Españoles en Dinamarca. Historia de un juramento (1)

Si te gusta, compártelo:

La Revolución Francesa no solo significó una espiral de terrorismo en Francia, donde los principios del liberalismo se cebaron sobre la población pacífica, sino que fue el principio de un rosario de conflictos bélicos que comportaron  importantes consecuencias para los distintos países neutrales.

            Así, Dinamarca y Noruega cerraban el siglo XVIII  sellando un pacto de neutralidad con Suecia, Rusia y Prusia, contrario a los intereses británicos, a consecuencia de lo cual, Inglaterra intentó al siguiente año, 1801, expulsar a Dinamarca de la alianza, lo que ocasionó una batalla naval en Copenhague sin resultados satisfactorios para Inglaterra, que en 1807 iniciaba un nuevo ataque contra Dinamarca dando lugar al bombardeo y rendición de  Copenhague, tras lo cual la flota danesa fue confiscada y llevada a Gran Bretaña.

            Seguidamente, Dinamarca firmó una la alianza con Napoleón, lo que conllevó la toma militar del territorio danés por parte del ejército francés, que estaba compuesto por unas 33.000 unidades de origen francés, holandés, belga, alemán… y español.

            Esa presencia del ejército español en Dinamarca, así, viene provocada en primera instancia por los intereses de Napoleón en la zona; la segunda instancia viene provocada también por los mismos intereses, pero en esta ocasión a través del control que el mismo tenía sobre la corte de Carlos IV.

Tratado de Basilea

            Y es que la España del siglo XIX no era la España del siglo de oro de los Austria, sino la ilustrada de la casa Borbón, que ya en el Tratado de Basilea de 1795 cedió los dos tercios orientales de la isla de La Española, hoy el país de República Dominicana, a Francia.

            Ahora el sometimiento de la corona española a los designios de Napoleón había tomado cuerpo en el tratado de San Ildefonso, firmado en la Granja el 1 de octubre de 1800, el mismo año del pacto de neutralidad firmado por los países noreuropeos. En este tratado, España cedía a Francia la Luisiana a cambio de un etéreo territorio en la Toscana, que sería convertido en reino cuyo titular sería el príncipe Fernando I de Borbón Parma, y que al fin solo serviría como infraestructura en el envío de tropas españolas a Dinamarca al servicio de los intereses de Francia. Además de la Luisiana, España entregaba a Francia seis navíos de 74 cañones.


Posesiones españolas en amarillo, británicas en rosa y Estados Unidos independientes en azul.

            Pero el sometimiento de España a los intereses de Napoleón no se limitaría al Tratado de San Ildefonso; así, el 13 de febrero de 1801 fue firmado el conocido como Tratado de Aranjuez, por el cual los ejércitos y la marina de España quedaban sometidos a la voluntad francesa, en junto con el estado vasallo francés de Batavia en los Países Bajos cuya existencia como estado se verificó entre 1795 y 1806.

            Por este tratado se confirmaba el del año anterior firmado en La Granja, añadiendo que Luis Fco. de Borbón Parma pasaba a ser rey de Toscana, debiendo pagar España una indemnización a Fernando I de Borbón, pero éste se negó a la componenda, y el ducado pasó a Francia cuando en 1802 falleció Fernando I.

            El manifiesto sometimiento de España establecía una alianza política y militar con Francia y contra el Reino Unido y Portugal.

            En la evolución de los acontecimientos, y tras el desastre de Trafalgar del 21 de octubre de 1805, Napoleón dispuso el bloqueo continental el año 1806, con la intención de ahogar el comercio británico.

            Es en el curso de esta situación cuando el ejército imperial sufrió un enorme desgaste en el frente ruso, lo que forzó a que Napoleón reclamase a España el cumplimiento de los acuerdos de Aranjuez.

Tropas españolas a Jutlandia

            A primera vista del curioso, parece como si la conformación y envío de tropas españolas a Jutlandia fuese una maniobra predeterminada por la mentalidad estratégica de Napoleón para apartar tropas veteranas del presumible enfrentamiento que tendría lugar en España, pero esa idea puede ser tomada en segundo término si tenemos en cuenta otros decisivos acontecimientos que tuvieron lugar en esas fechas.

 Batalla de Eylau

            En esta situación llegó el año 1807, cuando el 8 de febrero fue diezmado el ejército francés en la sangrienta batalla de Eylau, en Rusia. Consiguientemente, Napoleón necesitaba tropas, y al amparo de los artículos III y V del Tratado de San Ildefonso, exigió a España el aporte de una división que iría destinada a las guarniciones del norte de Europa, donde los ingleses podrían intentar un desembarco.

