Los godos entraron en la Península Ibérica en el año 414 de la mano de Ataulfo, quien se estableció en Barcino, actual Barcelona. En esos momentos estaba asentada la monarquía sueva en el noroeste peninsular (409-585). El hecho importante es que la monarquía goda se queda en Hispania para crear el Reino Visigodo de Toledo.
Los godos habían asentado su reino en Tolosa y gobernaban mediante el foedus ― tratado o alianza ― con el Imperio romano. Al mismo tiempo que el Imperio se desintegraba se producía la penetración militar de los godos en Hispania. Desde el inicio los godos actuaron contra otras invasiones bárbaras como las de los vándalos, suevos y alanos. En el año 507 los francos de Clodoveo destruyeron el reino godo de Tolosa, desde ese momento la Península Ibérica se convierte en el escenario principal de la gesta goda. En un principio los asentamientos se limitaron a ser guarniciones militares cercanas a núcleos urbanos o centros rurales fortificados.
La entrada original de los godos no superó la cantidad de 100.000 individuos, y los nobles acompañados de sus séquitos armados establecieron alianzas con sus homólogos hispanorromanos. Al no estar asentada con firmeza la monarquía goda, a principios del siglo VI se crea la provincia bizantina de Hispania bajo el mandato del emperador Justiniano. Más tarde (625), en tiempos de Suintila los bizantinos serán expulsados de la península.
La España goda auténtica, reformada y con un poder político centralizado comenzó en el año 569 con el reinado de Leovigildo y terminó en el año 719, año en que los invasores islámicos ocuparon los últimos territorios dominados por los godos.
Desde finales del siglo VI el nombre de España ya estaba extendido para designar el reino de los godos. Reino que se identificó con el cristianismo, el latín y las reformas romanas. De esta forma se generó la historia común de todos los pueblos que habitaban la Península. Esto se pudo conseguir gracias a la uniformidad étnica, cultural y sociopolítica conseguida a finales del siglo VI con los reinados de Leovigildo y su hijo Recaredo (586-601). La continuación y culminación a este camino emprendido se dio con los reyes Chindasvinto (642-653) y su hijo Recesvinto (649-672), con la promulgación de los códigos legales: el Código revisado de Leovigildo y el Liber Iudiciorum.
El conocimiento del carácter militar de los hispano godos o visigodos queda limitado por las fuentes históricas conocidas que son insuficientes. Por este motivo, los aspectos técnicos sobre el armamento, obras defensivas o tácticas militares no se han explicado de forma clara. En cambio, sí hemos desarrollado el aspecto de la jerarquía militar en lo referente a mandos y oficiales, así como la composición de las unidades militares y su financiación.
Desde las leyes antiguas se venía conociendo que la unidad táctica mínima del ejército godo era la “decanía” mandada por un “decano”. Diez decanías constituían una “centena” mandada por un “centenario” que constituía la unidad táctica más importante. La suma de varias centenas formaba una thiufa dirigida por un thiufadus. Estos términos no eran latinos, sino godos. El significado de thius era esclavo, luego thiufadus venía a ser algo así como “el jefe de los esclavos”, lo que nos da señas de la importancia de los esclavos en el ejército del rey, tradición que venía del siglo V. Durante el siglo VII el término tiufado se convertirá en un título; en un rango.
El hecho de que las distintas formaciones de tropa y mandos tengan la base decimal, nos indica la perfecta adaptación que tuvieron de las divisiones del ejército romano, cuya articulación y mando asumieron los godos.
Alarico I formó el ejército como maniobra del Imperio romano de su época, su sucesor y yerno,
Ataulfo, formó un ejército de 15.000 guerreros, con muchos regimientos en permanente campaña en funciones de guarnición. Todo cambió en el 476 con la caída definitiva del Imperio de Occidente y con la posterior derrota goda en Vouillé (507). El ejército tuvo que reconstruirse, pero con dimensiones mucho más reducidas que las que tuvo con Ataulfo. Teudis gobernó desde 531 con un ejército de 2.000 lanceros, los cuales se beneficiaban de posesiones que eran heredables siempre y cuando el beneficiario siguiera siendo guerrero.
Siguiendo la tradición de los ejércitos germánicos anteriores, el núcleo del ejército estaba formado por los séquitos militares vinculados al rey. Se distinguía perfectamente entre los nobles y el numeroso contingente constituido por gentes no libres.
La guardia y el séquito del rey, durante el siglo VII, quedaban conformados por los gardingos y espatarios. Los espatarios eran guerreros de élite que utilizaban la spata que era un gran estoque. Estaban bajo el mando de un “conde de los espatarios”. Los gardingos realizaban diversas funciones como delegados del rey.
Durante los siglos VI y VII la función principal del ejército era la de llevar el control territorial y garantizar la estabilidad política y social, para esto bastaba con las tropas de guarnición de las principales ciudades y plazas estratégicas. Leovigildo promulgó una ley con la intención de que las tropas de guarnición quedasen bajo la orden y jurisdicción de los condes de cada ciudad.
Por lo visto hasta ahora, podemos deducir que el conde de ciudad representó un cargo esencial en el sistema administrativo y de gobierno territorial. No conocemos el número que hubo de condes de ciudad, pero sí sabemos que en las regiones con más afluencia de población y riqueza su número era casi el mismo que el de sedes episcopales.
