LA BATALLA DE LEPANTO ( y 3)

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La Liga Santa

En 1570 el Papa San Pío V, alarmado por la evidente amenaza otomana a toda la Cristiandad, convoca a los Reinos Cristianos y Ciudades-Estado católicas directamente afectadas. Finalmente, la Liga Santa fue una coalición formada por la Monarquía Hispánica, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya. En cambio, el Papa Pio V envió a su sobrino el Cardenal Alexandrini como legado al Rey de Francia Carlos IX a unirse a la Liga Santa, a lo que respondió de forma negativa y grosera hacia el Santo Padre; dicho rey acababa de renovar los pactos con el Imperio Otomano. No fue diferente la actitud del nuevo nuncio de Francia en Roma despreciando la Liga Santa. La católica Monarquía francesa formaba parte de una triple alianza con la Europa protestante y con los Otomanos y cuyo principal objetivo era derribar el poderío de la monarquía Hispana. Pasados los siglos la historia se repitió en la II Guerra Mundial;  la Francia ocupada colaboró con los nazis, aunque se intente reescribir la historia con películas cuyo protagonismo indiscutible es la resistencia francesa.

 La Armada Católica tuvo su punto de encuentro en Mesina, allí el espionaje otomano tuvo un fallo que benefició a la Armada Católica, y es que informaron tempranamente de la presencia de 160 barcos, pasados pocos días la Armada aumentó con la llegada de 42 barcos, en total 202 barcos.

“La religión socorrida por España”,

  Tras la batalla de Lepanto Tiziano pintó el cuadro titulado “La religión socorrida por España”, señalando indudablemente a España como principal, verdadera  y gloriosa defensora de la fe católica.

La Batalla  

 En la víspera de la Batalla don Juan de Austria le escribe al príncipe de Éboli lo siguiente: «La gana que hay de pelear en esta Armada es mucha y la confianza en lo de vencer no es menos; haga Dios como Él mas se sirva» . Juan de Austria ponía todo en las manos de Dios.

  Llegado el día 7 de octubre del 1571 al amanecer momentos antes de la batalla don Juan se dirige a su tropa de la Real diciendo: «Hijos, a morir hemos venido y a vencer si fuera esa la voluntad de Dios»

Don Juan de Austria previamente al desconfiar en los venecianos hizo como prevención embarcar a 4.000 soldados de los Tercios en las galeras venecianas y entre mezcló galeras españolas con venecianas teniéndolas así totalmente intervenidas.

 Cada barco católico tenía su estandarte extendido con Cristo Crucificado y a sus pies las Armas del Papa, España y Venecia. Todos recibieron la absolución con indulgencia plenaria.

Golfo de Lepanto

  Avanzando ya la madrugada, las naves de la Liga Santa comenzaron a desplegarse en la boca del Golfo de Lepanto. Se establecieron cuatro cuerpos de combate, intercalándose en ellos embarcaciones de todos los estados participantes. El flanco derecho con 54 galeras y 2 galeazas comandado por don Juan Andrea Doria; el centro con 58 galeras y 2 galeazas Comandado por don Juan de Austria; el flanco izquierdo 53 galeras y 2 galeazas, comandado por don Agustin Barbarigo y la retaguardia con 30 galeras comandado por don Álvaro de Bazán.

 La Armada Otomada comandada por Alí Bajá, partió al encuentro de la Armada Católica en contra del consejo de sus mandos.

  La disposición era la siguiente: en el flanco derecho con 60 galeras y 2 galeotas, comandada por Mehmet Sulik; en el centro con 87 galeras comandadas por Alí Bajá, en el flanco izquierdo con 75 galeras y 5 galeotas comandadas por Uluch Alí, y en la retaguardia con 8 galeras y 22 galeotas comandada por Amuret Dragot Raes.

