Desde la lejana fecha del 7 de diciembre de 1492, cuando un perturbado mental intento asesinar al rey Fernando el Católico en Barcelona, no se había producido en España un hecho semejante. Durante este dilatado periodo de tiempo, no habían habido intentos de acabar con la vida del representante máximo del poder, hasta que el 27 de diciembre de 1870, una banda de emboscados, acabaron con la vida del general Prim, que ostentaba el cargo de Presidente del Consejo de Ministros de España.
Juan Prim Prats había nacido el 6 de diciembre de 1814 en la ciudad de Reus en Tarragona. Su padre, Pablo Prim Estape, era de profesión notario, pero la Guerra de la Independencia contra los franceses, cambiaron el curso de su vida y de notario paso a capitán en la primera legión catalana y acabada la guerra, fue jefe del batallón de Tiradores de Isabel II, en la primera guerra carlista. Juan siguió los pasos de su padre en su segunda profesión e ingresó como simple soldado en una de las compañías que luchaban contra los carlistas en Catalunya, probablemente apadrinado por su padre.
Pero su padre murió el mismo año debido a una epidemia de cólera y Juan Prim se encontró en el ejército sin ningún tipo de apoyo, tradición ni formacion militar. Tenía solo 19 años y el futuro se le auguraba oscuro. Sin embargo consiguió ir ascendiendo a fuerza de valor y de destacar en acciones bélicas y consiguió ascender a oficial, pero en la escala de “milicias nacionales”, cosa que le impedía mandar tropas “de línea” o sea regulares y con posibilidad de ascenso dentro del escalafón del ejercito oficial.
Sin embargo sus numerosas acciones exitosas contra los carlistas catalanes, Villamajor del Valles, San Miguel de Serradell, Solsona, hicieron que en 1838 fuera ascendido a “Capitán en comisión”, cosa que en la práctica le permitió entrar en el escalafón de las tropas regulares. Cuando terminó la guerra, con veintiséis años, era ya coronel y su nombre conocido en amplios sectores.
En 1836, hubo el Motín de la Granja de San Ildefonso, que produjo una ruptura entre los liberales, en 1840 Prim se adhirió a la corriente liberal progresista, influido por el ambiente que se respiraba en su Reus natal, ciudad de tradición mercantil y fabril, y con predominio liberal, pero que se encontraba rodeada por los pueblos de la comarca de tradición rural y donde imperaban los realistas y carlistas.
En 1841 era diputado por Catalunya y desde este puesto se opuso a la eliminación de los aranceles a los tejidos extranjeros, cosa que dio un buen golpe a la industria catalana que tenía dificultades para competir contra los tejidos ingleses. El bombardeo de Barcelona por Espartero en 1842, acabo de enemistar a ambos y se exilio en Paris en 1842, para volver al año siguiente y encabezar en Reus un levantamiento contra Espartero que actuaba de regente. La intervención de Prim en la caída de Espartero le valió los títulos de conde de Reus y vizconde del Bruch.
Fue nombrado gobernador de Barcelona con el fin de acabar con la revuelta radical de “La Jamancia” que encontró eco también en diversas ciudades de Catalunya, entre ellas su Reus natal. Le costó algunos meses, en medio de algunos episodios bastante sangrientos, lo que le valió que sus antiguos compañeros de ideario, progresistas y democráticos, le dieran la espalda.
Su carácter le hacía asumir riesgos y implicarse en acciones peligrosas y su fama hizo que se le acusara de estar relacionado con otro de los episodios de la época contra el gobierno, ello provocó un juicio del que salió con una condena de exilio que no cumplió. Otro vaivén de la política de la época en 1847, hizo que fuera nombrado capitán de Puerto Rico, cosa que puede que fuera una manera de alejarlo de la metrópoli. Ahí actuó de forma despótica, barrio a una incipiente revuelta y cuando en 1848 se sublevaron los esclavos de la vecina colonia de la Martinica, Prim tomó una serie de medidas preventivas y promulgó un Código Negro que no se caracterizaba por su contenido racista contra la “raza africana”
Un poco asustados de su despóticas acciones, se le relevó del cargo y volvió a la política, llegando a ser elegido por el distrito de Vic y después por Barcelona. De nuevo cambio su talante y de ser recordado como sangriento represor en Catalunya paso a defender los intereses económicos de esta al defender a capa y espada el proteccionismo catalán.
