
En el año 928, Abdarrahmán III consigue vencer a los rebeldes de las tierras orientales y occidentales de al-Andalus. Con este respaldo se proclama amir al-mu´minin (“príncipe de los creyentes”), hecho que fue determinante en la historia del Occidente islámico. Se le invoca coma tal por primera vez el 16 de enero de 929 en la mezquita aljama de Córdoba. Además, adopta el sobrenombre de an-Násir li-din Allah (“el que obtiene la victoria por la religión de Alá”). Él mismo reconoce ser merecedor del sobrenombre por haber vencido a los Banu Hafsún.

El motivo de representar estos títulos fue para adquirir prestigio y autoridad, ahora también religiosa, incluido fuera de las fronteras de al-Andalus; en especial frente al estado fatimí de Ifriqiya, a cuyo soberano le disputa la hegemonía del norte de África. Sin embargo, el reconocimiento al califa no es total, aún le niegan obediencia grandes territorios en Badajoz, Beja, Toledo, Valencia y Mérida.
Tras sufrir algún descalabro como la derrota frente a Ramiro II de León, Abdarrahmán III consigue ir reduciendo a los focos rebeldes que le quedan en al-Andalus e incluso en el Magreb. Las victorias se ven sustentadas con un crecimiento económico sin precedentes, que extienden la esplendorosa imagen del Califato de Córdoba.

Un hecho de gran relevancia fue la importancia que tenía la delimitación de las fronteras. Para los historiadores árabes quedaba muy clara la separación de tierras entre dar al-islam (morada del islam), frente a dar al-harb (morada de la guerra), donde la guerra santa era algo ineludible. En al-Andalus existían tres zonas fronterizas llamadas Marcas que se situaban en torno a un centro importante: Marca superior (Zaragoza), Marca media (Toledo y luego, Medinaceli) y Marca Inferior (Mérida). En tales escenarios se prodigaron sediciones rebeldes creando situaciones muy inestables.
La primera de las campañas a las que Abdarrahmán III hizo frente fue la de debilitar a los Banu Marwan de Badajoz. Lo logra tras llegar a un acuerdo con el gobernador, al cual agasaja, le obliga a residir en la capital, Córdoba, le concede bienes y de esta forma acabó con el linaje de los Banu Marwan al frente de Badajoz.

La siguiente campaña la destina a la toma de Toledo, que no se había dejado someter de forma pacífica. Luego en 930 se desplaza hacia allí con el príncipe heredero al- Hakam. El asedio a la ciudad se prolongó por mucho tiempo debido a las defensas y al sitio estratégico de Toledo protegido por el río Tajo. Los toledanos esperaban la ayuda del monarca de León, pero ésta no llegó, por lo que en julio de 932 Toledo se rinde. Abdarrahmán III concede a los habitantes de Toledo la paz con condiciones muy ventajosas, pues quedan libres de tributos —excepto el azaque: limosna obligatoria en el islam—, colectas, alcabalas e impuestos de alojamiento.

Sólo le queda apaciguar la Marca Superior, a los que logra arrancar el compromiso, en 931, de pagar tributos y aranceles y enviar el dinero a Córdoba. Pero poco tiempo después, los señores de Zaragoza, Huesca y Barbastro, se niegan a pagar lo que provoca la reacción de Abdarrahmán III, quien toma Huesca. El califa sigue de ruta por la zona y consigue conquistar el castillo de Maluenda, mientras tanto, el señor de Zaragoza Muhammad ben Hasim al-Tuchibí le entrega Rueda del Jalón, con lo que el soberano se da por satisfecho.

Muhammad se empeña en defender la plaza de Zaragoza de forma independiente, y, es más, se atreve a pedir la dirección del califato por ser descendiente de los omeyas de Damasco. En 936, Abdarrahmán III lo destituye, encarcela y finalmente Zaragoza cae y sus murallas son destruidas. La dirección de la ciudad queda en manos de la familia de Muhammad con la condición de que rindieran pleitesía al califa. Ellos por su cuenta tendrían que prestar fidelidad, dar auxilio militar cuando se requiriese y disfrutarían de un beneficio perpetuo.
En 939 conquista Santarem, en la actualidad ciudad de Portugal, que se la arrebató al monarca leonés. Abdarrahmán III concluye, así, tras veintisiete años su misión de defender toda la frontera de al-Andalus.

José Carlos Sacristán
