Incursiones cristianas en al-Andalus

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Orduño II de Pamplona

Aprovechando la grave situación en la que se encontraba el reinado de Abdarrahmán III, los reyes cristianos comenzaron con una serie de operaciones militares contra el emir. La primera expedición de saqueo fue la protagonizada por Ordoño II, futuro rey de León, en agosto de 913. La ciudad saqueada fue Évora que resultaba muy vulnerable por tener las murallas bajas. El asalto acaba con el gobernador de la ciudad muerto y sus mujeres e hijos hechos presos. Según fuentes de la época, el número de mujeres y niños cautivos fue superior a cuatro mil y los hombres muertos en la ciudad setecientos.

Évora

En el año 915 se produce la repoblación de Évora  y a ella vuelve Ordoño II, ya como rey y moviéndose con su ejército con total impunidad, prueba de la despoblación de la zona. La intención del rey leonés fue la de tomar Mérida, que era la ciudad más importante de la región. Para ello partió de Zamora donde concentró a sus tropas. El destacamento militar  no llegó a su destino porque los guías musulmanes, que temieron por la destrucción de la ciudad, los perdieron por caminos tortuosos que causaron la fatiga de los animales. Mientras tanto, a los habitantes les dio tiempo a refugiarse en sus fortalezas. Tras reunir de nuevo a la caballería, Ordoño II prosiguió hasta Medellín, llevando consigo un gran número de cautivos y ganado. Finalmente llega a Mérida, donde se limita a admirar la alcazaba, probablemente decidió no atacar por los agasajos que le dio el gobernador  de la ciudad. Desde aquí regresa a León victorioso.

La reina Urraca y Sancho Garcés I de Pamplona

A partir del año 916 el emir de Córdoba inició una serie de aceifas contra los reinos cristianos del norte con la intención de contenerlos. Sin embargo en el año 917 el general Ahmad decide atacar las fortalezas de Castro Muros y San Esteban de Gormaz, donde Ordoño II obtuvo una importante victoria causando un número muy alto de bajas en el ejército omeya. Animado por el éxito, Ordoño II, se une al rey de Pamplona, Sancho Garcés I, con quien emprende, en 918, una campaña contra Nájera, Tudela, Mosquera y el valle de Tarazona. El monarca navarro cruzó el Ebro y atacó el castillo de Valtierra, incendiando su mezquita.

Abdarrahmán III, proyectó vengar el desastre de San Esteban de Gormaz y envió al hachib Badr al reino de León. En 918, Ordoño II, sufre una derrota al sur de río Duero. De esta manera, Badr, logró frenar  la serie de ataques cristianos contra los musulmanes de aquellas tierras.

El éxito que tuvo el soberano omeya en la pacificación de al-Andalus, le permitió centrarse en la lucha contra los cristianos. La lucha tomó el cariz de guerra santa. En la mezquitas se movilizaba a los hombres para la lucha contra los “enemigos de Dios”, como se hacía en Córdoba cada viernes arengando a la población en favor de la guerra santa.

Paneles de la batalla de Valdejunquera

En 920 Abdarrahmán III dirige personalmente la expedición contra los cristianos, en la llamada campaña de Muez. Siguió hasta Guadalajara y Medinaceli y tomó las fortalezas de Osma, San Esteban de Gormaz y Alcalá. Desde aquí subió hasta Tudela para socorrer a los musulmanes que sufrían las incursiones de Sancho Garcés I. Los cristianos sufrieron una grave derrota en Valdejunquera. Los fugitivos se refugiaron en el castillo de Muez. Abdarrahmán III tomó la fortaleza y ajustició a todos los cristianos, dejando campos arrasados y pueblos incendiados y saqueados.

Abdarrahmán III

Aún así, en 921, Ordoño II realizó una incursión por tierras de Medinaceli, Atienza y Sigüenza en la que tomó varios castillos y un cuantioso botín. En 923 se vuelven a aliar Ordoño II y Sancho Garcés I, la colaboración dio sus frutos y tomaron Viguera y Nájera. Para entonces, Abdarrahmán III había tomado la decisión de atacar el reino de Pamplona, marcha a Tortosa y llega a Tudela. Salen a su encuentro los tuchibíes, señores de Zaragoza, que se unen a la expedición. Con ellos entra Abdarrahmán III en Navarra arrasando todo lo que encuentra a su paso, hasta llegar a Sangüesa, cuyos edificios son destruidos y quemados. Cuando llega a Pamplona se encuentra con la ciudad vacía y abandonada. Una vez en el interior, el emir, mandó destruir todos los edificios y arruinar la venerada iglesia de los infieles. Desde aquí tomó camino de regreso a Córdoba. Desde ese momento, Abdarrahmán III se pudo dedicar a combatir a los Banu Hafsún, sin preocuparse demasiado por los cristianos.

José Carlos Sacristán

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