Mientras el saber se iba acumulando en las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares, el mundo de las letras, la cristianización y el derecho de gentes se expandían por todo el orbe merced a los descubrimientos. Si en aportaciones anteriores se resaltaba la impronta histórica de los literatos españoles, el recorrido de la filosofía, del derecho y de las artes en el Siglo de Oro también abarca tanto la época del Renacimiento como del Barroco.
Hemos mencionado a la Universidad de Alcalá de Henares, lo cual implica referirse al Cardenal Cisneros, el tercer rey, fundador de la dicha universidad y gran mecenas, empeñado en reformar las ordenes y costumbres clericales. Y la Universidad de Salamanca fue escenario del saber del teólogo dominico, Francisco de Vitoria, creador del derecho internacional moderno, surgido del derecho natural. Clamaba en favor de las libertades fundamentales del hombre como la palabra, el comercio, el tráfico marítimo.
Resulta preciso mencionar a José de Acosta, quién en el campo de la antropología se adelantó tres siglos a la teoría de la evolución darwiniana.
Adentrándonos en el campo de las artes y de la pintura concretamente, en la época del Renacimiento (finales del siglo XV y todo el XVI) y nos encontramos con pinceles como los de Pedro Berruguete, Juan de Juanes, Luis Morales, Juan de Flandes, Fernando Yáñez y, en el último tercio del XVI, El Greco, un gran pintor inclasificable que en Toledo deja la inmensidad de su arte reflejado en “El entierro del señor de Orgaz”. Entramos en el XVII y durante el Barroco se produce la gran explosión pictórica de alcance mundial. Diego Velázquez gran retratista, manejando la intensa luz, reflejando costumbres y dejando constancia de multitud de personajes reales, nobles, caballeros o simples ciudadanos divirtiéndose. Francisco de Zurbarán y su personal versión del tenebrismo de Caravaggio, con sus frailes y bodegones; sevillanos como Francisco de Herrera el Viejo y el Mozo, Murillo, Juan de Valdés; de Córdoba, Antonio del Castillo y de Granada Alonso Cano (aunque gran parte de su carrera se sitúa en Sevilla). Son multitud los pintores que han dejado su arte y saber plasmado en telas que iluminan los museos, no solamente de España, sino del resto del mundo. Como una pincelada se citan los siguientes; Bartolomé González, Juan Bautista Maíno, el retratista Juan Pantoja de la Cruz, el cartujo Juan Sánchez Cotán, Luis Tristán, Pedro Orrente, Eugenio Cajés, los hermanos Francisco y Juan Ricci, Antonio Pereda; Mateo Cerezo, el paisajista Francisco Collantes, Juan Antonio Frías y Escalante, José Antolínez, Juan Bautista Martínez del Mazo, Claudio Coello, Juan Carreño de Miranda, el aragonés Jusepe Martínez y así varias líneas más.
Entrando en la escultura, iniciado el siglo XVI, surge la primera generación de escultores, precisamente en Castilla, con Vasco de la Zarza y su trascoro de la catedral de Ávila, Felipe Vigarny, con el retablo mayor de la catedral de Toledo, Bartolomé Ordoñez con su sillería del coro en la catedral de Barcelona, y Diego de Siloé. En Aragón nos encontramos con Damián Forment y su retablo mayor de la Basílica del Pilar, Gil Morlanes el Viejo y la portada de la iglesia de santa Engracia en Zaragoza, así como Gabriel Yoly y su talla en madera del retablo mayor de la catedral de Teruel. De Guipúzcoa procedía Juan de Anchieta, de estilo clasicista romano, cuya obra se desarrolló fundamentalmente en Navarra, La Rioja y Aragón.
Tanto en el pleno Renacimiento, como en sus derivaciones manieristas más avanzado el siglo XVI y en el barroco del XVII, la escultura en España tuvo un predominio de asuntos religiosos, en relación con nuestros grandes escritores de ascética y mística. En el XVI son un caso aparte los clasicistas italianos Leone Leoni y su hijo Pompeyo Leoni, por trabajar sobre todo para el rey, dejando Pompeyo su obra maestra en el gran conjunto de San Lorenzo de El Escorial. Sobresalen Bartolomé Ordóñez, Alonso Berruguete y Juan de Juni; este último, de origen francés, desde su taller de Valladolid irradia a toda Castilla la Vieja más de treinta años. Entrando en el barroco con el siglo XVII tenemos al gran maestro Gregorio Fernández, junto a Francisco del Rincón y Pedro Vicálvaro, de la Escuela castellana; de la Escuela andaluza Alonso Cano en primer lugar, Jerónimo Hernández, Andrés de Ocampo, Juan Martínez Montañés, Juan de Mesa, Francisco de Ocampo y Felguera… En el último Barroco desembocamos ya con escultores como Pedro de Mena, Juan Alonso Villabrille, Pedro Roldán, su hija Luisa Roldán y su nieto Pedro Duque y Cornejo; Francisco Ruiz Gijón, José Risueño, Bernardo de Mora o su hijo José de Mora. Una explosión más en el Siglo de Oro español de la cual podemos hoy maravillarnos.
