La Batalla de Lepanto (1)

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El feroz choque de dos civilizaciones

«la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros». Prólogo de la IIª parte del Quijote. Miguel de Cervantes Saavedra

Precedentes históricos de la Batalla. Los orígenes del Imperio Otomano

Imperio Otomano siglo XVI

  El origen del Imperio Otomano se encuentra en el pueblo guerrero de los turcos osmanlíes. Unas tribus nómadas que se habían emplazado al noroeste de Anatolia debido al empuje producido por la expansión de los mongoles. Los otomanos u osmanlíes, islamizados en el siglo XIII, serán, con el tiempo, la nueva fuerza del islam en detrimento de árabes y bereberes. Osmán fue el fundador de la dinastía, ya que era un gazí o guerrero de la fe, de la fe suní dentro del islam. En poco tiempo, la dinastía otomana pudo extender su área de influencia política desde sus pequeñas posesiones, situadas al noreste de la península hasta gran parte del Asia Menor. Osman logró importantes conquistas en Éfeso, Esmirna y Magnesia, que facilitaron a los otomanos el muy provechoso acceso al mar Egeo.

Andrónico III

 Su sucesor, Orkhán, consolidaría la supremacía turca osmanlí en el Egeo y en el mar de Mármara, tomando lugares tan señalados como Nicea o Nicomedia. El emperador bizantino Andrónico III intentó, entonces, contener el irresistible avance turco, pero fue derrotado en la batalla de Pelecano en 1329. El sucesor de Orkhán, su hijo Murad, se apoderó de Adrianópolis e invadió Macedonia y Bulgaria. Una invasión que completaría, a su vez, su sucesor Bayaceto quien comenzaría una importante presión sobre Constantinopla a través de un bloqueo de suministros que, de momento, fue salvado gracias a la ayuda veneciana, y quien terminaría la ocupación efectiva de toda la península de Anatolia a finales del siglo XIV. Los reinos europeos comenzaron, con razón, a preocuparse ya por el peligroso y hasta ese momento imparable avance del Imperio otomano.

Mehmet II

 Era evidente que la toma de Constantinopla iba a ser la prueba de fuego para saber si los turcos, que habían logrado superar los ataques del conquistador mongol Timur Lenk, seguirían siendo una temible alianza. Sería en el reinado de Mehmet II, quien acaudillaba un ejército de 80.000 hombres, cuando se daría el golpe final, a pesar de sus legendarias murallas, a la emblemática capital bizantina. Los bizantinos no pudieron soportar el ataque terrestre y naval, con el apoyo de una artillería pesada hasta entonces nunca vista. Se había eliminado el último reducto del ancestral Imperio romano, y comenzaba una nueva era. Nadie podría asegurar en aquel momento que al legendario imperio no le sucediera, con el tiempo, esta nueva fuerza del islam. Europa comenzaba a contener la respiración cuando miraba hacia oriente, el enemigo turco estaba ahí… Bayaceto II, que gobernaría como sultán entre 1481 y 1512, consolidó el Imperio otomano y supo frustrar una rebelión safávida. Pero los últimos tiempos de su reinado estuvieron marcados por el enfrentamiento entre sus dos hijos, Ahmed, el mayor, y Selim, quien finalmente le sucedería.

Selim I

Con Selim I, pese a su relativamente corto reinado —1512-1520 —, se producen hechos fundamentales para la expansión del Imperio. Llegó al poder después de una buena gestión como gobernador de Trebisonda, y con la aureola de excelente jefe guerrero que se ponía en persona al frente de sus tropas, además de hombre de vasta cultura. Fue apodado en vida como Yavuz el Terrible, no solo por las soluciones drásticas que daba a los problemas (en sus dos primeros años de gobierno, después de haber derrotado y ejecutado a Ahmed, se dedicó a exterminar a todos los miembros de la dinastía otomana que pudieran tener algún derecho al trono), como por la violencia que empleaba con sus subordinados.

