La historia de España está plagada de curiosos incidentes. En este caso vamos a estudiar el destino del navío San Telmo. Un final dramático, que no fue muy halagüeño para sus 644 tripulantes. Todos terminaron en el fondo del gélido Océano Antártico.
Para el San Telmo, la historia empieza en 1788, cuando fue botado en El Ferrol y asignado a la “Escuadra del Océano”. No era un barco pequeño incluso para los parámetros modernos. Imaginaos una mole de 52 metros de largo, 14.5 de ancho y una altura de 7 metros. Todo construido en madera. Desplazaba 2750 toneladas.
El ingeniero naval Romero de Landa, fue el diseñador de una serie de seis navíos que se construyeron a fines del siglo XVIII y fueron el punto álgido de la ingeniería naval de la navegación a vela militar. Landa, hizo un compendio de los conocimientos náuticos de la época y unió la directrices que seguían los navíos franceses, donde se primaba la velocidad sobre la estabilidad con las reglas de los constructores británicos, donde se construían barcos más lentos pero menos dados a escorarse.
El resultado fue un barco capaz de navegar a 14 nudos en condiciones óptimas. Unos 25 km/h que no son nada desdeñables ni siquiera para los veleros modernos. Los británicos conocían sus características y los seis de la serie fueron tratados con respeto. El navío no participó en la batalla de Trafalgar, porque se encontraba en reparaciones de rutina durante la contienda, pero después fue utilizado en operaciones conjuntas con los británicos durante la Guerra de la Independencia, fundamentalmente en el Mediterráneo.
Después vino el nefasto rey, Fernando VII y la sublevación de las provincias de ultramar. Después de una larga guerra en el territorio español, no quedaba casi nada de la antigua potencia naval. Fernando VII no se resignaba a perder el control de Sudamérica, y decidió enviar una escuadra para apoyar la soberanía de las provincias del Pacifico desde el mar. Falto de medios en los astilleros destruidos por el conflicto, decidió comprar cuatro navíos de línea a Rusia. La compra fue un fracaso. Tres de ellos se debieron desguazar nada más llegar a la Península.
Fernando VII insistió apresuradamente y envió una escuadra formada por la nave capitana San Telmo, las dos fragatas Prueba y Primorosa Mariana que fueron las únicas que llegaron al Callao y el Alejandro, el único buque ruso capaz de navegar. Partieron de Cádiz en la peor época del año, ya que significaba atravesar el Pasaje de Hoces (o pasaje de Drake, según los ingleses) al extremo sur de América en el invierno austral.
Para acabar de complicar la situación, el Alejandro tuvo que volver, ya que era incapaz de afrontar el Atlántico alborotado. En el contexto de la época, el San Telmo iba a suponer la presencia del buque más poderoso de todo el Pacifico. Los británicos lo sabían y temían la llegada de semejante mole en una zona donde empezaban a tener intereses económicos.
Pero el San Telmo jamás llego a su destino final. El 2 de septiembre, entre olas que barren la cubierta y el frio viento antártico, se escribe desde las fragatas acompañantes: “Hemos dejado de ver al San Telmo en latitud 62º sur y longitud 70º oeste con averías graves en el timón, tajamar y verga mayor…” Estaban en una zona donde nadie nunca había llegado. Las fragatas consiguieron llegar a las costas americanas, pero del San Telmo, nunca más se supo y la marina española no disponía ya de recursos para iniciar su búsqueda en unos mares de los cuales no se conocía nada, salvo que el clima era infernal y el frio aterrador.
Casi dos meses más tarde, el capitán de la armada británica, Robert Fildes es enviado desde Valparaíso para confirmar las noticias sobre avistamientos de tierras muy al sur, donde podía haber zonas de explotación de focas. Llevaba como piloto a un tal Williams Smith, que decía haber visto a casi 900 km del cabo de Hornos, el punto más al sur conocido del continente americano, indicios de tierra.
Filde y Smith llegaron a las islas Shetland del Sur, desembarcaron en una de las islas y tomaron posesión en nombre de la corona británica el 19 de octubre de 1819. Desde entonces la historia oficial reconoce a Williams Smith como el primer hombre en poner el pie en la Antártida. Filde no contó nada más, pero sí lo hizo Smith, que en su diario describe al hallazgo de los restos de un navío español en la actual isla de Livingston. Años más tarde un ballenero llamado Weddell, también informa del hallazgo de restos de un navío español de 74 cañones.
La razón por la cual no se dio publicidad a estos hallazgos es bastante evidente. Inglaterra estaba empezando a consolidar su imperio marítimo y no le interesaba que una España agotada, pero con todavía recursos suficientes para plantear pleitos internacionales, le disputara la posesión de unas tierras, que no tenían ningún valor intrínseco, pero que podían servir perfectamente como base temporal para los operaciones en tierra de cazadores de focas y balleneros.
Todo quedó en el olvido hasta casi 190 años más tarde, cuando el catedrático Martín Bueno de la universidad de Zaragoza, y un grupo de chilenos, organizo varias campañas arqueológicas de investigación in situ en base a los informes de la armada británica, ya desclasificados. EL resultado fue el hallazgo en tierra de restos de tela y vestuario, típicos de la marinería española del siglo XIX, así como algunos objetos de menaje español. En el fondo del mar se encontraron diversas anomalías magnéticas que indican la existencia de masa metálicas sumergidas que coinciden con las improntas que dejarían cañones o anclas.
Las islas Shetland, son inhóspitas, carecen de vegetación y con temperaturas muy bajas la mayor parte del año. En teoría estas condiciones, ayudarían a la conservación de restos leñosos pertenecientes a una mole que desplazaba 2750 toneladas. En la práctica estas condiciones debieron ser el origen de su desaparición. Las islas fueron finalmente la base para los cazadores de focas y estos necesitaban grandes cantidades de combustible para fundir la grasa de estos animales. En un sitio donde no existe vegetación alguna, los restos del San Telmo, debieron terminar en los hornos portátiles de los depredadores británicos.
¿Cuál fue el final de los tripulantes? La San Telmo llegó a Livingston en el invierno austral. El equipo que llevaban no era el adecuado para invernar. Puede que murieran de inanición y por el frio o tal vez lo más probable es que intentaran construir un barco más pequeño con los restos del San Telmo y alcanzar el continente americano. No lo consiguieron.
En Puerto Real, provincia de Cádiz, existe una plaza en el barrio de pescadores, homenajea a los tripulantes del barco del cual toma su nombre. Poco más hemos hay en España en recuerdo de aquellos esforzados marinos.
Manuel de Francisco Fabre
https://www.todoababor.es/listado/navio-santelmo.htm
https://es.wikipedia.org/wiki/San_Telmo_(Nav%C3%ADo_de_1788)