Antoni Gaudí i Cornet fue un arquitecto catalán que ha sido reconocido internacionalmente como uno de los expertos más prodigiosos de su disciplina. Fue un revolucionario de su tiempo y no tardó en convertirse en uno de los máximos exponentes de la arquitectura modernista. Su genialidad excepcionalmente rompedora fue artífice de un lenguaje arquitectónico único, personal e incomparable. Pocas veces realizaba planos detallados de sus obras; prefería recrearlos sobre maquetas tridimensionales, moldeando todos los detalles según los iba ideando mentalmente. En otras ocasiones, iba improvisando sobre la marcha, dando instrucciones a sus colaboradores sobre lo que debían hacer.
Según unas biografías, Antoni Gaudí nació el 25 de junio de 1852 en Reus y según otras en Riudoms, lugar de origen de su padre, Francesc Gaudí i Serra, una pequeña población cerca de Reus donde su familia veraneaba. Provenía de una familia de caldereros que fabricaban principalmente toneles gigantes para la destilación del alcohol de la uva, en Tarragona, hecho que le permitió al joven Antoni Gaudí adquirir una especial habilidad para tratar el espacio y el volumen mientras ayudaba a su padre y a su abuelo en el taller familiar. Su facilidad a la hora de concebir los espacios y la transformación de materiales prosperó hasta convertirse en el genio de la creación en tres dimensiones que posteriormente demostraría ser.
Era el menor de cinco hermanos, de los que solo tres llegaron a edad adulta: Rosa, Francesc y Antoni. Fue bautizado en la Iglesia Prioral de San Pedro de Reus el día después de su nacimiento con el nombre de Antón Placid Guillem. La niñez de Gaudí transcurrió entre Reus, donde sus padres tenían la empresa, y el campo, en una humilde propiedad de su madre conocida como el Mas de la Calderera. El pequeño Gaudí era de salud delicada y padeció reumatismo desde niño, lo que le transmitió un carácter un tanto retraído y reservado, razón por la que se vio obligado a pasar largas temporadas de reposo en el Mas de Riudoms, donde pasaba horas y más horas contemplando y reteniendo los secretos de la naturaleza, que consideraba su gran maestra y transmisora del conocimiento más elevado por ser la obra suprema del Creador.
Así, Gaudí encontraba la esencia y el sentido de la arquitectura en seguir sus mismos patrones, siempre respetando sus leyes. Se trataba, no, de copiarla, pero sí de seguir su curso mediante un proceso de cooperación y, en este contexto, hacer de su arquitectura la obra más bella, sostenible y eficaz posible. Por todo eso, Gaudí afirmaba: «La originalidad consiste en volver al origen.»
Realizó sus primeros estudios en el parvulario del maestro Francesc Berenguer, padre del que sería uno de sus principales colaboradores, y luego pasó a los escolapios de Reus; destacó en dibujo, colaborando con el semanario El Arlequín. En 1868 se trasladó a Barcelona para cursar enseñanza media en el Convento del Carmen de la ciudad condal.
En el año 1870 cursó sus estudios de arquitectura, a la vez que se ocupaba con diversos empleos que le permitían pagarse la carrera. Trabajó como delineante para diversos arquitectos y constructores, quizá por eso, al recibir el título, Gaudí, con su irónico sentido del humor, comentó a su amigo, el escultor Llorenç Matamala: “Llorenç, ¡dicen que ya soy arquitecto!”.
Fue un estudiante irregular, pero que ya manifestaba algunos indicios de genialidad que le abrieron las puertas para colaborar con algunos de sus profesores. Entre 1875 y 1878 realizó el servicio militar en el Arma de Infantería en Barcelona, siendo destinado a Administración Militar. Pasó la mayor parte del tiempo rebajado de servicio a causa de su salud. En 1876 tuvo lugar el triste suceso de la muerte de su madre, Antonia Cornet i Bertrán, a los 57 años, así como la de su hermano Francesc a los 25, médico recién titulado que no llegó a ejercer.
