Durante unas de esas fiestas familiares, en las cuales te encuentras al típico pariente de izquierdas y muy bien informado, estuve escuchando con paciencia las insensateces que decía el familiar. Entre las cosas que dijo, fue que la Catedral de Sevilla fue construida con el oro espoliado a los indígenas americanos. Intentar hacerle ver la realidad a ciertas personas que están inmersos en un mundo virtual es realmente difícil y taxativamente le dije que lo que afirmaba no era cierto y ahí quedo la cosa. Sin embargo, la efeméride de su inauguración, me ha hecho volver sobre el tema y alentado a escribir unas líneas.
EL 8 de julio de 1401, el cabildo catedralicio, o sea, la asamblea formada por un colegio de clérigos con personalidad jurídica y autoridad normativa, decide derribar la antigua mezquita almohade y construir una nueva catedral en el mismo solar. La viaje mezquita, había resultado muy dañada por el terremoto ocurrido en 1356 y su reparación muy costosa y de resultados poco fiables. Para empezar a plantear algunos datos, esta decisión fue tomada 90 años antes de que Colon pisara América. Poco podía influir el oro americano en esta toma de posición.
La toma de semejante decisión fue hecha en medio de una declaración de soberbia, fruto de la pujante situación económica de la ciudad. Según tradición oral, los cabildos llegaron a decir “Hagamos una iglesia tan hermosa y tan grandiosa que los que la vieren labrada nos tengan por locos», pero es que en las actas escribieron que la obra debía ser «una tal y tan buena, que no haya otra su igual”
¿De dónde venía esta potencia económica? Pues fundamentalmente del comercio abierto hacia África y el Mediterráneo a través del mayor puerto fluvial del mundo, como era el puerto en el Guadalquivir. En el siglo XV, Sevilla tenía un tamaño similar a de Florencia y era la más grande de toda la Península Ibérica. Según estimaciones, esta ciudad aportaba casi el 20% de todos los tributos recaudados en el Reino de Castilla. Su potente comercio marítimo de larga distancia se basaba en las leyes del mercado, sin intervención de ninguna de las autoridades políticas. No era el caso de lo que sucedía en el norte de Castilla.
De todas formas, desde el momento de la decisión hasta que se iniciaron las obras, transcurrieron más de treinta años y no fue hasta 1434 que se empezó a derribar la antigua mezquita. Después del paso de dos maestros de obras de escasa incidencia en la obra, se hizo cargo de los trabajos el francés Charles Gauter de Ruan, que ya había trabajado en la catedral de Barcelona y en la Seo Vieja de Lérida. A su muerte en 1448, le sucedió Jean Normant. En 1498 el cargo recayó en Alonso Rodríguez, hasta la finalización.
Una de las raras características de la construcción de la Catedral de Sevilla, es que tanto los maestros mayores como los principales actores técnicos, formaron una cadena a lo largo de los años. O sea que habían trabajado a las órdenes del anterior técnico hasta su fallecimiento. Este hecho, hizo que la obra se realizara con mayor rapidez ya que hubo pocos cambios de opinión durante los más de setenta años que duró la construcción.
No fue hasta el 6 de octubre de 1506, que se celebró de forma oficial la colocación de la última piedra, en la parte más elevada del cimborrio, aunque realmente las obras continuaron durante algún tiempo mas sobre todo en la finalización de las capillas. La consagración se realizó en 1507 y el resultado fue un enorme templo de estilo gótico de armoniosas proporciones y diseño muy riguroso. Un éxito de la técnica y del empuje del pueblo sevillano.
Porque, insistimos. La construcción del templo no tuvo nada que ver con los caudales que pudieran venir de América. La Casa de Contratación para gestionar el comercio americano, se fundó en 1502. No hubo tiempo material para que su fundación afectara, ni para bien ni para mal, a las obras de la catedral. Fue el comercio de la ciudad que funcionaba perfectamente desde hacia mas de cien años quien financió un edificio que hoy asombra a quien lo observa.
Pero frente a las ideas preconcebidas es muy difícil de luchar y totalmente imposible razonar. Así que para muchos, cuando se visita la Catedral de Sevilla y se queda admirado ante semejante grandiosidad, están convencidos que aquello proviene del oro americano, cuando en realidad, procede simplemente de la laboriosidad y fervor religioso del pueblo sevillano del siglo XV.
Manuel de Francisco Fabre