Los que nacieron en los 50 del año pasado, probablemente se acordarán de que en las clases de historia, les hablaban de pasada de la odisea de un tal Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un aventurero español, que a principios del siglo XVI, atravesó a pie América del Norte desde la desembocadura del Misisipi hasta el noroeste de México, ya muy cerca del Pacífico.
Tardó casi ocho años en realizar la proeza, que no fue un viaje de exploración voluntario, simplemente naufragó en las costas del golfo de México y no le quedó más remedio que no rendirse y continuar hasta el final.
Su proeza no pasó desapercibida en la Corte española y el emperador Carlos I, cuando regresó a España, se informó de lo que había hecho, de la información que había conseguido reunir durante su caminata y del carácter de Alvar y decidió que podría ser un buen candidato para resolver los problemas que experimentaban en el nuevo asentamiento en el mar de Plata, donde el gobernador había muerto y la colonia se encontraba en precario estado.
No importaba nada que el mar de Plata se encuentre en el hemisferio sur y según parece, a Cabeza de Vaca, tampoco, porque aceptó el encargo. Parece que no había tenido bastantes aventuras. Desde luego aquellos hombres estaban hechos de una pasta distinta a la nuestra.
Ya hemos contado en otra reseña, como Alvar se encontró con serias dificultades para llegar por mar a Buenos Aires y decidió desembarcar en territorio del actual Brasil, adentrarse en tierra firme, buscar un río que según le decían existía y, previa construcción de pequeños bergantines, dejarse llevar por la corriente, hasta encontrar el asentamiento de Asunción, donde llegó el 11 de marzo, de paso descubrió las cataratas de Iguazú y es que a este hombre se le daban bien los descubrimientos geográficos.
En Asunción, Cabeza de Vaca se encontró con una situación complicada por partida doble. Por un lado, las relaciones con los indígenas, por otro las intrigas entre los españoles de la colonia y finalmente por las distancias. Alrededor de 1.400 km, a través de un territorio del cual no hay mapas. Tan solo vagas indicaciones e informaciones de indígenas que parece que se están riendo de uno. Pero los españoles de aquella época eran organizadores compulsivos. Podían construir naves con madera verde e inapropiada y trazar caminos a través de marismas. Podían orientarse solo con leer la posición del sol y sabían utilizar unas tablas astronómicas que parecían haber sido copiadas miles de veces, por amanuenses escondidos en camarotes ridículos encajados en naves diminutas. Era difícil detenerlos.
Cabeza de Vaca construyó cuatro bergantines y los envió en dos expediciones separadas para auxiliar a los que habían quedado en Buenos Aires. Mientras había que resolver el problema de los “agaces”, amable tribu local cuya actividad preferida era robar y asesinar a todo el que tuviera algo que valiera la pena de ser robado. Los “agaces” no se habían limitado a atacar a sus vecinos indígenas, sino también se habían divertido a asaltar los establecimientos españoles. Ahí se equivocaron, ya que si había una cosa que los españoles no toleraban era que destruyeran lo que con tanto trabajo habían acumulado. Hubo guerra y evidentemente los “agaces” salieron perdiendo. Aprendieron la lección y cuando Cabeza de Vaca estaba ocupado con el envío de sus bergantines, llegaron en delegación para negociar nuevas normas de convivencia.
Cabeza de Vaca tenía experiencia en trato con indígenas y supo, a base de regalos, agasajos y serias advertencias, establecer un contrato y que los “agaces” se declaran vasallos del emperador Carlos I, aunque no supieran muy bien quién era aquel lejano soberano. También consiguió que los indígenas “guaraníes”, se declararan vasallos y detuvieran su guerra endémica con los “agaces”. Durante las negociaciones hizo vista gorda con ciertas costumbres un tanto excéntricas de los dichos indígenas, entre las que se encontraban la de comerse a los que derrotaban en sus luchas tribales.
Pero había otros pueblos en la zona, con parecidas costumbres. Los “payaguás” que se entretenían a atacar a sus vecinos, los “guaxarapos”. Cabeza de Vaca organizó una expedición con el objetivo de convencer a ambos pueblos de que era mejor colaborar y dejar de guerrear entre ellos. Utilizó la vieja técnica del palo y la zanahoria y consiguió nuevamente pacificar la zona.
Hasta ahora solo habíamos hablado de los enemigos indígenas de Cabeza de Vaca, pero estos no eran los más temibles.
Cuando el antiguo gobernador, Pedro de Mendoza, murió cruzando el Atlántico, en viaje de solicitud de ayuda para la incipiente colonia, dejó una situación explosiva, donde varios de los capitanes que quedaron se creyeron con el derecho de ser los sucesores. En apariencia, cuando Cabeza de Vaca llegó después de su rocambolesco viaje, reconocieron los documentos de la Corona y acataron las órdenes del emperador nombrándole nuevo gobernador, pero solo fue una apariencia.
Aprovecharon cuantos incidentes ocurrieron para acumular pruebas contra Cabeza de Vaca, Felipe de Cáceres encabezó una revuelta, nombrando nuevo gobernador a Domingo Martínez de Irala, apresando a Alvar Núñez y enviándole a España con acusaciones formales.
Ahí se pasó Cabeza de Vaca el resto de su vida, intentando restablecer su honor y valorando todo lo que había hecho. Para conseguirlo, redactó dos libros, “Naufragios”, donde se habla de su odisea en América del Norte, y “Comentarios”, donde describe sus peripecias en el Sur. Ambos libros fueron escritos con el ánimo de defenderse ante las acusaciones de los oficiales españoles de la provincia del Río de la Plata y, por tanto, presentan a Alvar Núñez como un negociador que conoce la idiosincrasia indígena. Nadie se presenta como el “malo de la película” en un documento que se pretende utilizar ante los jueces y, por tanto, podemos dudar de su punto de vista, pero tenemos que reconocer que los detalles que en ellos se presentan han podido comprobarse mediante otras fuentes y prueba que la personalidad de Alvar Núñez Cabeza de Vaca era extraordinaria y sus documentos son las primeras descripciones etnográficas de muchos pueblos indígenas de América.
Manuel de Francisco Fabre
Agradeciendo su valiosa intención de revalorizar a nuestro héroe, don Alvar, solo hacer una corrección fraterna: el termino Mar de Plata (o Mar del Plata) solo aparece cuando se funda esa ciudad atlántica en 1878. Buenos Aires esta en lo que (desde 1529) se denominaba Rio de la Plata o tierras Del Plata. Saludos cordiales desde alli mismo.
Agradezco tu comentario.
Si, es cierto que la zona ha recibido diversos nombres a lo largo de los siglos, pero normalmente, prefiero utilizar los nombres actuales para mejor comprensión de los lectores, aun a riesgo de caer en algún anacronismo.