Este año se cumplen 450 años de la Batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”, según la describió Miguel de Cervantes, que participó en dicha gesta. ¿Qué tiene que ver la localidad madrileña de Villarejo de Salvanés con ese acontecimiento histórico?
Hay una íntima relación entre este pueblo del sureste de Madrid y la batalla librada en el mar Mediterráneo. Un motivo sin parangón por el que Villarejo se hace eco del 450 aniversario de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571).
Una vez conseguida la victoria, Luis de Requesens y Zúñiga ofrece en agradecimiento por la intercesión del Cielo en la batalla, levantar un convento en el pueblo del que era Comendador. Y así sucedió. La victoria obtenida en Lepanto, la presencia de Requesens en la batalla y su cargo como Comendador Mayor en la Encomienda Mayor de Castilla, cuya cabeza administrativa se encontraba en Villarejo, fueron factores decisivos para la construcción y fundación de un convento bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria de Lepanto, y que acogería a frailes de la Orden Menor de Franciscanos Observantes.
Luis de Requesens, nacido en Barcelona el 25 de agosto de 1528, pasaba largas temporadas en el municipio junto con su mujer Juana de Estelrich. Los comendadores tenían como misión dotar de cuidados y mejoras las tierras de sus encomiendas, permaneciendo obligatoriamente cuatro meses al año en la sede de su Encomienda. Hay testimonios de que fueron padrinos de muchas gentes de Villarejo. Y fue Villarejo también el escenario del nacimiento del primogénito del Comendador, Juan Gaspar Silvestre de Zúñiga que nació en el Palacio de los Comendadores de la Fortaleza de la Orden Militar de Santiago de Villarejo, en 1559, y fue bautizado en la iglesia de San Andrés Apóstol del mismo municipio. El primogénito del Comendador también sería Comendador Mayor de Castilla, en la localidad madrileña.
El catalán era persona de absoluta confianza del rey Felipe II. El monarca había dejado en las manos del Comendador, en el enfrentamiento naval, una importante tarea, al margen de las propias misiones militares. Actuaría como lugarteniente del Generalísimo de la flota cristiana de la Liga Santa, integrada por las naves de España, los Estados Pontificios y Venecia, Don Juan de Austria, llamado de niño Jeromín, vigilando los impulsos del joven (24 años).
Sin duda, Requesens se había ganado con sus labores el favor del rey, que de inmediato le autorizó para la construcción del convento, que se llamó San Francisco de Villarejo. La licencia de fundación se firma en 1572 y se sabe que gran parte de los vecinos de Villarejo contribuirían a levantar aquel Convento, que se empezaría a construir en 1573. Luis de Requesens no vería terminado su proyecto, al fallecer tan solo tres años después, el 5 de marzo de 1576 en Bruselas. Además, las obras del convento duraron 30 años, y no hay constancia de la celebración de ceremonias hasta 1605, cuando se sabe se dio una misa en él y una salve en honor a de Nuestra Señora del Rosario.
El altar mayor del convento franciscano que mandó construir Luis de Requesens estaba destinado a albergar una imagen concreta, la de una Virgen de la advocación del Rosario, a la que rezara el Papa Pío V durante las horas de la Batalla. El Papa Pío V ve con buenos ojos esta nueva obra y decide regalar al Comendador la imagen para que presida ese nuevo convento. La Virgen de la Victoria llega a Villarejo de Salvanés después de viajar por mar hasta Valencia y, desde allí, es transportada hasta Madrid en una carreta tirada por bueyes, que custodiarían trece frailes franciscanos.
Este viaje ocurre apenas comienzan las obras del convento, por lo que la imagen de la Virgen no podía quedarse en Villarejo todavía. Por este motivo estaba previsto que continuase viaje hasta Vallecas, para permanecer allí en una ermita hasta que terminasen las obras del santuario de Villarejo.
En este contexto hay una hermosa historia sobre la llegada de la Virgen a Villarejo. Se trata de la leyenda de los bueyes. Parece ser que los trece frailes llegan hasta Villarejo de Salvanés por el Camino Real de Valencia y deciden parar a coger fuerzas y tomar aguas. Una vez que van a retomar su camino hacia su destino en Vallecas, los bueyes se quedan inmovilizados y es imposible que sigan caminando. Así y desde ese momento, el pueblo de Villarejo interpreta que la Virgen se quiere quedar para siempre en este pueblo del que será Patrona. Y así sucedió: se habilitó para la imagen una estancia en la Casa de la Encomienda, sede administrativa y económica de la Encomienda Mayor de Castilla, también conocida como Casa de la Tercia. Y en esta Casa se quedarían los frailes franciscanos y la Virgen de la Victoria esperando durante los 30 años que estuvo levantándose el santuario para ocupar el altar mayor de este nuevo edificio, lugar donde permanece hasta nuestros días.
Gracias a todos estos
acontecimientos, Villarejo de Salvanés pasó a formar parte de la historia de
una batalla naval librada en el mar Mediterráneo, vinculándose para siempre con
la Armada, que participa tradicionalmente en
las procesiones y celebraciones que tienen lugar en este municipio cada 7 de
octubre en honor a la Patrona.
Jesús Caraballo
Muy interesante él artículo. Pasé muchas veces por Villarejo de Salvanes y apartir de ahora lo haré con otro pensamiento.
Otra efeméride más que, dentro de la que hoy es Comunidad de Madrid, tiene como motor y ejecutor a un catalán. ¡Y aún habrá quien diga que Cataluña no es España!