En ocasiones leyendo momentos de la Historia te hace rememorar instantes actuales, y viceversa, leyendo noticias de la actualidad te viene a la memoria pasajes de la Historia de España que te hace pensar que situaciones de la actualidad ya se vivieron, guardando las evidentes distancias, por nuestros antepasados.
¿Cómo era la España del año 985?
De forma muy superficial podemos ver una España formada por el poderoso reino de León y el reino de Nájera-Pamplona que se mantenía con una precaria independencia, frecuentemente luchando entre ellos según la personalidad e intereses de los diferentes gobernantes del momento, pero siempre enfrentados con el poder musulmán que llegaba desde el Califato de Córdoba, que se aprovechaba tanto de su fortaleza como de la debilidad de los propios cristianos por sus luchas internas.
También en el noroeste de la Península Ibérica existía un ‘colchón’ creado y mantenido por el Imperio Carolingio desde el año 795 por la conquista de dichas tierras a los musulmanes por los francos, que se gobernaba desde aquel momento por condes francos bajo el nombre genérico de Marca Hispánica.
Las diferentes crisis tras la muerte de Carlomagno fueron generando una autonomía mayor de los condes que gobernaban dichos territorios, que se mantuvieron en el poder, alternando sus ‘simpatías’ entre los diferentes reinos que les rodeaban tanto si eran cristianos como musulmanes.
Estas alternancias se mantuvieron hasta la firma del Tratado de Corbeil el 11 de mayo de 1258 entre Luis IX de Francia y Jaime I de Aragón, tratado por el que se repartieron los territorios a un lado y otro de los Pirineos tras la muerte de Pedro II ‘el Católico’, rey de Aragón, en la batalla de Muret de 1213, dentro del contexto de la Cruzada Albigense (1208 – 1229), defendiendo los territorios aragoneses al norte de los Pirineos, junto a sus aliados Ramón Berenguer V, conde de Provenza, muerto en 1245 y Ramón VII, conde de Tolosa, muerto en 1249. Así, el reino de Francia se hacía con los territorios occitanos del reino de Aragón y este segundo se anexionaba los condados francos de la Marca Hispánica.
Con mucha anterioridad, el conde Borrell II en el año 988 había rechazado renovar el pacto de vasallaje al rey de Francia Hugo Capeto, posiblemente por la falta de apoyo de su predecesor, el rey franco Lotario, durante los sucesivos ataques musulmanes sobre Barcelona.
Llegados a este punto, es conveniente recordar el progresivo aislamiento sufrido por el conde debido a su política ‘pro cordobesa’ con el pago de tributos, creciente relación diplomática, envío de embajadas, reclamando la paz a cambio de obediencia y fidelidad al califa.
Las consecuencias de dicha política generaron tensiones internas con los propios nobles del condado, pero también con el resto de condados y reinos cristianos lo cual vieron este acercamiento del conde Borrell al Califa de Córdoba como no solo como una debilidad interna del condado, sino una debilidad y un riesgo para el conjunto de los reinos cristianos que empezaron a considerarlo una puerta peligrosa de entrada de los invasores musulmanes.
El resultado fue un aislamiento peligroso del conde Borrell, tanto por parte de los francos del norte como de los cristianos peninsulares.
Los acuerdos de obediencia y fidelidad fueron provechosos para sus territorios bajo los mandatos de Abd al-Rahman III y Al-Hakam II, pero que se rompieron con la llegada al trono de Hisham II de cuya debilidad supo aprovecharse su canciller (háyib), Abu ‘Amir Muhammad ben Abi ‘Amir al-Ma’afiri, que desbordado por su radicalismo religioso y ambición, tanto política como territorial y militar, emprendió una serie de ‘aceifas’, incursiones, contra los territorios cristianos, canciller que sería más conocido por su sobrenombre de al-Mansur “el Victorioso» o Almanzor, por los cristianos.
Los primeros ataques de Almanzor se dirigieron contra el mayor de los reinos cristianos, como era el de León, destacando la incursión sobre Santiago en el 997, pero igualmente atacó Pamplona (978), Salamanca (977), Sepúlveda (979 y 984), Cuéllar (977), Zamora (979), Braga (997) y tantas otras poblaciones, sin olvidarse de León en 982, en el 986 y en el 988. Haciendo retroceder la frontera cristiana hasta la orilla norte del río Duero.
