El 12 de diciembre de 1474, solamente tres meses después de la muerte del marqués de Villena, fallecía en Madrid el hermanastro de la Reina Isabel, Enrique IV. Desmadejado por su mala vida y su dejadez física y moral, ni tan siquiera fue amortajado por sus nobles más allegados sino que, con su ropaje cuasi mugriento, fue tan secretamente enterrado hasta que en 1946 un obrero descubrió su ataúd y el doctor Marañón pudo certificar que Enrique IV no era sino un hombre aquejado de una timidez enfermiza, en especial con las mujeres.
Según parece el rey falleció sin haber otorgado testamento y, por tal causa, no reconocido como su hija Juana, la sucesora legítima no podía ser otra que su hermanastra Isabel. Esta, aconsejada por sus nobles próximos, al día siguiente se proclamó Reina de Castilla en Segovia, firmándose a los pocos días el documento que guio todo el reinado de Isabel y Fernando, ejemplo de dignidad real y de visión de Estado, denominado «La concordia de Segovia».
Sin embargo, una vez más los nobles castellanos, con su ambición, se revolvieron contra tal nombramiento y, de nuevo, el marqués de Villena, hijo, con la asistencia en este caso del obispo Carrillo, lograron la compañía de Alfonso de Portugal al objeto de entronizar a Juana, la «hija de la Reina» en el trono de Castilla. Alfonso, tío de Juana, no fue, ciertamente, un hombre valeroso sino más bien un ambicioso que deseaba engrandecer su reino con la ayuda de los nobles castellanos y el apoyo de las tropas del Rey Luis XI de Francia. Sin embargo, el francés tenía otros problemas, aparte de ser derrotado en Fuenterrabía por Fernando que se aseguró la pacificación y posesión de Navarra.
La expedición portuguesa hizo algunos progresos alcanzando Plasencia, en donde se desposaron tío y sobrina, proclamándose Alfonso y Juana Reyes de Castilla. Internándose el Rey Alfonso en tierras castellanas no encontró el apoyo que suponía, si bien se apoderó de Toro, Zamora y algunas poblaciones cercanas al Duero. La falta de combatividad de Alfonso resultaba patente, aguardando la asistencia de los franceses que nunca llegó. En su espera en Arévalo, enterado de la proximidad del conde de Benavente, el rey portugués le atacó e hizo prisionero, sin embargo no progresó en su avance hacia Burgos, sino que se refugió en Zamora. Las tropas de Isabel conquistaron Trujillo y con ello gran parte de las posesiones del marqués de Villena. Alfonso retiró su ejército en Toro, ante la rebelión sufrida en Zamora, conquistada a continuación por el Rey Fernando. En un constante toma y daca, Alfonso intentó asediar a Fernando encerrándole en Zamora, sin embargo, el frío y las condiciones de intendencia de las tropas portuguesas le obligaron a regresar al abrigo de Toro. Perseguido por Fernando, a escasos kilómetros de la población, se produjo la batalla que, sin un claro vencedor, sí produjo el desaliento de Alfonso y el resquebrajamiento de la moral de la soldadesca portuguesa, que regresó a su tierra.
En el trascurso de 1476 los principales nobles que aun apoyaban a Juana, en particular los del linaje Pacheco-Girón, Juan Téllez Girón y su hermano Rodrigo, Luis de Portocarrero y el marqués de Villena, se fueron sometiendo a la Reina Isabel, la cual junto con su esposo Fernando consiguieron el reconocimiento de Francia como Reyes de Castilla y Aragón.
A principios de dicho año, tropas portuguesas comandadas por el obispo de Évora penetraron en Extremadura, promoviendo el alzamiento de algunos nobles extremeños, entre ellos la condesa de Medellín partidaria de Alfonso. Sin embargo, aquella aventura tuvo su final cerca de Mérida, en donde las tropas portuguesas sufrieron un gran revés, que les obligó a retirarse de nuevo a Portugal. Aquella lucha en favor de Juana también se aproximaba a su final. En la villa portuguesa de Alcáçovas se reunieron los representantes de ambos reinos y fijaron un Tratado que tomó el nombre de dicha población. Sin perjuicio de fijar la paz entre ambos bandos y de renuncias reciprocas a tronos portugués y castellano, puede considerarse un anticipo del de Tordesillas, si bien, en las llamadas «Tercerías de Moura», también afectó a Juana, la Beltraneja, la cual eligió el convento en lugar de esperar a casarse con el príncipe de Asturias, Juan de Castilla, si este lo decidía al alcanzar los catorce años. El convento, sin embargo, no fue su destino final sino el Castillo de san Jorge en la capital lisboeta. Allí falleció en 1530, no sin antes dejar en testamento sus derechos sucesorios a favor del rey Juan III de Portugal. Sus restos se hallan desaparecidos como consecuencia del terremoto que asoló Lisboa de 1755.
Con dichos documentos, ratificados en Lisboa y en Toledo, finalizó una guerra civil entre castellanos, convertida en una guerra internacional entre los Reyes de Castilla y Aragón y el Rey de Portugal, Alfonso V, y su hijo Juan, con la presencia activa e intermitente del Rey de Francia Luis XI.
Francisco Gilet
Fuentes:
“Isabel La Católica”, Tarsicio de Azcona.
“Isabel, la Católica”, Manuel Fernández Alvarez.