Mártires jesuitas españoles en Nagasaki

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El siglo XVI conoció la expansión de España por todo el Nuevo Mundo y Extremo Oriente. La evangelización de otras gentes estuvo detrás de ese impulso misionero, que precisamente llevó al jesuita español San Francisco Javier, el apóstol de las Misiones, hasta los confines, nada menos que a Japón. Allí emprendió la difícil tarea de predicar el catolicismo en una cultura completamente extraña a la occidental.

Tras no pocas dificultades, sus sucesores jesuitas, así como de otras órdenes como los dominicos, franciscanos y agustinos, consiguieron poco a poco lograr nuevos acólitos. Sin embargo, el éxito fue efímero, ya que calumnias de ingleses y holandeses, que merodeaban por aquellas tierras, contra los misioneros, despertaron la animosidad de las autoridades; así como de los bonzos budistas, celosos de las numerosas conversiones, que veían como una amenaza.

También se empezó a ver a los misioneros como supuestos espías, y una avanzadilla de la presunta occidentalización del país, frente a sus costumbres y tradiciones. En definitiva, que pronto se desató una feroz represión, que se tradujo en 149 misioneros mártires, de los cuales, 55 jesuitas, 38 dominicos, 36 franciscanos y 20 agustinos. Sin olvidar los más de 35.000 seglares, muchos asociados a estas órdenes, como terciarios, congregantes marianos, postulantes, colaboradores o catequistas. Entre esos mártires seglares se contaban gentes de todas las clases sociales, sexos y edades, desde ancianos, hasta niños.

De toda esa persecución dan cuenta las Cartas Annua, que enviaban a sus superiores en el Vaticano los jesuitas Cristóbal Ferreira, Mateo de Couros o Bautista Porro. También nos llegó el testimonio de Fray Marcelo de Ribadeneira, testigo directo de esa sañuda persecución, que a duras penas consiguió librarse del martirio.

De todos estos mártires, resulta especialmente conmovedor y ejemplar el caso de tres niños mártires en Nagasaki, que fueron ejecutados junto con otros 26 mártires, en Meako,  los franciscanos San Pedro Bautista y compañeros, y los jesuitas San Pablo Miki y compañeros.

Conmovidos por la determinación de los niños a entregar su vida por la fe de Cristo, antes que abjurar de su fe, las gentes imploraban el perdón, a lo que los tiernos infantes se negaron.

Pese a todas las persecuciones, la semilla de la nueva fe prendió en algunos lugares de Japón, donde los cristianos, sin la presencia de sacerdotes, mantuvieron de forma clandestina su fe. Precisamente Nagasaki fue una de las ciudades con mayor arraigo del catolicismo. Hay quien dice que, precisamente por eso, la elección de esa ciudad nipona por el presidente useño Harry Truman para lanzar una de las bombas atómicas, que determinaría la rendición de Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, no fue casual.

Jesús Caraballo

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