Asumir la defensa militar de los enfermos y peregrinos y la defensa de la fe son las dos grandes obligaciones que, desde hace casi 1.000 años, lleva cumpliendo la comunidad de los Hospitalarios de San Juan. Hoy, la conocida comúnmente como Orden de Malta, es la misión médica más antigua del mundo: con sus más de 13.500 miembros, 95.000 voluntarios permanentes y 52.000 profesionales, desarrolla su ayuda humanitaria en 120 países y todo ello ostentando el record Guiness de país más pequeño del mundo.
Sin embargo, Occidente no solo le debe a la Orden esta extensa red asistencial. De hecho se podría decir que a lo largo de su historia, desde el año 1048, ha contribuido decisivamente a la pervivencia de la civilización cristiana, en episodios como las Cruzadas, la defensa de Rodas (1307), la batalla de Lepanto (1571), y naturalmente la defensa de la isla de Malta frente a los turcos.
Como soberano de la Orden de Malta entre 1536 y 1553, el experimentado militar español Juan de Homedes no dudaba de los deseos del sanguinario Sultán otomano, Solimán, de borrar del mapa a la Orden cristiana. En previsión, ordenó reforzar y construir los icónicos castillos de San Ángel, en Birgu, San Miguel y la innovadora plaza de San Telmo.
Jean Parisot de la Valette – que daría nombre a la capital maltesa – sucedió a De Homedes como Gran Maestre. Durante su mandato, incrementó los ataques contra los musulmanes y movilizó a los caballeros dispersos por Europa, ante una más que probable amenaza de ataques otomanos.
Este fue el incidente que desató la ira del sultán.
Frey Mathurin d,´Aux de Lescout-Romegas, tal vez el mejor comandante de galeras corsarias de Malta, sorprendió a una pequeña flotilla turca. No era nada nuevo, un episodio más de la lucha con sus contrincantes islámicos, pero sí era inusual que una de las galeras contara con doscientos jenízaros dispuestos a presentar batalla. Tras cuatro horas de lucha, los caballeros se apoderaron de la embarcación. Lo que había allí superó todo lo imaginable: además de llevar a los gobernadores de El Cairo y Alejandría y a una de las doncellas de la hija favorita del sultán, transportaba un inmenso botín de más de 80.000 ducados. Una fortuna digna de un rey.
Al enterarse de lo ocurrido, Solimán decidió aplastar de una vez por todas a los `malditos perros del infierno´ y arrasar su isla. Ahora Malta era un objetivo principal de Estambul y la inmensa flota del sultán no tardó en llegar. Era un 18 de mayo de 1565 y la flota enemiga estaba integrada por 93 naves y un tren de asedio con cuatro cañones capaces de disparar balas de 130 libras – 60 kilos – y un gran pedrero que arrojaba proyectiles de siete pies de circunferencia (más de dos metros). Un material, con el que se podía demoler de manera contundente cualquier cosa construida por el ser humano.
Las cifras enemigas oscilan según las fuentes, pudiendo llegar a los 30.000 soldados turcos, sin contar con los refuerzos berberiscos; mientras que los malteses apenas llegaron a los 8.500 defensores, la mayoría sin formación militar, de los cuales tan sólo 700 eran caballeros y sargentos.
Por órdenes del almirante otomano Pialí Bajá, convencido de que el castillo de San Telmo resistiría apenas un par de días, dirigió sus fuerzas contra la fortificación. El 24 de mayo comenzó la batalla, desatándose un devastador fuego cruzado sobre la posición cristiana, defendida por 500 españoles del Tercio Viejo de Sicilia y alrededor de 100 unidades de la Orden.
Bombardeo devastador
Solimán desató toda su ira sobre los malteses. La lucha fue terrible, los bombardeos alcanzaron una intensidad que no se vería hasta siglos después, y sobre los tres baluartes más expuestos (de San Telmo) cayó un diluvio de fuego que los dejó convertidos en un montón de escombros. Pero su guarnición rechazó todos los asaltos rodeados de cadáveres. Los supervivientes, como espectros, casi sin comida, municiones ni agua, se mantuvieron combatiendo en las brechas.
El sábado 23, víspera de San Juan Bautista, los turcos lanzaron un brutal asalto sobre las ruinas de la plaza. El gobernador de la fortaleza, fray Melchor de Montserrat murió de un arcabuzazo, precediendo la muerte de los capitanes De la Cerda, Medrano y Miranda. Juan de Guaras, caballero de la lengua de Aragón, fue decapitado enfrentándose a los jenízaros, antes de que cayese la posición.
Sobrevivieron un puñado de caballeros. Los supervivientes se retiraron hacia la iglesia, mas como vieron que al entrar degollaban sin ninguna lástima a los que se rendían, saltaron a la plaza y allí, con grandísimo valor, acabaron sus vidas muy bien vendidas.
Acto seguido, los invasores abrieron el pecho de los cadáveres con sus cimitarras deformando sus cuerpos con hendiduras en cruz y los arrojaron al rio, enviándolos así a las posiciones cristianas. En respuesta, La Valette decapitó a los prisioneros de combate y lanzó sus cabezas contra los turcos con los cañones.
El 5 de julio, seiscientos hombres dirigidos por Melchor de Robles, maestre del Tercio Viejo desembarcaron en el frente, acompañados por una compañía de italianos y ciento cuarenta voluntarios de toda la cristiandad, mientras los turcos comenzaban a ver rechazados sus ataques sobre otras posiciones ante la obstinada resistencia de sus defensores.
En respuesta, los turcos cercaron Birgu y lanzaron un bombardeo que no sería igualado en intensidad hasta el siglo XX. Se dispararon 130.000 proyectiles de todos los calibres.
Tras el ataque, los invasores atravesaron las murallas y el mismo La Valette se unió a los combatientes para defender la plaza en primera línea. Todo parecía perdido y los otomanos tenían la victoria en sus manos, cuando una carga de caballería de la guarnición de Medina atacó por la retaguardia el campamento turco y llevó el caos y la destrucción a sus filas. Creyendo que habían llegado nuevos refuerzos, el ataque otomano sobre la posición fue suspendido.
Sería en el fuerte de San Ángel donde se decidiría el futuro de Malta, esperando agónicamente unas naves de Felipe II que no llegaban.
El gran rescate de Felipe II
El 7 de septiembre, llegó el Gran Soccorso del rey de España Felipe II, desembarcando 9.600 hombres al mando de García Toledo y flanqueados por la flota del invicto Álvaro de Bazán, que desafió a las naves turcas fondeadas. Los turcos sabían que todo había acabado. El 12 de septiembre las últimas naves turcas huyeron despavoridas sin rumbo, ante una derrota demoledora.
Malta pagó un alto precio. Quedó arrasada, su recuperación llevó décadas, un tercio de sus habitantes había muerto y la Orden quedó reducida al 70% de sus caballeros, pero la victoria fue definitiva, acabando con cualquier posibilidad otomana de romper `el tapón´ que impedía el acceso de los otomanos al Mediterráneo occidental.
Solo seis años después, la Orden, España y la Cristiandad se unirían para la batalla final entre la cruz y la media luna. El triunfo en Malta, recibido en Europa como una alegría incontenible, demostraba que los turcos no eran invencibles y pronto serían nuevamente testigos de ello, en el Golfo de Lepanto.
Jesús Caraballo