Dos personajes se reunieron para firmar un tratado de largo título, “Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre su Majestad Católica el Rey de España y los Estados Unidos de América”, si bien, es más conocido por el apellido de los representantes de los Estados mencionados, Tratado Adams-Onís. De un lado, Luis de Onís, representante del rey Fernando VII, incomprensiblemente conocido como el Deseado, y el Secretario de Estado John Quincy Adams, por parte de Estados Unidos. El objetivo no era sino fijar los límites fronterizos entre la nación norteamericana y el por entonces conocido como virreinato de Nueva España. Las conversaciones se iniciaron en 1819, después de transcurridos varios años sin que EE. UU. otorgase el plácet al ministro plenipotenciario español hasta 1814, a pesar de gozar de tal nombramiento desde 1809.
La frontera quedó fijada más allá del rio Sabina y Arkansas hasta el paralelo 42º norte. Es decir, España renunció a cuantos territorios quedaban más allá de dicha latitud, en concreto el conocido como Oregón. También cedió las Floridas, la Luisiana y la navegación por el rio Mississippi. Mientras, la Corona española se convirtió en única soberana de Texas, que los norteamericanos reclamaban como parte de la Luisiana. Los cinco millones de dólares recibidos por España ayudaron a compensar la entrega de unos territorios sin interés para la Corona por estar tan remotos de ella y de nulo interés comercial, por aquel entonces. De otro lado, las tres Floridas, añadida una a la corona inglesa y en disputa las otras dos, no eran realmente soberanía española. Asimismo, la firma de dicho tratado implicaba un litigio con los ingleses, asentados en el Canadá, que se disputaban con los EE. UU. la delimitación de las fronteras en forma definida.
El 10 de julio de 1821 José Coppinger, último gobernador español, entregaba San Agustín y el 17 el coronel José María Callava lo hacía con Pensacola a los norteamericanos.
El tratado fue ratificado en 1832por México y los Estados Unidos. Tras la guerra entre ambos países, cuando en 1848 quedaron fijadas las fronteras. México perdería parte de los territorios heredados de España e incluidos en la línea del tratado Adams-Onís, para, transcurridos unos años, resultar la nueva frontera establecida en el curso del rio Bravo, también conocido como rio Grande del Norte.
Luis de Onís, una vez firmado y ratificado el tratado fue nombrado en 1821 embajador español en Londres y al año siguiente le fue concedido el retiro. Cuando en 1822 los Cien Mil Hijos de san Luis penetraron en España para restaurar el absolutismo borbónico, y sostener el Antiguo Régimen que deseaba imponer Fernando VII y poner fin a la Guerra Realista y al Trienio Liberal, Onís abandonó voluntariamente la nación que había representado y se exilió en París. Falleció en Madrid el 17 de mayo de 1827.
Del otro lado, John Quincy Adams, 6º presidente de los EE. UU. ― hijo del segundo presidente, John Adams, uno de los padres fundadores de la nación norte americana―, el 4 de marzo de 1829, habiendo perdido las elecciones en el año anterior, abandonó su cargo, y se negó a acudir a la toma de posesión de su sucesor, Andrew Jackson. El desaire recibido de éste en forma pública al no hacer de la tradicional “llamada de cortesía” al Presidente saliente, obtuvo contundente respuesta, hoy de cierta actualidad. Así pues, cuatro han sido los Presidentes que no han asistido a la investidura de su sucesor; John Adams, padre, con respecto a la de Thomas Jefferson; su hijo John Quincy Adams, hijo, Andrew Johnson, ― el primer Presidente de Estados Unidos en ser enjuiciado por un impeachment aunque absuelto ― y, por último, Donald Trump.
Francisco Gilet