Sin embargo no estaba cómodo en su posición de simple diputado y en 1853, consiguió que le nombraran jefe de la comisión militar que debía informar de las operaciones militares de la Guerra de Crimea, que enfrentaba a Rusia contra una liga formada por otomanos, franceses, ingleses. En ello estaba cuando se enteró “La Vicalvarada”, otro levantamiento liberal progresista y regreso apresuradamente a España. Entre 1854 y 1856 le dio tiempo para ser elegido en las nuevas cortes constituyentes, ser nombrado Capitán General de Granada y como Melilla dependía de Granada, desplazarse a la plaza amenazada por lo cabileños, vencerlos en Cabrerizas en 1856 y ascender a teniente general.
Entre 1857 y 1852 se vio envuelto en un consejo de guerra, siempre por encontrarse cercano a grupos que habían intentado diversos golpes de estado y a una acusación de oponerse a una acción bélica contra Méjico debido a intereses privados, ya que su mujer, Francisca Agüero González, era mejicana.
En 1859 el presidente del gobierno, general O’Donnell, declaro la guerra al Sultanato de Marruecos y nombro a Prim jefe de la división de reserva. Este se tomo muy a pecho el nuevo cargo y consiguió que la sociedad civil respondiera con entusiasmo, consiguiendo que la Diputación Provincial de Barcelona organizara y financiara un batallón de voluntarios. De su valor no hay duda, aunque hay quien todavía se acuerda hoy en Marruecos de sus matanzas.
Fue el punto más alto de su carrera militar. Regresó a la Península e hizo todo un recorrido en loor de multitudes. La reina Isabel II, le otorgó el marquesado de los Castillejos con Grandeza de primera clase.
Entre 1861 y 1862 se vio envuelto en el conflicto mejicano, donde Francia e Inglaterra, pretendían quedarse con parte de la enorme tajada que representaban los territorios que apenas veinte años antes pertenecían a España. Fue muy criticado por sus acciones, sobre todo por su última decisión de reembarcar al ejercito expedicionario y al volver a España retorno a la política pura y dura.
Entre 1863 y 1868 se vio envuelto en una serie de espirales conspirativas que no tenían otro objetivo que conseguir la implantación de un gobierno liberal, pero sin que se llegaran a extremos libertarios. Se creó numeroso enemigos dentro y fuera del Partido Progresista y volvió a defender con denuedo la implantación de aranceles para proteger a algunos de sus conciudadanos catalanes, pero ahí tampoco hubo unanimidad y dentro de su región natal también tenía enemigos. Finalmente el 30 de septiembre de 1868 la reina Isabel II abandonaba España y dejaba el poder en manos de un gobierno que nombre a Prim la cartera de Estado. Prácticamente todo el poder estaba en sus manos y el solo decidió que el futuro de España estaba en una monarquía parlamentaria. Pero había entonces que nombrar un nuevo rey y su decisión fue que el nuevo monarca debía ser Amadeo, Duque de Aosta. Ello le granjeó nuevos enemigos.
Finalmente en la noche del 27 de diciembre de 1870, un grupo de emboscados en la calle del Turco en Madrid, le dispararon varios trabucazos que le causaron la muerte tres días después. La autoría jamás ha sido esclarecida.
Los autores podían ser varios. Antiguos carlistas que habían sufrido su represión al principio de su carrera, liberales resentidos, pretendientes a la corona que se sintieron vejados, el sultanato Marroquí para saldar viejas heridas, o incluso grupos esclavistas catalanes que veían peligrar sus posesiones en Cuba debido a otro giro que Prim hizo sobre la solución al problema caribeño.
El caso es que, desde el atentado a Fernando el Católico, trescientos años antes, no había habido atentados contra la autoridad máxima del Estado, y después de Prim hubo nada menos que cinco. Esperemos que nuestro futuro sea mucho más tranquilo.
Manuel de Francisco Fabre