Se suele aludir a que los levantamientos militares se gestan entre generales y se ejecutan entre coroneles, sin embargo, en el presente hecho histórico, la sublevación surgió entre sargentos. Nos hallamos en el verano de 1836, fallecido el rey Fernando VII tres años atrás, era su viuda María Cristina de Borbón quién gobernaba como regente España, cuidando de sus tres hijas, entre ellas la princesa de Asturias, futura Isabel II. Eran tiempos complicados, con moderados y progresistas disputándose el gobierno. El septiembre de 1835, la regente había nombrado presidente del gobierno al progresista Juan Álvarez de Mendizábal, mas las revueltas liberales la decidieron, en mayo de 1836, a destituirlo para nombrar, al moderado Francisco Javier Istúriz. Sin embargo, presentado el gobierno en las Cortes, el 22 de mayo salió derrotado, al tener las fuerzas progresistas mayoría en el Estamento de Procuradores de las Cortes del Estatuto Real de 1834. La gobernadora no tuvo más remedio que convocar elecciones que, trajeron otro gobierno moderado. Al mismo tiempo, como casi siempre, los progresistas, disconformes con el resultado, iniciaron una serie de revueltas populares, con la Guardia nacional en muchos casos encabezándolas. Se iniciaron en Málaga, para continuar en Granada, Cádiz y alcanzar Aragón, Valencia. A tales hechos se le unió el general Miguel Gómez Damas y su tropa paseándose por toda España con su defensa carlista. El ejército de la regente no fue capaz de impedir el paseo del general carlista y ello provocó, aún más, el descrédito del gobierno, al tiempo que azuzaban los ánimos de los progresistas, formámdose, en el verano de 1835, juntas revolucionarias que, desafiando a la autoridad, reclamaban el restablecimiento de la Constitución de 1812, más conocida como La Pepa.
Así pues, dentro de un ambiente tan poco sosegado, la regente y sus hijas, en agosto del dicho 1836, se trasladan al palacio de la Granja de San Ildefonso para pasar el verano. Y en el palacio María Cristina se encontró con que la guarnición allí asignada hacía tres meses que no había cobrado sus sueldos. A mayor abundamiento, habían tenido noticias de los levantamientos populares, así como recibido la orden de no cantar «himnos patrióticos». El ambiente estaba sumamente enrarecido, a lo cual se había que añadir que la oficialidad se había desplazado a Madrid, en su inmensa mayoría, para asistir a una representación de ópera. El 12 de agosto, por la tarde, un grupo numeroso de soldados y de sargentos se unieron a la Guardia real, al grito de «Viva la Constitución», «Viva Mina», «Viva Inglaterra».
,Otras versiones aluden a la Guardia Real, con mandos militares de distintas zonas y gente de la prensa, acudiendo al palacio para exigirle a María Cristina la reimplantación de la Constitución de 1812 y la derogación del Estatuto Real de 1834, promulgado por la propia regente siguiendo el ejemplo de Luis XVIII de Francia, con un Estamento de Próceres y otro de Procuradores, todo ello muy lejos de una consideración de Carta Magna constitucional.
A las 12 de la noche, la regente María Cristina de Borbón se avino a recibir a una comisión de los amotinados, formada por dos sargentos y un soldado. La reunión duró más de tres horas y de su desarrollo se tienen distintas versiones. Mientras la regente solicitaba depusiesen su actitud, dado que el enemigo eran las tropas carlistas, los sargentos replicaban que ellos defendían no solamente a la regente y los miembros de su casa, sino también «a la libertad». Finalizada la reunión, los sargentos y demás tropa que aguardaban el resultado en las afueras del palacio no se sintieron, en modo alguno, conformes con el resultado. Por ello, encabezados por el sargento Higinio García, se exigió una segunda entrevista. Lograda, a altas horas de la madrugada del 13 de agosto, obligaron a la regente a firmar un decreto en el que se restablecía « la Constitución política del año 12, ínterin que reunida la nación en Cortes, manifieste expresamente su voluntad o dé otra Constitución conforme a las necesidades de la misma». Hay historiadores que hablan de insultos y amenazas a la regente durante la entrevista, lo cual, siendo dudoso, no es aventurado concluir que no debió ser una entrevista cordial.
Vencida ya la madrugada, el mismo 13 de agosto, la regente destituía al presidente Istúriz y nombraba presidente del Consejo de Ministros al progresista José María Calatrava, que tuvo a bien restituir a Juan Álvarez Mendizábal como Ministro de Hacienda. Se trata, ni más ni menos que del promotor y ejecutor de la famosa Desamortización de los bienes en posesión de las llamadas manos muertas, es decir, de la Iglesia católica y órdenes religiosas.
Las consecuencias de la llamada «sargentada» no se hicieron esperar. De principio, dado el resultado de la misma, la regente no acalló su opinión de que fueron los propios progresistas los verdaderos instigadores de la sublevación de los sargentos, como directos beneficiarios de su pronunciamiento. De ahí que, no resultase extraña la aversión de María Cristina hacia los gobernantes progresistas que habían provocado la humillación de verse coaccionada por aquella clase de tropa, tanto por sus modos como por sus condiciones. Aunque, sin duda alguna, el levantamiento de la Granja tuvo otra consecuencia más importante; la derogación de Estatuto real y el restablecimiento de la Constitución de 1812, con la entrada en vigor, de nuevo, de las leyes y decretos promulgados al amparo de dicha Constitución y durante el Trienio liberal, lo cual no fue sino el entierro definitivo del Antiguo Régimen en nuestra nación.
,La vida de la regente no puede decirse que fuese muy relajada. Viuda a los 27 años de Fernando VII, con su hija Isabel de 3 años, se enamoró del capitán de su guardia, Agustín Fernando Muñoz Sánchez. Se casaron el 28 de diciembre de 1833 en absoluto secreto, es decir, a los escasos tres meses del fallecimiento de Fernando VII. Los españoles siempre tan mordaces, empezaron a nombrar a Fernando Muñoz, Fernando VIII, mientras corría por los mentideros madrileños el siguiente chascarrillo: «La Regente es una dama casada en secreto y embarazada en público».
Los políticos liberales procuraron hacer uso de todo ello, amenazando a la regente con hacer pública su vida privada. Y entre tales liberales, se hallaba el general Espartero, el cual, empero haber logrado de la regente el título de marqués de la Victoria y Príncipe de Vergara, y ambicionando la regencia, le exigió la renuncia bajo amenaza de hacer públicas las actas secretas del matrimonio. En el momento de partir hacia el exilio, María Cristina tuvo ánimos todavía para espetarle «Te hice duque, pero no logré hacerte caballero». Y efectivamente, así fue, pues, ya lejos de España María Cristina, Espartero hizo públicas las actas matrimoniales. Toda una caballerosidad por su parte.
Francisco Gilet
Bibliografia
Sanz Fernández, Jesús (2012). La sargentada de La Granja: ensayo sobre el último triunfo y definitiva despedida de la constitución gaditana.
Fuentes, Juan Francisco (2007). El fin del Antiguo Régimen (1808-1868).
Bahamonde, Ángel; Martínez, Jesús A. (2011) [1994]. Historia de España. Siglo XIX
Vilches, Jorge (2001). Progreso y Libertad. El Partido Progresista en la Revolución Liberal Española.