El 1 de marzo de 1476, se enfrentaron dos coaliciones, dentro del contexto de la guerra civil castellana que se desató a la muerte de Enrique IV de Castilla. Por un lado, el bando que luchaba por los derechos sucesorios de Isabel I La Católica, apoyada por su esposo Fernando II de Aragón y sus tropas, y el otro bando formado por los castellanos, que apoyaban a Juana la Beltraneja y al príncipe Juan de Portugal, que estaban respaldados por Alfonso V de Portugal además de Luis XI de Francia. Esta breve pincelada da una idea de que el conflicto no solo era sucesorio, sino como ocurrió otra vez en el siglo XVII a la muerte de Carlos II, se convirtió en un conflicto internacional, con la sana intención de repartirse un botín. Este era ni más ni menos el Reino de Castilla, que era uno de los más poderosos y organizados en la Europa del siglo XV.
Después de dos años largos de enfrentamientos, las tropas que apoyaban a Juan de Portugal se dirigían a la ciudad de Toro, procedentes de Zamora, y fueron alcanzadas por el ala derecha del ejército isabelino y que estaba mandada por Álvaro de Mendoza, que atacó a las fuerzas formadas por las alas centro y derecha, las derrotó y consiguió hacerse con el estandarte real portugués. Pero el ala izquierda lusitana, mandadas por el príncipe Juan de Portugal, atacó a su vez en medio de la noche y bajo un fuerte temporal, consiguiendo recuperar el estandarte.
Alfonso V de Portugal, había salido huyendo hacia Valladolid sin enterarse de que Juan había vencido y había mantenido el terreno de la batalla. Según las reglas medievales, el que mantenía el terreno, había vencido, pero Alfonso no contaba con la capacidad de gestión de la comunicación de Fernando II. Este, con una visión moderna de la situación, se dedicó a la propaganda y ocupó el día posterior al encuentro a escribir cartas. Cartas dirigidas a los principales jefes que estaban indecisos sobre cuál facción apoyar. En ellas se contaba solo la primera parte de la batalla y se presentaba esta como una gran victoria de las tropas isabelinas. El resultado es que Juan de Portugal, perdió gran parte de los apoyos que hasta ahora tenía y acabó abandonado los territorios castellanos. A finales de 1476, el conflicto estaba acabado y Juana, la Beltraneja, acabó recluida en un convento.
No fue una batalla gigantesca, el total de las tropas contendientes era de aproximadamente 16.000 hombres. Algunos historiadores, dicen que fue una ocasión perdida de unificar la Península Ibérica en un único reino, pero olvidan que en realidad se estaba dirimiendo la unión de Portugal y Castilla. En la Península había además el Reino de Navarra, el Reino Nazarí de Granada y el poderoso Reino de Aragón. En mi opinión, el curso de la historia hubiera sido muy distinto al que conocemos ahora, pero probablemente hubiera caída bajo la esfera de Francia el territorio ibérico, más teniendo en cuenta que Navarra ya gravitaba en el círculo de poder francés.
Nosotros podemos sacar muchas conclusiones, pero el que las sacó fue Fernando II. Militarmente, ya dejó de confiar en los grandes enfrentamientos de caballeros acorazados y financiados por nobles que cambiaban de bando con facilidad y se enfocó en el uso de las armas de fuego y las tropas profesionales. Gonzalo de Córdoba, en las campañas italianas, confirmaron que su opción era la correcta. Los Tercios Españoles fueron la consecuencia de esta opción.
Otra curiosidad histórica de esta batalla, proviene de una persona que no participó personalmente en la contienda, pero que tuvo una influencia decisiva no solo en la batalla, sino posteriormente en la senda que siguió el reino unificado de Castilla y Aragón, tanto en el aspecto económico, como moral. Estamos hablando de Isabel la Católica.
Dicen las crónicas que ella se dio cuenta de que el mayor número de bajas se producía después de una batalla debido a los malos cuidados de los heridos. No creo que eso sea cierto. Todo el mundo lo sabía, pero a ella sí que le interesó la cuestión y se ocupó activamente para paliarla, y por indicación expresa de ella, al ejército seguían tiendas con medicinas, ropas limpias y personal encargado de los heridos. En la batalla de Toro esto se hizo de forma incipiente, pero durante la campaña para reducir el Reino de Granada, las crónicas hacen mención expresa de esta organización y es la primera vez que el concepto de “hospital de campaña” entra la historia.
De nuevo fue una contribución de la incipiente España al mundo y por un impulso de Isabel I la Católica, una reina que no dudó durante toda su vida a enfrentarse a los que consideraban que “todo valía” en aras del beneficio.
Manuel de Francisco