Cursó arquitectura en la Escuela de la Lonja y en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona y cuando en 1878 culminó sus estudios, el director de la Escuela de Arquitectura, declaraba: «No sé si hemos dado el título a un loco o a un genio, el tiempo lo dirá». Era innegable que las ideas de aquel joven no eran una mera repetición de lo que se había hecho hasta el momento ni dejarían a nadie indiferente.
Una vez obtenido el título, Antoni Gaudí se estableció por su cuenta en su despacho de la calle del Call en Barcelona, desde donde, con gran entrega, inició el inconfundible legado arquitectónico, gran parte del cual es considerado Patrimonio de la Humanidad.
Su obra, personal e imaginativa, se inspiraba en los elementos vegetales y animales de la naturaleza, y fue de su interés por plasmar unas formas orgánicas que no son planas, sino curvas, de donde salió lo que originó todo un lenguaje propio que se plasmó con la innovadora técnica del “trencadís”, hecho con piezas de cerámica de desecho, uno de sus sellos más personales. El trencadís es una técnica para el revestimiento de estructuras que consiste en la creación de un mosaico, generalmente abstracto, a través de trozos irregulares de cerámica, vidrio o mármol. Se explica la anécdota de que un día Gaudí fue al taller del ceramista Lluís Bru y, al ver cómo colocaba las piezas, se impacientó, cogió un azulejo, lo rompió y exclamó: «Se tienen que colocar a puñados, ¡o no acabaremos nunca!». Toda su obra está marcada por las que fueron sus cuatro grandes pasiones en la vida: la arquitectura, la naturaleza, la religión y el amor a Cataluña.
Sus primeros proyectos fueron los de las farolas para la plaza Real, el proyecto irrealizado de Quioscos Girossi y la Cooperativa Obrera Mataronense. Con su primer encargo importante, la Casa Vicens, Gaudí empieza a adquirir renombre, y recibe encargos cada vez de mayor envergadura. En la Exposición Universal de París de 1878, Gaudí expuso una vitrina realizada para la Guantería Comella. El diseño modernista, a la vez funcional y estético de dicha obra, impresionó al industrial catalán Eusebi Güell que, a su regreso, contactó con el arquitecto para encomendarle varios proyectos que tenía en mente.
Con el mutuo encuentro, comenzó un vínculo de admiración mutua y aficiones compartidas, tejiendo una larga amistad y un fructífero mecenazgo, que dio al arquitecto la oportunidad de iniciar una trayectoria profesional plena donde poder desarrollar todas sus cualidades artísticas. Dio origen a algunas de las más destacadas obras de Gaudí: las Bodegas Güell, los Pabellones Güell, el Palacio Güell, el parque Güell y la Capilla de la Colonia Güell. Asimismo, se relacionó con el marqués de Comillas, suegro del conde Güell, para el que realizó El Capricho de Comillas.
Más allá de la relación con Güell, Antoni Gaudí recibió gran cantidad de encargos y planteó innumerables proyectos. Muchos de ellos, afortunadamente, pudieron convertirse en realidad, pero algunos otros no pasaron del papel. Durante su etapa de madurez, las obras maestras se fueron sucediendo las unas a las otras: la Torre Bellesguard, el Park Güell, la restauración de la catedral de Mallorca, la iglesia de la Colonia Güell, la Casa Batlló, La Pedrera y, finalmente, la Sagrada Familia, uno de los monumentos más visitados de España.