            Como consecuencia sería preparada una expedición compuesta por 10.743 hombres de infantería comandados por 70 capitanes y 239 suboficiales; 2494 caballos con 3.089 soldados de caballería comandados por 48 capitanes y 98 suboficiales; 356 caballos con 303 artilleros comandados por 4 capitanes y ocho suboficiales y 103 zapadores con 3 suboficiales y dos capitanes y 25 piezas de artillería. 6.000 de esos efectivos se encontraban en Etruria, y todo se ejecutó bajo las órdenes de un numeroso Estado Mayor.

            Los efectivos requeridos por Napoleón eran una parte importante del total del ejército español, que para esas fechas contaba con  87.201 infantes, 16.623 jinetes, de los que solo tenían montura 10.960, 6.971 artilleros y 1.233 de tropas de ingenieros.

            A esos efectivos había que añadir las milicias provinciales de infantería, que suponían un total de 32.418 hombres.

            Teniendo en cuentas estas cifras, el aporte que exigía Napoleón equivalía al 11,5% de los infantes; el 24% de los jinetes y el 36,5% de las monturas, que consiguientemente no se encontrarían presentes en los campos de operaciones españoles cuando se produjese la invasión francesa.

Pedro Caro y Sureda, tercer marqués de la Romana

Al frente de ese ejército expedicionario figuraba el teniente general Pedro Caro y Sureda, tercer marqués de la Romana, y estaba llamado a ser parte de un ataque combinado de los ejércitos danés y francés contra posiciones suecas, donde el aporte del ejército español estaba destinado a servir como apoyo de la operación en la provincia de Zelanda.

            Las tropas del marqués de la Romana, reunidas en Florencia, partieron hacia su destino  el  22 de abril de 1807; a pie atravesaron la Confederación Germánica, y participaron en la toma de  Dinamarca, pasando a establecerse en las islas y controlando el tráfico entre los estrechos.

            Pero para llegar a desempeñar esa función el ejército hubo de realizar previamente una marcha a pie de 1300 kilómetros comandada por el general Kindelán, segundo jefe del cuerpo expedicionario, que ya había recorrido los mil cien kilómetros desde España hasta Florencia, lugar de concentración.

            Una marcha que contaba con todas las complicaciones logísticas de un ejército en ese momento de la historia, cuando era habitual transportar, además de armas y municiones, bagajes privados y hasta la familia de no pocos soldados, a todo lo cual había que añadir la compañía de mercaderes y prostitutas.

            Un conjunto humano que precisaba una peculiar atención al abastecimiento de alimentos y bienes fungibles, así como proveer a la tropa de lugares de descanso a lo largo de todo el trayecto, aspecto este último cubierto por los habitantes de los lugares recorridos, que debían alojar y alimentar a los soldados que les eran asignados, a cambio de compensaciones cubiertas por las autoridades.

            En un detallado relato del viaje, Rafael Milans del Bosch, expedicionario, señala los lugares de paso: Perpiñán, Montpellier,  el Piamonte, y luego el Camino Español atravesando el norte de Italia, Tirol, Baviera Augsburgo y Maguncia donde cruzaron el Rin en un puente de barcazas, penetraron en el estado de Hessen y llegaron Hannover, donde la amenaza británica era más patente, entre el 12 y el 24 de junio de 1807.

            La marcha solo conocía un descanso cada diez días, dedicando diariamente a caminar entre diez y doce horas, si bien, señala Milans que tuvieron que dejar poca gente a consecuencia de la enfermedad.

Mariscal Bernadotte, príncipe de Pontecorvo

            El cuerpo expedicionario español fue integrado en el Ejército del Elba, bajo el mando del mariscal Bernadotte, príncipe de Pontecorvo, y permaneció  varios meses acantonado entre Hamburgo y Lübeck, hasta que fue ordenada su marcha a Dinamarca en marzo de 1808.

            Ese periodo de inactividad militar dio lugar a que aquellos soldados de fisonomía tan distinta a la de los naturales del lugar, confraternizasen con la población  a que si, por una parte, incomodaban por su presencia, por otra aportaban una vivacidad desconocida en el lugar.

            Así, se dio lugar a relaciones relajadas, como la que en Roskilde, al norte de Zelanda, nos relatan las crónicas, presentando a los soldados españoles esperando la hora del recreo de los niños para jugar con ellos.