Los fundamentos del poder Otomano

Sitio de Nicea

 El secreto para fraguar aquel inmenso imperio otomano, además de los primeros logros militares, era el del éxito administrativo a partir de un sistema de impuestos, que valoraba muy bien lo que cada parte del imperio podía aportar. Un sistema que hacía tributar desde el primer momento a las tierras recién conquistadas, como base para su consolidación dentro del imperio. Ante la enorme cantidad de etnias, culturas y religiones de su vasto imperio, los turcos tuvieron que hacer un gran esfuerzo de centralización e integración. La cuestión era respetar las características de todas esas variantes, manteniendo una cierta unidad en la superestructura del imperio.  Los turcos asimilaron varias tradiciones jurídicas — muchas de ellas completamente ajenas al mundo del islam —, lo que obligó a sus dirigentes a hacer algunas concesiones que pusieron de manifiesto el pragmatismo de los dirigentes del nuevo Estado. Se reconoció el derecho en vigor de los territorios conquistados, con tal de que ese derecho se considerara indispensable para el buen funcionamiento del Estado. Con este sistema, los sultanes sabían que iban a encontrar menos oposición entre los vencidos, además de que la economía imponía, en algunos casos, el respeto a las tradiciones jurídicas anteriores (por ejemplo, en las minas de oro y plata de los Balcanes). Eran, pues, también razones de tipo económico las que dictaban esta cierta tolerancia. Todo esto limitó algo la capacidad de los soberanos otomanos para ostentar el poder como auténticos príncipes absolutos. Los turcos constituyeron unidades autónomas étnico-religiosas (que mantenían su propia lengua, religión y organización interna) denominadas millet. Su jefe, con importantes atribuciones en cuestiones de educación o justicia, por ejemplo, respondía de la lealtad de la comunidad ante la autoridad turca centralizada. La población total del imperio se ha estimado para principios del siglo XVI en casi ocho millones de individuos. Y en ese estado multinacional y de diferentes religiones, los dirigentes y la ley fundamental eran obligatoriamente islámicos. Ahora bien, no hubo por parte de la autoridad islámica una clara política de islamización por la fuerza de las poblaciones judía y cristiana. El porcentaje de jenízaros (tropas de elite reclutadas a base de cautivos cristianos) era ínfimo, comparado con la población total cristiana del imperio.  Por otro lado, su efectivo sistema de administración civil se completaba muy bien con su sistema de movilización de recursos para la guerra, incluso por encima de los complejos métodos de asientos y de reclutamiento cristianos. Hay que destacar aquí el devsirme, que gestionaba la incorporación, separando de sus familias a cristianos de 7 a 10 años, para convertirlos al islam y entrenarlos para servir al estado otomano, permitiéndoles incluso que llegaran a altos puestos del propio ejército o de la política. 

Jenízaros

 Los más renombrados soldados turcos eran esas tropas de asalto llamadas jenízaros, que ascendían a unos 12.000 en el siglo XVI. Cristianos cautivos en su origen, como se ha dicho, habían sido educados para la guerra en el palacio del sultán y eran, junto con los tercios españoles, las fuerzas de élite más importantes de entonces en todo el mundo. Por sus servicios, podían ser recompensados con un timar (dominio territorial) y tenían la posibilidad de ascender a los puestos más altos de la administración. Los llamados siphais eran también fuerzas de choque, esta vez de caballería, que tenían sus propios cuerpos de ingenieros y de artillería; y, desde luego, muy compactas y efectivas.  Tanto los jenízaros como los siphais eran llamados los askeri (soldados y oficiales que estaban exentos del pago de impuestos), que empuñaban armas que nada tenían que envidiar a las de los cristianos. Incluso, los arcabuces de los turcos eran de cañón más fino, pero mucho más alargado, lo que les hacía tener una cierta mayor precisión en los disparos lejanos. Las armas que no eran de fuego carecían del inmenso potencial de la pica española, pero los alfanjes y sables turcos estaban entre los mejores aceros del mundo. Y, sobre todo, hay que destacar a los arqueros, que se constituían en el arma masivamente empleada por el ejército otomano.

Peninsula de Galipoli

Por otro lado, los turcos comprendieron pronto la importancia de la artillería y la utilizaron con profusión. Como sus conocimientos técnicos no eran lo suficientemente avanzados, los sultanes reclutarían especialistas alemanes, que suministraron estas terribles armas, tanto al ejército como a la Armada. Esta última, para su navegación en el Mediterráneo y mares adyacentes utilizaba la galera. El número de estas embarcaciones fue creciendo a lo largo del siglo XVI hasta una cantidad verdaderamente impresionante  — se podían llegar a juntar más de 300 galeras para una operación —, por los recursos que tenía el imperio. La base naval por excelencia era Gallípoli, y su gobernador ocupaba también el puesto de gran almirante de la Marina imperial. De esta forma, el Imperio otomano podía presentar en los campos y mares de batalla una máquina de guerra que, en la mayoría de las ocasiones, era muy superior a la de sus enemigos potenciales.