En 1883 aceptó hacerse cargo de continuar las recién iniciadas obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Gaudí modificó totalmente el proyecto inicial, convirtiéndola en su obra cumbre, conocida y admirada en todo el mundo. A partir de 1915 se dedicó casi por completo a este proyecto, hasta que murió. Gaudí comenzaba a recibir cada vez más encargos, por lo que, al trabajar en varias obras a la vez, tuvo que rodearse de un amplio equipo de profesionales de todos los campos relacionados con la construcción. En los primeros años 1890 recibió dos encargos fuera de Cataluña: el del Palacio Episcopal de Astorga y el de la Casa Botines en León. El principio de siglo encontró a Gaudí embarcado en numerosos proyectos, en los que se evidenciaba el cambio de su estilo, cada vez más personal e inspirado en la naturaleza. En 1900 recibió el premio al mejor edificio del año por la Casa Calvet, otorgado por el Ayuntamiento de Barcelona.
Durante la primera década del siglo se ocupa de proyectos como la Casa Figueras, más conocida como Bellesguard, el parque Güell y la restauración de la Catedral de Santa María de Palma de Mallorca, para la que hizo varios viajes a la isla. Entre 1904 y 1910 construye la Casa Batlló y la Casa Milà, dos de sus obras más emblemáticas. Entre 1984 y 2005, siete de sus obras pasaron a ser consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Pero curiosamente, el esplendor de la arquitectura gaudiniana coincidió, en una decisión personal del arquitecto, con un progresivo retraimiento de su figura.
Gaudí, que en su juventud había frecuentado teatros, conciertos y tertulias, pero pasó de parecer un joven dandi con gustos de gourmet, a descuidar su aspecto personal, comer con frugalidad y alejarse de la vida social a la vez que se entregaba con más fervor a un sentimiento místico y religioso. Hasta su vejez caminaba unos diez kilómetros diarios.
En 1906 se instaló en una casa de propiedad, en el parque Güell, actualmente es la Casa-Museo Gaudí. Aquí vivió con su padre (fallecido en 1906 a los 93 años) y su sobrina, Rosa Egea Gaudí. Vivió en esta casa hasta 1925, pocos meses antes de su muerte. Los últimos años de su vida los dedica por completo a la «Catedral de los pobres» — como es popularmente conocida —, para la que incluso llegó a pedir limosna a fin de poder continuar con las obras, residiendo este último tiempo en el taller de la Sagrada Familia.
Gaudí vivió dedicado por completo a su profesión, permaneciendo soltero toda su vida. Al parecer, tan solo en una ocasión se sintió atraído por una mujer, Josefa Moreu, maestra de la Cooperativa Mataronense, hacia 1884, pero no fue correspondido. Pasó en su vejez a la más estricta sencillez, comiendo con frugalidad, vistiendo trajes viejos y gastados, con un aspecto descuidado, tanto que a veces lo tomaban por mendigo, como por desgracia pasó en el momento del accidente que le provocó la muerte.
El 7 de junio de 1926 Gaudí se dirigía a la iglesia de San Felipe Neri, que visitaba a diario para rezar y entrevistarse con su confesor, mosén Agustí Mas i Folch; pero al pasar por la Gran Vía de las Cortes Catalanas, entre las calles Gerona y Bailén, fue atropellado por un tranvía de la línea 30, que lo dejó sin sentido.
Después del golpe, perdió la consciencia y nadie sospechó que aquel anciano indocumentado y de aspecto descuidado, con ropas gastadas y viejas, era el célebre arquitecto, siendo tomado por un mendigo. No fue socorrido de inmediato, hasta que un guardia civil paró un taxi que lo condujo al Hospital de la Santa Cruz, donde posteriormente sería reconocido por el cura de la Sagrada Familia, pero ya era tarde para hacer nada por él.
Antoni Gaudí murió el 10 de junio de 1926 a los 73 años, en la plenitud de su carrera. El entierro tuvo lugar el 12 de junio en la en la capilla de Nuestra Señora del Carmen de la cripta de la Sagrada Familia después de un multitudinario funeral: buena parte de los barceloneses salieron a la calle para dar el último adiós a Gaudí, el arquitecto más universal que la ciudad había visto.
Jaime Mascaró Munar