Ervigio ascendió al trono en unas circunstancias un tanto anómalas, ya que lo hizo cuando su antecesor, el rey Wamba, aún estaba vivo. Para legitimar su ascenso, y como ya hicieran otros monarcas, recurrió a la convocatoria de un concilio nacional, el número XII. El XII Concilio de Toledo se celebró en enero del año 681; el sentido del concilio fue principalmente legitimar la ocupación del trono por parte de Ervigio. Un factor esencial fue que el obispo San Julián apoyó la postura de Ervigio.
Un aspecto importante que podemos destacar del concilio fue el cambio de política con respecto a la Iglesia, se produjeron importantes concesiones a la institución y cesó el carácter intervencionista que había primado con el rey Wamba. Además, Ervigio, le dio una posición preeminente a la iglesia toledana sobre las demás del reino, adjudicó competencias judiciales a los obispos y elaboró unas leyes muy severas contra los judíos.
El XII Concilio de Toledo legitimó a Ervigio y marcó las buenas relaciones con el clero. Aun así, al nuevo rey le quedaba un escollo importante que salvar, la relación con la nobleza. Para ello tuvo que realizar concesiones; la más evidente fue la concesión de la amnistía a los rebeldes que ayudaron al duque Paulo en su alzamiento contra el rey Wamba. Ervigo modificó la ley militar de Wamba que obligaba a acudir, tanto al clero como a los laicos, a ayudar con las armas frente a un alzamiento de sedición. Eximió de esta obligación a los obispos, pero se mantuvieron los castigos a los laicos en caso de incumplimiento. Ervigio no pudo consentir que los nobles y hombres libres no cumpliesen con sus obligaciones militares, por lo que castigó con severidad la deserción.
Durante el reinado de Ervigio se convocaron otros dos concilios: el XIII en el año 683 y el XIV en el año 684. En el primero se certificaron las concesiones hacia la nobleza, aprobándose la amnistía e incluyendo la devolución de las propiedades de los participantes en la rebelión de Paulo. Los obispos decidieron que las devoluciones se hiciesen efectivas siempre y cuando pertenecieran al fisco regio (fiscus). Se decidió que los que hubiesen sido expropiados y después donados a particulares no entrasen en el proceso de restitución.
De igual forma, el concilio aprobó el respeto a las propiedades de la familia del rey una vez falleciese este. Se prohibió obtener confesiones mediante tortura a miembros de la aristocracia laica y religiosa. El juzgado pasaría por un tribunal compuesto por nobles, obispos y gardingos. Se recuerda que los siervos y los libertos no pueden acceder al officium palatinum, la cúpula del reino.
Desde el punto de vista legislativo, Ervigio realizó una revisión del Liber Iuduciorum que consistió en la modificación de alguna de las leyes y la inclusión de otras nuevas. Destacó por su marcado carácter antisemita, y en el XII Concilio quedó clara su postura de creación de leyes contra los judíos. Pidió a San Julián que escribiese una obra contra los ellos, a lo que el obispo accedió.
En el mismo concilio se notó una especial conexión entre Ervigio y San Julián, que después se extendió a los obispos y a la aristocracia. A los obispos les concede el derecho a acoger en exilio a quienes lo pidan frente a decisiones regias. Además, les da la potestad de tutelar la actividad de los jueces; de esta forma, los obispos se convierten en una alternativa a ellos.
A finales del año 687 acaba el reinado de Ervigio. La sucesión no fue compleja, pero sí un tanto extraña, ya que el trono no recayó en ningún hijo de Ervigio, sino que fue a parar a un noble que cumplía con dos características: estaba casado con una de sus hijas y era sobrino del rey Wamba. El elegido era bien conocedor de los oficios palatinos y de la política visigoda. Su nombre fue Egica.
José Carlos Sacristán