Mariscal Brune

            El 29 de abril de 1807 se produjo cierto movimiento de tropas cuando  fue formado el “Cuerpo de Observación”,  compuesto por unos 38.000 hombres, de los cuales una parte eran miembros del contingente español. Este cuerpo, comandado por el Mariscal Brune, sería el responsable de defender las embocaduras de los ríos Ems, Weser y Elba.

            El resto del cuerpo expedicionario español fue destinado al control de las villas hanseáticas, de vital importancia para la seguridad de la costa y objetivo conocido de la tradicional actividad contrabandista británica.

            La actividad militar de las tropas españolas era nula en estos momentos, y el general francés Brune quería emplearlas en el asedio a la ciudad de Stralsund mientras  el Mariscal Berthier deseaba aplicarlas en la protección de las costas donde ya estaban desplegadas, ante un temido desembarco inglés.

Península de Jutlandia

            Fue este el momento en que la División del Norte, que así era denominado el ejército español al servicio de Francia, estuvo encargada de controlar la costa para evitar el desembarco de tropas británicas a fin de garantizar el bloqueo señalado por Napoleón en el ámbito de Dinamarca, lo que comportó que las tropas estuviesen repartidas a lo largo de la península de Jutlandia y en las islas situadas entre el pequeño y el gran Belt y en la de Zelanda, sufriendo de una difícil comunicación entre ellos, e informados de los sucesos de España a través de las autoridades francesas.

            Pero ese encargo del control de las costas no impidió que el general Brune, mediado el mes de julio, destinase  los regimientos de Villaviciosa y Algarve a la división Molitor que asediaba Stralsund.

            El 5 de agosto de 1807 comenzó el combate por la toma de Stralsund, que  se rindió el día 18. El día 15 el regimiento de Guadalajara excavó las primeras trincheras, y su capitán Rafael de Llançá y Valls mandó los 600 hombres que abrieron brecha en la muralla.  Fue el primer combate en el que participaron, y en el mismo alcanzaron el reconocimiento del mariscal Bernadotte, que distinguió con la Legión de Honor al jefe de la división, Juan Kindelán.

            Por parte del ejército francés, las secuelas de la batalla de Eylau del 8 de febrero pasado resultaban evidentes, siendo que en julio era firmado un tratado de paz con Rusia.

Tratado de Fontainebleau

            Calmado el frente del este y vaciado en gran parte el contenido del ejército español, el 27 de octubre de 1807, España autorizaba la entrada de tropas francesas que supuestamente se dirigían a atacar Portugal, aliado de Inglaterra. Había sido firmado el Tratado de Fontainebleau.  

            Y cuatro meses después, Dinamarca declaraba la guerra a Suecia al negarse ésta a apoyar el bloqueo marítimo que Francia había decretado contra la Gran Bretaña.

            Como consecuencia de la situación, y  ante una posible invasión por parte de Suecia, las tropas del marqués de la Romana fueron enviadas a la península de Jutlandia, mientras al haberse helado el mar se podía temer una invasión sueca, al tiempo que se veía cortada la posibilidad de que estos pudiesen recibir apoyo británico. Las fuerzas de Napoleón, en ese momento también la División del Norte, podían cruzar a pie el estrecho de Sund.

            El 2 de febrero pasaron dos regimientos de infantería a Zelanda mientras el grueso  del ejército español permaneció en Jutlandia y en Fionia. En marzo de 1808 llegó el primer batallón del Regimiento de Asturias a Roskilde.

            Es en ese momento cuando, puesta en marcha la maquinaria francesa para atacar Portugal al paso que ocupaban militarmente España, Napoleón ordenó la dispersión de las tropas españolas destacadas en Dinamarca.

Luis Alexandre Berthier

            Y lo hacía el 13 de abril cuando ordenaba a Luis Alexandre Berthier:

El Príncipe de Ponte-Corvo debe….. dispersar la caballería para la defensa de las costas; dispersar los españoles en las islas para la defensa HOLR de Fionia y los demás puntos…../… Haréis conocer al Príncipe de Ponte-Corvo que las tropas españolas merecen alguna vigilancia; que es necesario aislarlas de manera que en ningún caso puedan hacer nada.

            Se formaron con ellas pequeños destacamentos que se distribuyeron en multitud de islas, alejados unos de otros. Ahora sí parece evidente que la voluntad francesa era evitar motines cuando llegasen noticias de la invasión de España.

            Esa evidencia queda reflejada por la declaración del mismo Napoleón decía a Talleyrand el 23 de Abril:

Ya comprenderéis que, después de todo, yo no podía cometer la ligereza de enviar mis soldados contra Suecia, y que no es allí donde se hallan mis intereses.

Cesáreo Jarabo

Si te gusta, compártelo:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *