelas Patrióticas, donde se enseñaban a los más pobres oficios prácticos de hilazas y bordados. Fue la reina quien quiso impulsar la educación femenina pues “Confiaba en las mujeres y en sus posibilidades por su dulzura, sensibilidad y amabilidad”.
Ese gusto exquisito por la cultura y el conocimiento le hizo rivalizar a la reina en su día con la duquesa de Osuna, la duquesa de Alba y la condesa de Jaruco, que venía de La Habana. Todas ellas presidían salones de fama. La duquesa de Osuna fue mecenas de Goya y el pintor aragonés también la retrató en 1785. Su salón, uno de los espacios de emancipación femenina más allá de las normas sociales imperantes, fue uno de los más importantes de la capital y ella fue quien tuvo el honor de presidir la Junta de Damas de Honor y Mérito realizando numerosas obras de caridad en Madrid.
Cuando murió María Luisa le acompañaban en el lecho de muerte sus dos hijas predilectas y su ahijada Carlota Godoy. En su testamento dejó a Manuel Godoy como heredero universal. Pocos días después, el 19 de enero fallecía Carlos IV. Los dos serían enterrados en el Panteón de El Escorial.
A día de hoy se puede decir que la banda de la orden está extinguida “de facto”, aunque en alguna ocasión la haya lucido la reina Letizia en algún acto o retrato oficial.
Inés Ceballos