Todo cuanto acontece en el Reino de Aragón tiene un trasfondo económico, y la contienda entre el Rey Juan II y las instituciones catalanas no podía ser menos. Prestas las instituciones de la Generalidad en favor del Príncipe de Viana para instituirle Rey de Navarra, al considerarlo legítimo heredero al trono navarro, la usurpación de ese trono por parte de su padre Juan II, a la muerte de su madre Blanca I de Navarra, motivó el primer enfrentamiento de la nobleza catalana con la corona del Reino de Aragón.
La derrota de Carlos, Príncipe de Viana, en la batalla de Aibar y su encarcelamiento ordenado por su padre encrespó los ánimos de los privilegiados catalanes, con prebendas obtenidas de los enfrentamientos en tiempos de Alfonso el Magnánimo, con la participación de los miembros de La Biga como un grupo nobiliario y de La Busca, el partido de los menestrales y mercaderes. Las Cortes de Lérida celebradas en 1460 eligen un Consejo del Principado que exigió al rey la inmediata liberación de su hijo. Esta enérgica actitud, unida al levantamiento de los beamonteses navarros y a la movilización castellana con la frontera de Aragón, obligaron el rey Juan a ceder, liberando a Carlos y aceptando las capitulaciones de Vilafranca del Penedès (1461), donde se recogen las reivindicaciones políticas de la oligarquía barcelonesa, entre otras, la prohibición al rey de entrar en Barcelona sin permiso de la Generalidad.
Sin embargo, todo se vino al traste con el repentino fallecimiento del Príncipe a los pocos días de su liberación, consecuencia de una tuberculosis, agravada por el trato recibido durante sus reclusiones. El gran ámbito de privilegios obtenidos se deseaba mantener a toda costa por parte de la Biga, poseedores de tierras, castillos y derechos señoriales que les permitían vivir de sus rentas. Aliados el Consejo del Principado y los campesinos, con el inicial apoyo del Rey de Francia Luis XI, crearon un ejército para lograr la destitución del rey aragonés, a todo lo cual respondió Juan II penetrando en el Principado sin permiso de la Generalidad en Barcelona. El conflicto se generalizó y mientras Juan II lograba, astutamente, la ayuda del dicho rey de Francia, el Consejo intentaba que alguna persona de la realeza, surgida de las Capitulaciones de Caspe, aceptase la corona del Principado, aportando fuerzas a los miembros de la Biga, una vez desmembradas las fuerzas de La Busca. Y en tales momentos aparecen desde el rey de Castilla Enrique IV, que fracasado por las intrigas en su propia Corte, dio paso a Pedro de Portugal, quien se enfrenta al victorioso rey Juan en la batalla de Calaf, merced a los apoyos reales de aragoneses, valencianos y mallorquines, además de los de La Busca y los renombrados hombres de la remensa. Fallecido Pedro de Portugal, entra en escena Renato I de Anjou, nieto de Juan I de Aragón. Sin embargo, el sagaz rey Juan logra a finales de 1471, recuperado gran parte del Principado por sus ejércitos, iniciar el asedio de Barcelona, para el 8 de octubre de 1472 lograr la rendición de la ciudad, previa una amnistía general.
Y llegan las Capitulaciones de Pedralbes en virtud de las cuales se derogan las de Villafranca, ardientemente deseada supresión por el rey Juan, pero también se dispone la clemencia y el mantenimiento de la Diputación rebelde sin medida alguna contra los diputados rebeldes. Juan II fue clemente con todos los catalanes sediciosos, pero con ello no solucionó los problemas. Fue herencia para su sucesor, Fernando de Aragón.
Ahora bien, la revuelta resultó nefasta para el Principado. La Generalidad quedó absolutamente desprestigiada por haber sucumbido ante las fuerzas reales y ante los grupos que no deseaban el enfrentamiento civil ni el mantenimiento de las revueltas campesinas que les arruinaron. Mientras, de otro lado, las clases inferiores, empobrecidas por la guerra, sufrían las consecuencias de los incrementos fiscales para sufragar la contienda, aparte de quejarse de que los comerciantes habían abierto nuevos mercados fuera del Principado, provocando una carestía de la vida. La Generalidad, de otro lado, no podía devolver los créditos y préstamos recibidos del Consejo de Ciento ni de los particulares que habían confiado en su victoria, deseosos de obtener mayores prebendas y privilegios.
Un final que vino a representar que Barcelona, desestructurada socialmente, huérfana de dirigentes capaces, manteniendo unas instituciones que no alcanzaban a rivalizar ni con otras regiones europeas ni con la potencia de Castilla, dejara de ser una ciudad pujante, política y comercialmente, abandonando la situación boyante de la cual disfrutó durante gran parte del Medievo. La rebelión catalana contra el Rey Juan hundió en la pobreza a Barcelona durante años, un logro de nobles y dirigentes incapaces y ambiciosos.
Francisco Gilet
Bibliografía
Historia de la Generalidad de Barcelona y sus presidentes, Enciclopedia Catalana, S.A.
Josep M. Salrach per Artehistoria, La guerra civil catalana