
Estableció en Ceuta una fuerte guarnición para asegurar el control de aquellos territorios, los cuales, eran objeto de codicia expansionista de los califas fatimíes de Egipto. Por este motivo, Almanzor estableció lazos de amistad y cooperación con los emires zanatas, a quienes encomendó el gobierno del Magreb.
Aun así, pronto se generó una rebeldía que expulsó a los seguidores de Almanzor de plazas como Fez. Se tuvieron que refugiar en Ceuta y pidieron la intervención de su líder. Almanzor cruzó el estrecho y restableció el control califal. Pero los problemas no acabaron ahí, otro emir norteafricano se sublevó contra al-Andalus en 985, y así continuaron sucesivas revueltas entre 985 y 996.
Almanzor envió a su hijo favorito, Abd al-Malik, a restablecer el poder quien lo consiguió. El joven fue recibido en Córdoba de forma fastuosa, incrementando, así, su prestigio.

Con respecto a la política interior hemos de decir que para los musulmanes, en esos años, León era el objetivo principal. El rey de León había conseguido romper las fronteras árabes con incursiones que llegaron hasta Mérida, Lisboa, Badajoz y Madrid.
Mientras tanto, los francos consolidaban la frontera cristiana tomando posiciones en la Marca Hispánica y el reino de Pamplona se consolida como el segundo más fuerte del norte, después de León.

El ejército califal se componía de jinetes y de infantes, además de contar con una fuerte armada que desde mediados del siglo IX se mostró muy eficaz para el movimiento de tropas. De esta manera, cuando decidieron atacar Compostela, parte de los soldados fueron por tierra y otros llegaron a Oporto embarcados entrando por el Duero. El ejército de Almanzor, no solo se nutrió de mercenarios norteafricanos, sino también cristianos. De hecho, no era infrecuente que algunos magnates se uniesen a su ejército, aunque la campaña final fuese contra señores también cristianos.
Desde el siglo IX la presencia de mercenarios norteafricanos fue constante. Se incrementó el alistamiento de beréberes y no faltaron voluntarios que se presentaban para la guerra santa.

A lo largo del siglo, la aristocracia leonesa se va consolidando y pronto se produce la tendencia a que la sucesión del trono provenga de la familia. Aunque el rey era la autoridad indiscutible, teóricamente, cuyo poder se extendía desde el reino de Navarra hasta el Atlántico, el Cantábrico y el Duero, los nobles tenían una independencia que convertía sus dominios en auténticos principados feudales. Sin embargo, normalmente unían esfuerzos contra el enemigo común que era al-Andalus.
No menos independientes fueron los gobernantes de los sectores fronterizos con al-Andalus. En más de una ocasión actuaron a favor de sus intereses. Prueba de ello es que después de apoyar la causa de Abd Allah, los señores de Toledo y Zaragoza, buscaron el apoyo de los condes cristianos para eludir la justicia de Almanzor.

Los problemas que hubo en la sucesión del reino de León entre Ramiro III y Vermudo II, sacudieron León entre 982 y 985. Ambos pretendientes buscaron el apoyo del amirí. El elegido fue Vermudo II, quien pronto provocó las iras de Almanzor que, a partir de entonces, se sirvió de los adversarios del monarca que eran partidarios de Ramiro III.
El reino de Navarra optó por mantanerse en una prudente relación de amistad, afianzada por los lazos de parentesco a raiz del matrimonio de una hija del rey de Pamplona con Almanzor.

José Carlos Sacristán
