El 1 de septiembre de 1625, los vigías de Cádiz detectaron las velas de una escuadra que no era deseada ni bienvenida. Se trataba de las fuerzas conjuntas anglo/holandesas, al mando de Sir Edward Cecil, lord de Winbledon, al frente de una escuadra formada por más de 100 navíos y unos 10.000 hombres. No era una novedad, ya en 1587 Francis Drake había sorprendido a la flota española fondeada en la bahía destruyéndola totalmente y posteriormente en 1596 Robert Devereux no solo se había contentado con hacerse con los buques en la bahía sino que había asaltado la ciudad, saqueándola salvajemente.
Las circunstancias habían cambiado. Cádiz había ganado importancia económica respecto a Sevilla, ya que su acceso para las flotas de Indias era mucho mas fácil y después de los ataques anteriores, las defensas de la ciudad se habían mejorado notablemente con la construcción del castillo de Santa Catalina y la torre del castillo de San Sebastián. Sin embargo la estrategia defensiva no había cambiado, no existía una guarnición permanente, o mejor dicho, dicha guarnición era mínima y todo se basaba en la capacidad del espionaje español que debía avisar con tiempo suficiente para hacer confluir sobre la ciudad las tropas necesarias.
En este caso, el espionaje funcionó correctamente, pero la desorganización en la puesta a punto de la escuadra enemiga fue de tal calibre que llegó un momento en que el duque de Media Sidonia, Juan Manuel Pérez de Guzmán y Silva, Capitán General de Andalucía, decidió repartir las tropas acantonadas en Cádiz entre diversas ciudades andaluzas para aliviar a la ciudad de la presión de más de 6.000 soldados pululando por sus calles. Cuando Fernando Girón de Salcedo y Briviesca, encargado de la defensa de la ciudad se apercibió de la indeseada visita, envió aviso al duque de Mediana Sidonia quien ordenó el envió de refuerzos a la zona.
Sin embargo la guarnición existente tras los muros defensivos era sumamente escasa y el tiempo corría en su contra. Si los soldados ingleses y holandeses conseguían desembarcar rápidamente, un ataque frontal a través del istmo que une la ciudad con la Península, hubiera sobrepasado la capacidad defensiva de los españoles. Sin embargo hubo suerte y se tomaron rápidas decisiones. En la bahía habían amarrada la escuadra de galeones de la Guarda del Estrecho al mando de don Roque Centeno, que los envió a la Carraca, bajo la protección de sus defensas. Roque no se limitó a esperar acontecimientos, sino que hizo desembarcar a la tripulación y la envió a hostigar a las tropas enemigas para dificultar su desembarco.
Los ingleses intentaron atacar cerca del fuerte de Puntales pero se encontraron con la defensa cerrada, que no esperaban, de los marinos españoles y desistieron en su intento. Cambiaron de objetivo e intentaron atacar a través del istmo, pero un garrafal fallo en el suministro de municiones y víveres retrasó la operación. Las tropas inglesas, faltas de mandos y de disciplina empezaron a saquear caseríos aislados donde para su desgracia encontraron todo un cargamento de vino y ron preparado para ser embarcado hacia América. El botín fue engullido rápidamente y al día siguiente la mitad de las fuerzas inglesas estaban sufriendo la resaca de una noche de borrachera.
No nos vamos a alargar contando los detalles de las diversas acciones pero ante la llegada de nuevas tropas españolas y las noticias de que nuevos refuerzos se estaban movilizando desde Andalucía, Edward Cecil decidió reembarcar y desistir del intento. Ya no contaba con el factor sorpresa y la reacción española fue mucha más rápida y organizada de lo que se había esperado.
Fue en este momento que don Roque Centeno destacó. Podía haberse quedado al cuidado de sus buques, contabilizando bajas y daños. Nadie se lo hubiera reprochado ya que ya había hecho más de lo que se le había ordenado, pero no estaba contento. Ordenó que las tropas que acababan de participar en los combates terrestres volvieran a las naves, las dotó de nueva munición y pertrechos y se lanzó en persecución de la flota que huía. Los ingleses y holandeses habían atrapado a once carabelas que habían sorprendido en la bahía y se las estaban llevando, pero al ver la decidida acción de las naves españolas decidieron abandonarlas. Roque recuperó las naves y tripulaciones con la consiguiente alegría de familiares y armadores que ya veían como desaparecían en manos inglesas, vecinos y caudales.
Roque Centeno recibió público reconocimiento por sus acciones y su carrera culminó en 1637 con el nombramiento de General de la flota de Nueva España. En el desempeño de este cargo y encontrándose en Veracruz preparando el regreso de la flota a España, se sintió enfermó y murió en 1641 con 73 años de edad. Fue un leal servidor de España hasta el último momento de su vida.
Manuel de Francisco Fabre
https://es.wikipedia.org/wiki/Roque_Centeno_Ord%C3%B3%C3%B1ez
https://es.wikipedia.org/wiki/Defensa_de_C%C3%A1diz_(1625)
Cuántos valientes militares hemos tenido y que poco se habla de ellos en los medios que solo están volcados en lucrarse a fuerza de pan y circo.