A las 9 de la mañana las Armadas se podían vislumbrar una a otra navegaron las dos hacia el choque frontal. Como vanguardia 6 galeazas venecianas se colocaron delante con su potente artillería, previamente aserraron los espolones de sus naves para ganar espacio de tiro con la artillería y facilitar el abordaje.

 Al principio el viento era favorable a la armada Otomana, pero avanzada la mañana amainó; pero un poco antes de las 12 de la mañana — la hora del Ángelus — improvisadamente el viento tomó dirección contraria, favoreciendo a la Armada de la Liga Santa. Esto se interpretó como una intervención divina, seguidamente a las 12 de la mañana, se desató el infierno en el Golfo de Lepanto. La armada otomana comenzó disparando la primera andanada de artillería, pero la mayoría de los proyectiles cayeron al mar y esto supuso un acto ventajoso para las naves de la Liga Santa, ya que mientras las naves otomanas cargaban, las naves católicas se acercaron menos de 100 metros ante el enemigo, que era distancia segura de disparo, descargaron sobre los otomanos y arrasaron; entonces la batalla se fragmentó en varios escenarios, cuyo objetivo era abordar las naves enemigas y con arcabuz o espada, o daga y matar al enemigo y echarlo por la borda.

Álvaro de Bazán

 Las primeras naves en entrar en combate tras las galeazas fueron las venecianas comandadas por Agustín Barbarigo, que moriría en su enfrentamiento con el flanco derecho con los otomanos, éstos desbordaron a las galeras venecianas hasta que la reacción de Álvaro de Bazán, enviando refuerzos, equilibró ese flanco. Los otomanos, al caer su comandante Mehmet Sorko, huyeron a tierra, donde fueron perseguidos por los soldados de la Liga Santa.

 El almirante corsario Uluch Alí, comandante del flanco izquierdo, consiguió que las galeras de Juan Andrea Doria se alejaran mar a dentro, dejando así un hueco. El comandante genovés intentó reaccionar, pero era tarde, El comandante berberisco había aniquilado a toda la dotación de la nave capitana de la Orden de Malta, así como otras naves de la Liga Santa estaban en serias dificultades. De nuevo Álvaro de Bazán y Juan de Cardona enviaron refuerzos, consiguiendo hacer huir a los supervivientes otomanos que se llevaron consigo una galera veneciana como botín.

Réplica nave capitana.

 Pero era en el centro donde se combatía con mayor fiereza, la Sultana — nave capitán general otomana— había abordado a la Real nave donde estaba don Juan de Austria, cuando los jenízaros intentaban tomar la galera, la firme actuación de los arcabuceros e infantería impidió que consiguieran este objetivo. Don Álvaro de Bazán, viendo la peligrosidad de la situación, no dudó en ir personalmente en ayuda de algunas naves que le quedaban, siendo blanco de arcabuzazos que no consiguieron traspasar su armadura, consiguiendo romper con la amenaza otomana a la Real.

Alí Bajá

 Llegada la tarde fueron los soldados de los Tercios, comandados por el Maestre de Campo don Lope de Figueroa, los que habían abordado a la Sultana, donde dieron muerte a Alí Bajá, el comandante general otomano, un soldado del Tercio decapitó a Alí Bajá, seguidamente prendieron el estandarte que el Sultán regaló a su Capitán General. A las 4 de la tarde corrió como la pólvora la muerte de Alí Bajá y viéndose superados los otomanos, se rindieron. En esta batalla un jovencísimo Alejandro Farnesio se hizo famoso por el coraje demostrado.

 Finalizada la batalla, el golfo de Lepanto estaba teñido de color rojo, miles de muertos flotando otros en el fondo del mar hundidos y ahogados por el peso de sus armaduras, todo estaba plagado de restos de maderas de barcos hundidos y despedazados. Se estima que unas 60.000 combatientes murieron o fueron heridos en el combate. La flota otomana fue prácticamente destruida, de 42.000 bajas, murieron 30.000 y 12.000 fueron cautivos, donde estaba incluido lo más selecto de sus mandos y marinería, así como los Jenízaros, los soldados de élite musulmanes. Se hicieron 8.000 prisioneros y 12.000 esclavos remeros, entre ellos mujeres, fueron liberados.

