
Tenemos una idea equivocada de lo que fueron las acciones navales en el siglo XVIII.
De la potencia y adiestramiento de nuestra armada.
De lo que ofrecían en comparación, otras armadas europeas.
Nuestra visión, procedente en gran medida del cine, es que teníamos una marina decadente y mal organizada y que marinas como las inglesas y francesas eran superiores a la nuestra. Para dar una visión más acorde a la realidad, pongamos el caso concreto del encuentro frente a las costas de Cuba de dos pequeño jabeques y una fragata inglesa de 36 cañones que en condiciones normales no hubiera tenido ningún problema con enfrentarse a las naves españolas y vencerlas.

Robert Jenkins muestra su oreja cortada al primer ministro Robert Walpole. Fotografía: Museo Británico.
A mediados de 1746 y en el contexto de la ”Guerra del Asiento” o también conocida como “Guerra de la Oreja de Jenkins” , dos humildes jabeques se encontraban patrullando las costas de Cuba. La “Guerra del Asiento” fue un conflicto internacional, ya que aunque en principio solo afectó a España e Inglaterra, a partir de 1742, se convirtió en un episodio de la Guerra de Sucesion Austriaca. A España, el conflicto le cogió en un momento en que todavía se hallaba en plena reforma de su marina de guerra y donde Inglaterra se encontraba en su mejor momento de construcción naval.
Inglaterra ansiaba entrar en el pastel del comercio americano y puso toda la carne en el asador para conseguir hacerse con el mayor botín territorial que pudiera en el Continente Americano. España no tenía los suficientes recursos económicos para volcarse en la construcción generalizada de buques de guerra y planteó una estrategia que consistía en la construcción de fuertes terrestres en puntos estratégicos, con apenas dotaciones materiales y humanas pero apoyado por un sistema de espionaje potente y en comunicaciones eficaces.

Una parte importante de la organización de espionaje, estuvo a cargo de Antonio de Ulloa, que desde el mismo Londres, llegó a infiltrarse en las reuniones de la Royal Society of London for Improving Natural Knowledge”, más conocida como la “Royal Society”, una de las asociaciones científicas más importantes en Inglaterra, donde aparte de discutir sobre los últimos avances científicos, se comentaban las deliberaciones del Gobierno y lo que pensaba hacer el almirante Edward Vernon. En definitiva, que Ulloa se enteraba de todo y con prontitud informaba a Madrid, que a su vez tomaba las medidas pertinentes y avisaba al Virreinato de Nueva España.
Otra parte importante, fue la tecnología. Se trataba de integrar en el Golfo de Méjico un sistema rápido de comunicación y control de la situación. El patrullaje con galeones de alto bordo no era una opción. Eran navíos muy caros de construcción y además lentos y difíciles de manejar en aguas peligrosas como son, incluso hoy en día, las antillanas. La solución fue trasladar la tecnología catalana de navegación en el Mediterráneo al otro lado del Atlántico.

En las costas del Este de la Península, se había desarrollado un tipo de embarcación ligera, rápida, muy maniobrable y al mismo tiempo con una cubierta capaza de soportar los retrocesos de cañones de todo tipo. Desde bombardas a cañones de largo alcance. Se trataba de los jabeques.
Los jabeques eran naves de dos o tres palos, con velas triangulares latinas, y estrechas de casco. Este tipo de naves podían ser tripuladas con pocos hombres, en el caso de dedicarse tan solo al traslado de correo o bien dotarse de una tripulación importante en cuyo caso podían atacar al enemigo con posibilidades de éxito. En todo caso eran muy maniobrables y podían enfrentarse a mares embravecidos así como poder navegar con vientos contrarios. Estos navíos estaban siendo empleados en el Mediterráneo, tanto por los piratas musulmanes, como por el Reino de España para la defensa de sus costas mediterráneas. Más baratas y rápidas de construir, fueron copiadas para patrullar el golfo de Méjico.

El tercer puntal sobre el que se basa cualquier estrategia, es el humano. Los oficiales debían estar bien entrenados, los marineros debían conocer su oficio y los artilleros saber manejar las piezas de combate. En el caso que tratamos, al mando de los dos jabeques que patrullaban las costas de Cuba se encontraba Luis Vicente de Velasco, un personaje que merece colecciones literarias enteras y sagas televisivas, pero que pocos conocen. En este caso centrémonos en lo que hizo en esta acción.
En su rutinario patrullar tropezó con un navío ingles de 36 cañones. Sus humildes jabeques no eran rival para semejante pieza y lo más que se podía pedir a un capitán que se encontrara en esta situación era que uno de los jabeques siguiera al inglés y el otro avisara al puerto mas cercano. Habia otra posibilidad, que consistía en situar a las dos naves pequeñas detrás del buque enemigo, una a izquierda y otra a derecha, aprovechando el angula muerto que todos los buques de vela presentaban en este punto y empezar un lento cañoneo esperando que la suerte fuera propicia y se dañara algún punto vital del navío rival.

Esto es muy bonito sobre el papel, pero en realidad requiere un atento manejo de la nave acosadora y una acertada utilización de los cañones. Que le cuenten la dificultad de semejante maniobra al comandante inglés del Montagu cuando el 26 de julio de 1747, intentó algo parecido contra “El Glorioso” comandado por Pedro Messia, y se encontró de repente con el escalofriante espectáculo de la banda de estribor del navío español y con 35 bocas de cañón esperando la orden de disparo.
Pero la pericia de los marinos españoles era superior a la de los ingleses y la disciplina de fuego muy acertada. El buque ingles no supo zafarse del acoso español y finalmente su capitán tuvo que rendir su nave ante un enemigo claramente inferior.
El hecho tuvo bastante resonancia, incluso en la Península, ya que en 1742, Velasco ya había realizado una acción similar en las mismas aguas. Ello fue motivo para su ascenso en la marina y que finalmente fuera el responsable en 1762 de la defensa del Castillo del Morro en La Habana. Pero esta es otro pasaje de la apretada historia española.
Insistimos que a mediados del siglo XVIII, nuestra marina de guerra se encontraba falta de medios, pero estos eran utilizados de la mejor manera posible y que los oficiales al mando nada tenían que envidiar de la formación que recibían sus coetáneos en los países que competían con nosotros por el control de los océanos.

Manuel de Francisco Fabre