Consejo o diván

Al sultán le asesoraba un consejo o diván, al que asistían los visires, una especie de ministros. En el diván tenían entrada el juez del ejército, algunos gobernadores de regiones importantes, el jefe de la cancillería imperial, el comandante en jefe de la marina imperial y el de los jenízaros. El primer ministro era el denominado gran visir, que, por supuesto, formaba parte del diván y fue un cargo que ostentaron muchos hombres de talento. En las cuestiones fiscales tenía mucha importancia el impuesto individual que pagaban los infieles (impuesto de tolerancia religiosa), la célebre, jyziah, así como los derechos de aduana. En cuanto a la administración territorial, el imperio fue dividido en más de noventa circunscripciones o sanjaks, un tercio de ellas en Europa y los dos tercios restantes en Asia. Al frente de cada una de estas provincias estaba un sanjak bey, que era el jefe militar de la circunscripción y controlaba la administración económica y la actividad urbana. También debía inspeccionar la administración de justicia y tenía, asimismo, un pequeño diván para apoyar sus labores de gobierno. Alrededor de estas instituciones había un cierto número de agentes que controlaban la aplicación de las leyes, y se encargaban de que se asegurara la presencia del Estado en todos los territorios del inmenso imperio. Otra prueba del gran pragmatismo de la administración otomana es que, con objeto de administrar lo mejor posible los ingresos del Estado, la elaboración periódica de censos (se conoce la existencia de alguno anterior incluso al siglo XV), permitía al gobierno seguir la evolución de la situación económica hasta sus detalles. El arrendatario de impuestos, llamado amil, se ocupaba de la recaudación, pero debía responder de que iba a realizar bien su misión a través de varios avalistas. Un inspector de finanzas controlaba, a su vez, la actividad del arrendatario de impuestos. El muhtesib controlaba, asimismo, que todo el mundo observara las disposiciones de los reglamentos vigentes en cuanto a impuestos. 

 La sociedad del Estado otomano no se puede considerar como la que en Occidente se entiende por feudal. Cada trabajador no era un siervo de la gleba, el timariote no era un propietario y no cultivaba sus tierras nada más que de manera circunstancial y a cambio de unos ingresos en su mayoría de carácter fiscal. Incluso se podría comparar con el simple campesino. El timariote recibía los ingresos fiscales en calidad de servidor del sultán y el campesino la tenencia de una tierra para asegurar, a través de los derechos debidos al soberano, la subsistencia del primero.

Mezquita de Al-Bakiriya, en Sanna

  La cultura va a gozar también de gran esplendor en el Imperio otomano. Esta época es, sin duda, su edad de oro y vestigios de ella se pueden encontrar por todas partes del imperio, especialmente en las grandes ciudades como Bagdad, El Cairo, Sarajevo o Argel. La arquitectura es realmente impresionante, como la mezquita de Al-Bakiriya, en Sanna (Yemen); o la no menos espectacular de Damasco. Aunque lógicamente, la mayor muestra del urbanismo y la arquitectura otomana es, lógicamente, la ciudad de Estambul. Una ciudad que parece ser que tenía la impresionante cifra de 700.000 habitantes en la primera mitad del siglo XVI, rodeada por una muralla de unos siete kilómetros. Dentro, destacaba el gran complejo de Süleymaniye, con su magnífica mezquita, el palacio imperial de Topkapi (el famoso museo de hoy)

 El punto de inflexión como se ha dicho, llegó el 29 de mayo de 1453 con la caída de Constantinopla y con ella el poderoso Imperio romano de Oriente; el Imperio Bizantino, a manos del Imperio Otomano bajo el mando de Mehmed II. Este hecho marcó el fin del Imperio Bizantino y un cambio significativo en el equilibrio de poder en el Mar Mediterráneo

 La caída de Constantinopla

 La caída de Constantinopla fue el resultado de un prolongado asedio de 53 días por parte de los otomanos. Mehmed II, conocido como «el Conquistador», lideró el ataque y logró romper las formidables murallas de la ciudad, que habían resistido durante siglos. La conquista de Constantinopla no solo significó el fin de un imperio, sino también el cierre de una importante ruta comercial entre Oriente y Occidente, lo que influyó en el desarrollo posterior de la historia europea. 

 Este hecho provocó el ascenso y la consolidación del Imperio Otomano como potencia dominante en el Mediterráneo oriental. Otro de los hechos que conllevó la caída del Imperio Bizantino fue la necesidad de buscar otras rutas comerciales por el mar hacia oriente; lo que provocaron estas circunstancias es inaugurar la “Era de los descubrimientos”.

 Este hecho igualmente causó en todo el continente europeo y en sus reinos cristianos una profunda conmoción, así como tuvo un impacto en el arte, la literatura y la filosofía de la época.  

Juan II

  En el trono del Reino de Castilla estaba el rey Juan II, padre de la futura Reina Isabel la Católica; en el trono del Reino de Aragón estaba el monarca Alfonso V “El Magnánimo” y en el Reino de Navarra estaba Juan II rey de Navarra y el Reino musulmán Nazarí

León X

  Tras el cisma de Lutero y su excomunión de la Iglesia Católica por el Papa León X en 1521, los reinos cristianos de Europa quedaron totalmente divididos, entre los que se unieron al Cisma protestante y los que permanecieron en la Iglesia Católica. Pero esto no sería lo único que dividiría a Europa entre católicos y protestantes. Es muy considerable la división entre los reinos católicos que actuaban por intereses personales. Entre esas actuaciones, sería pactar con los musulmanes para debilitar a la potencia hegemónica de la Cristiandad, en este caso sería al imperio español y como ejemplo, en estas tareas estaba la “católica” monarquía francesa.

Manuel López Gómez

Orden Franciscana Seglar

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