La ley de Leovigildo menciona al duque como el superior militar del conde. Este grado tiene su origen en el Bajo Imperio y Leovigildo lo incluyó en su administración militar. A partir de Chindasvinto, los duques adquieren retribuciones civiles al frente de cada provincia. De origen hubo seis provincias ― Gallaecia, Tarraconense, Cartaginenese, Lusitania, Bética y Narbonense ―, para después, a finales del siglo VII, formarse dos nuevas provincias: Cantabria (alto valle del Ebro y territorios aledaños) y Asturiense (Asturias y territorios de la meseta situados al sur de esta). Los duques pertenecían o estaban relacionados con la familia real, y a falta de heredero directo al trono, eran los candidatos que optaban al puesto.
El rey Wamba realizó una conversión en el ejército, la cual continuó su sucesor Ervigio y consistió en que, ante un ataque exterior o una rebelión interna, se tendrían que movilizar en armas todos los que estuviesen en un radio de 100 millas, bajo la dirección de los condes y duques del territorio afectado.
Los ejércitos visigodos estaban preparados para despliegues estratégicos en las fronteras ante incursiones pequeñas exteriores. Pero no lo estaban para contener a una poderosa fuerza invasora, esto explica en gran medida la dificultad que tuvo este ejército para contener la invasión árabe posterior. A esto hay que añadir que el ejército visigodo carecía de un cuerpo marino significativo; casi no disponía de flota militar.
La ley militar de Ervigio certifica el tipo de armas y armamentos que utilizaban a finales del siglo VII. Como elementos defensivos a destacar figuraba la armadura y el escudo, mientras que en el ofensivo existía más variedad: grandes espadas de doble filo (spata), daga (scrama), lanza, flechas y hondas. La armadura la llevaría un número limitado de guerreros, principalmente los que formaban la caballería pesada, cuerpo de élite, que sería también el cuerpo que utilizaba la spata.
La mayoría de los guerreros utilizaría el escudo, al estilo del tardorromano redondo de madera, salvo en el centro donde se encontraba un umbo de hierro. Las hondas y otro tipo de armas de menor coste eran utilizadas por soldados ocasionales, agricultores y pastores, con la categoría de esclavos. La ley de Ervigio obligaba a los señores a acudir a las batallas con la décima parte de sus esclavos.
Tras leyes militares de Wamba y Ervigio se demostró la importancia que tenían las tropas privadas que eran sostenidas por los propietarios de las mismas. Siendo así, debemos examinar cuáles fueron las formas de pago y de mantenimiento de dichas tropas.
Si retrocedemos hasta el acuerdo que estableció el rey Valia (415-418) con el Imperio, el ejército godo sería sostenido por el llamado régimen de hospitalidad, que disponía la entrega a ciertos guerreros godos de dos tercios de tierras y fuerza de trabajo, humana y animal. Se emplearon ciertas propiedades fundiarias en la Galias para este cometido. Como “fundiario” debemos entender un capital agrario que comprende la tierra y otros inmuebles relacionados con ella. El fundo o propiedad rústica, las cuadras, los cobertizos y las casas son parte del capital fundiario.
Pero aun con estas concesiones, el ejército no tenía capacidad suficiente para sostenerse desde el punto de vista económico. Por ello, el Estado vendía bienes de consumo para el ejército a un precio fijado, que generalmente era más bajo que el de mercado. Por este tipo de práctica el reino visigodo tuvo que acuñar moneda de oro, las monedas servían para efectuar pagos al ejército en campaña, el conocido “donativo”, heredado del Imperio romano. Esto explica por qué el Tesoro real acompañaba al rey en las principales campañas militares, y la existencia de cecas ― establecimientos donde se fabricaba y acuñaba la moneda ― en lugares seleccionados cerca de territorios en guerra.
El Tesoro regio era de gran valor. Para hacernos una idea, veamos cómo Sisenando en el año 630 pagó la ayuda militar prestada por el franco Dagoberto con la suma de 908 kg de oro. Una suma ingente que supuso un serio problema para el Tesoro; el reflejo se vio en la reducción de peso y ley de las monedas. Chindasvinto restauró parcialmente el Tesoro con su política de confiscaciones y reducción de las emisiones. Aun así, en tiempos de Witiza a principios del siglo VIII, las monedas llegaron a pesar 1,25 gms., las originales fueron de 1,568 gms. y la ley de las mismas no pasaba de 10 quilates (siendo el máximo de pureza en oro 24 quilates).
El reino se fue feudalizando, a la vez que se iban generando conflictos de intereses entre el rey y los nobles para conseguir mayores recursos fundiarios con su fuerza de trabajo aneja. El ejército constituía el principal gasto del Estado godo hispano, por lo que en él se produjo una feudalización paralela. Las leyes de Wamba y Ervigio mostraron ya un ejército protofeudal.
Para finales del siglo VII, el “reino de los godos” ya estaba identificado con el “reino de España”. Ambas expresiones eran totalmente intercambiables. Desde el punto de vista literario quedó plasmado por san Isidoro de Sevilla, cuando habla del rey Suintila (621-633) dice que había conseguido “la gloria de un triunfo superior a la de los restantes reyes, ya que fue el primero que obtuvo el poder monárquico sobre toda la España peninsular”.
El obispo Julián de Toledo hizo lo propio equiparando el reino godo con un territorio que era España. Esta identificación de finales del siglo VII era asumida fuera de los límites del reino godo. Julián no se quedó solo en la afirmación patria, fue más allá y por eso interpretó e identificó al pueblo del reino de España, como parte esencial del pueblo cristiano.
En conclusión, podemos decir que el reino visigodo de Toledo fue el primer Estado hispano que logró extender su soberanía a la totalidad de la Península, hasta el punto de que esto constituyese el objetivo ideológico a reconstruir mediante la reconquista del territorio usurpado por el islam.
José Carlos Sacristán