La ambición de Almanzor y su radicalismo religioso le llevaron a desarrollar una política de terror que buscaba humillar humana y religiosamente a los cristianos, además de necesitar la permanente entrada de riquezas que permitiesen mantener el gigantesco ejército que había creado.
Por pura lógica depredadora, era imposible que no pusiese el foco sobre Barcelona, que se había desarrollado gracias a sus acuerdos de obediencia y fidelidad a los anteriores califas cordobeses.
Así, Almanzor ejecutó diversos ataques, en el 978 después de devastar Pamplona se acercó a Barcelona fijando su violencia sobre Tarragona, en 982 le tocaría el turno a Gerona después de deshacerse de castellanos y navarros, regresaría una tercera vez en el 984 a las proximidades de Barcelona después de arrasar Sepúlveda por segunda vez.
Finalmente, llegaría el ataque definitivo contra Barcelona en el 985, en esta ocasión todo fue mejor preparado, por mar la flota musulmana bloqueaba cualquier posibilidad de retirada cristiana y por tierra se empleaban ‘almajaneques’, un tipo de catapultas, que ya se habían empleado en la destrucción de Sepúlveda arrojando piedras contras las murallas.
La violencia desatada contra Sepúlveda fue muy similar a la empleada en Barcelona, con el imaginativo y terrorífico añadido en este segundo caso de alternar las piedras con cabezas de cristianos, probablemente fruto dichas cabezas de las masacres realizadas sobre las poblaciones atacadas por degollamiento de sus habitantes.
La defensa de la ciudad por sus habitantes bajo el mando del vizconde Udalardo I, yerno del conde Borrell II, resultó imposible. El 1 de julio comenzó el asedio y el 6 de julio ya todo había finalizado, la ciudad fue saqueada, los habitantes asesinados (principalmente hombres) o esclavizados (se calculan que unos 70.000, en su mayoría mujeres), incluyendo el propio vizconde que permaneció en prisión durante 5 años en Córdoba hasta su liberación y regreso a Barcelona.
Pocas alternativas habría podido tener Barcelona ante tan devastador ataque, pero mucho menos debido al aislamiento al que le habían llevado las políticas “pro-cordobesas” del conde que junto con las crisis del reino franco provocó el rechazo de las peticiones de auxilio del conde Borrell por parte del rey Lotario, y el imposible apoyo del resto de territorios cristianos de la Península Ibérica que … ‘Bastante tenían con lo suyo’.
Para la desgracia de Barcelona, y del resto de los cristianos, el terror no terminó a la muerte de Almanzor en el año 1002, tuvo continuidad en su hijo ‘Abd al-Malak ibn Muhámmad ibn Abi ‘Amir al-Muzáffar (975 – 1008) que regresó a Cataluña en el 1003 tras el infructuoso ataque de los condes catalanes sobre Lérida, en la batalla de Albesa en la cual sería capturado Ermengol I de Urgel, hermano del conde de Barcelona.
En junio el háyid salió de Córdoba y en Medinaceli se le unieron las tropas castellanas y leonesas que había exigido como tributo, conquistando en su marcha los castillos de Áger, Roda, Monmagastre, Meyá y Castelli, penetrando en Urgel y arrasando la llanura barcelonesa, tomando como cautivas a más de 5.000 personas. Ramón Borrell, conde de Barcelona, se vio obligado a solicitar la paz que meses atrás había roto, negociando los rescates de los cautivos, pero las condiciones para la paz con Al-Muzáffar fueron incluso más crueles que las impuestas por su padre Almanzor.
El resultado de las políticas «pro cordobesas» de Borrell II se mostraron como un fracaso con resultados negativos a medio plazo, demostrando que contra el poder musulmán del califato los reinos cristianos de la Península solo tenían dos alternativas, el sometimiento o la guerra hasta lograr la Reconquista de todos los territorios del antiguo reino visigodo.
Vicente Medina