 Las bajas de la Liga Santa llegaron a 10.000 personas entre combatientes y marineros.

 Esta victoria no solamente fue celebrada por los católicos sino también por la Europa protestante y con ella se incluye a Francia.

 La Liga Santa liderada por España había liberado a Europa del peligro otomano sobre todo al mar Mediterráneo, donde fue aniquilado el dominio musulmán y el peligro que con ello conllevaba. Aunque los otomanos repusieron la flota en seis meses, los mandos, que hacían efectiva y operativa su armada, habían caído en la batalla. Desde Lepanto se inició el lento declive del Imperio Otomano.

 Cuando llegó al Vaticano la noticia, se rezó un Te Deum presidido por el Papa y acompañado del Colegio Cardenalicio

 Entre España y el Imperio Otomano comenzó lo que se llamó como la “Tregua Silenciosa”, donde ninguna de las dos potencias volvió a tener un conflicto armado.

La batalla se ganó por táctica naval, capacidad de fuego y capacidad de combate. La Liga Santa tenía un as para ganar y ese as eran los Tercios Españoles, enviada la élite de todos los Tercios.

 De forma comparativa, para mostrar la ferocidad de la batalla de Lepanto; en el desembarco de Normandía, que duró prácticamente un día, hubo 4.460 bajas, de las que 1860 cayeron en combate. En cambio, la batalla de Lepanto duró 4 horas con 30.000 muertos otomanos y 8.000 cristianos.

Batalla de Lepanto

 La batalla de Lepanto fue un hecho transcendental en la historia de Europa, donde, aún la historiografía que dejaron los Ilustrados escrita con manos francesas, tergiversa los hechos históricos de España, ocultando la realidad de la historia y el papel de tanta trascendencia que tiene España a nivel mundial. Aún, por desgracia, se sigue practicando y asumiendo ésta historiografía en las aulas de nuestra nación, donde ya va siendo hora de que la historia vuelva a nosotros depurada de términos ideológicos, leyendas negras, etc.

Francisco I y Solimán

   También conviene recordar el papel tan miserable que practicó la monarquía francesa con Francisco I y Carlos IX, así como la jerarquía de la iglesia francesa que, igualmente, siguiendo los pasos de su rey en aquel, tiempo traicionaron al pueblo francés,  a la cristiandad y a la fe católica, donde se podía constatar su triple alianza con la Europa protestante y con los otomanos, para principalmente mermar el poder de la católica Monarquía Hispánica.

                                       Lepanto y la Virgen María

Pio V y la visión de la victoria

  Las fuentes católicas que relatan la batalla de Lepanto, a menudo omiten mencionar un hecho muy importante, presente en algunas fuentes musulmanas. Estas últimas dicen — y hasta ahora todas las fuentes católicas están de acuerdo —, que hubo un cierto momento en que la situación de los católicos parecía desesperada. Se había producido un terrible enfrentamiento entre los dos ejércitos a bordo de los barcos, y en este enfrentamiento, en un determinado momento, los católicos estaban batiéndose en retirada y la situación parecía completamente perdida.

De repente, cuando menos se lo esperaban, los musulmanes comenzaron a retroceder, y algunos de ellos a los que se les preguntó qué ocurría, respondieron que una Señora apareció en el cielo vestida de Reina y los miró, con una mirada tan terrible, que les faltó completamente el valor y huyeron.

Reflexionemos sobre esta situación. Se trataba de una batalla naval, la mayor librada en la historia hasta ese momento, que creó un “suspense” en toda la Cristiandad, porque en ella estaba en juego el futuro de Europa.