No sucede lo mismo con otro esplendor de ese Siglo, la música. Multitud fueron los compositores y músicos que no solamente componían, interpretaban sino también actuaban como poetas o dramaturgos. Juan del Encina entre el siglo XVI y XVII, es un buen ejemplo. En tiempos de Felipe II nos encontramos con Gabriel Gálvez, Andrés de Torrentes. Más allá de tales compositores nos encontramos con los llamados “maestros de capilla” u organistas, con una gran polifonía al servicio de los oficios religiosos. Sobresale Tomás Luis de Victoria, con una obra majestuosa, inspirada y mística. En Roma, que fue donde trabajó principalmente, publicó unas 170 obras —65 motetes, 34 misas, 37 oficios de Semana Santa, Magnificat y Salmos— desde 1572. A partir de 1587 trabaja para la Emperatriz, a cuya muerte compuso un famoso Officium Defunctorum (1605) para seis voces. Su policoralismo (composiciones para dos coros) y cuidado de la armonía, en la escritura de bemoles y sostenidos, lo señalan como precursor del Barroco. Destaca la escuela de vihuela española del siglo XVI. Aparecieron grandes figuras, como Esteban Daza, Luys de Milán. Gaspar Sanz, ya en el último cuarto del siglo XVII, quien dio un impulso definitivo a la guitarra con su obra Instrucción de música sobre la guitarra española. Por su obra para teclado ganaron fama el burgalés Antonio de Cabezón en el siglo XVI, el aragonés Aguilera de Heredia a caballo entre ambos siglos y Juan Bautista Cavanilles y Francisco Correa de Arauxo, en el siglo XVII.
Aunque lamentablemente parte de este patrimonio cultural se ha perdido, nos han llegado abundantes partituras de estos maestros, y aún podemos esperar nuevos hallazgos en los ricos archivos de nuestras catedrales. Se trata de un período esplendoroso de la música española.
La arquitectura en el Siglo de Oro español recorre el camino del plateresco del Renacimiento durante los Reyes Católicos para ver la llegada del manierismo, que anticipó el palacio de Carlos I en Granada, proyecto inacabado de Pedro Machuca. Con el paso del tiempo el gótico pierde influencia para llegados al final del XV y primera mitad del XVI encontrarnos con obra más sobria y arquitectos como Diego de Siloé con la catedral de Granada, Rodrigo Gil y Gaspar de Vega. Hablar de plateresco es recordar las fachadas de la Universidad de Salamanca, del Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid o del Hostal san Marcos de León. En este punto del Renacimiento hallamos su obra cumbre, el Real Monasterio del Escorial, obra de Juan Bautista de Toledo y de Juan de Herrera. La influencia de los techos flamencos, el simbolismo de la escasa decoración y el preciso corte del granito establecieron la base para un estilo nuevo, el herreriano. En Andalucía, Andrés de Vandelvira dio espléndida continuación al legado de su maestro Siloé. Mas llegadas las influencias barrocas italianas, a mediados del siglo XVII ya nos llegan las fachadas de la catedral de Granada de Alonso Cano y la de Jaén de López de Rojas. A las cuales acompañarán la Plaza Mayor y el actual Ayuntamiento de Madrid.
Imposible acabar sin mencionar las grandes obras que vieron la luz durante ese Siglo; en España, Palacio de Carlos I, Universidad de Salamanca, Hostal San Marcos de León, Real Monasterio de El Escorial, Catedral de Jaén, Catedral de Granada, Plaza Mayor de Madrid, Ayuntamiento de Madrid, Hospital de Santiago y el Colegio Mayor de San Ildefonso. Y en América; Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, Catedral de Puebla, Catedral de Morelia, Catedral del Cuzco, Basílica y Convento de San Francisco de Lima, Ciudad Colonial de Santo Domingo, Antigua Guatemala y León Viejo.
Todo ello se mantiene en pie y es objeto de millones de visitas y de horas de culto y oficios.
El Siglo de Oro español se suele concentrar en tres nombres; Colon, Cervantes y Velázquez, sin embargo, entremeterse en sus años, en las distintas artes y ciencias, es toparse con multitud de nombres, de hombres y de mujeres, que, aportando sus dones y mercedes nos han dejado a los españoles un legado portentoso. Un legado que debemos conservar con manos enguantadas y admirar con ojos de orgullo. Ningún otro Imperio ha dejado en el suelo del orbe terrenal un rastro, una huella tan brillante e imperecedera. Loa y honor a nuestro Siglo de Oro.
Francisco Gilet
Buenas tardes, no cree usted que Burgos también tuvo mucho que ver en el siglo de oro?, sin embargo no he visto ninguna mención a Burgos en su articulo. Saludos