Europa estaba miserablemente dividida entre católicos y protestantes: los protestantes habían abierto una brecha en el seno de la Cristiandad, y los países católicos, ya probados por la lucha contra los protestantes, no hubieran podido resistir si importantes fuerzas musulmanas hubieran desembarcado en el sur de Italia. Roma habría caído en manos de los musulmanes y no se sabe quién habría podido detener su avance. Humanamente hablando, la causa católica parecía perdida.

San Pío V

En esta inmensa batalla naval luchaban cuatro potencias cristianas, convocadas por san Pío V:  España, la mayor potencia de la época;   Venecia, que era una gran potencia naval pero sobre todo tenía mucho dinero, con el que contribuyó a esta cruzada;  Génova, que ofreció un gran almirante, Andrea Doria, para dirigir sus barcos en la batalla;  y un pequeño equipo del Papa, que era todo lo que podía reunir para garantizar la presencia de todas las fuerzas católicas frente a un enemigo tan poderoso y brutal.

El destino de la batalla fue incierto. Las descripciones coinciden en que fue terrible, una tremenda carnicería. Los católicos abordaban barcos musulmanes, algunos musulmanes ya estaban en barcos católicos, la gente moría y lo hacía en ambos bandos. Los barcos chocaban y algunos se deshacían. Barcos que se hundían, personas lanzadas por la borda con armaduras que se ahogaban, tras algunos intentos de mantenerse a flote. Cañones atronadores, ruidos tremendos, confusión. Y los católicos retirándose…

En este momento de la lucha, el comandante don Juan de Austria invoca la ayuda de Nuestra Señora y las fuerzas católicas recurren a la fe, pidiendo a la Virgen que baje de su lado.

Don Juan de Austria

Podemos imaginar el esfuerzo de don Juan de Austria por recogerse y, por así decirlo, distanciarse de la batalla. Se encuentra en medio de la lucha, con un enemigo a sus espaldas y otro frente a él, golpeando al que se le viene encima y sin saber qué camino tomar.

En ese momento, sin embargo, toma distancia mental del acontecimiento para volverse hacia su fe, para mirar la suerte general de la batalla y darse cuenta de que la está perdiendo, a pesar de que los católicos multiplican sus esfuerzos con gran celo.

Santo Cristo de Lepanto

Imagínense el espíritu de fe de los que luchan y no se rinden, de los que dan su vida por una causa que desde el punto de vista humano parece muy comprometida. ¡Pero eso fue antes de que interviniera la Virgen! Se puede decir que esperaba contra la esperanza, que tenía fe contra las razones que le llevaban a la desesperación. En efecto, humanamente no había esperanza, y no fue por razones humanas por lo que los musulmanes se retiraron. Pero al mismo tiempo fue por la confianza que tenían en la intervención de la Virgen, que apareció en el punto más alto del cielo.

Curiosamente, parece que los enemigos la vieron, pero no los católicos. Las tropas islámicas, sin embargo, huyeron. Esto significa que aquellos combatientes católicos tuvieron el mérito de la fe pura, de la fe oscura: no vieron el milagro, pero sintieron los efectos del milagro. Fue necesario que el enemigo contara el milagro, que explicara por qué habían huido para darse cuenta de que, efectivamente, la oración había sido escuchada.

¡Cuánta fe en esta situación crítica, en este día histórico! La batalla estaba perdida, o casi.

Podrían haber pensado: “Salvemos al menos el pellejo, rindámonos. Si lucho, estoy muerto, si me rindo me convertiré en esclavo de los musulmanes, pero alguien pagará el rescate por mí y al cabo de unos meses seré libre”. No pensaron así. Cada uno se decía a sí mismo: “Veo en el mar cómo hombres que están muriendo la misma muerte que me espera a mí y se debaten en su última angustia. Tengo confianza en que si muero volaré al Cielo como un mártir, pero también tengo confianza en la posibilidad de la victoria”.

De hecho, esta confianza se vio recompensada y ganaron la batalla.

Manuel López Gómez

Orden Franciscana Seglar

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