No repare el embajador en gastos de espías, que solo un aviso lo paga todo (Carlos I).
Venecia, 19 de mayo de 1618
Al llegar al Gran Canal, el mendigo se detiene en el Ponte dei Sospiri un momento antes de subirse a la barcaza que lo lleve hasta la isla de Lido, encogidas las carnes por el dantesco espectáculo con el que amanece toda Venecia: en el Gran Canal flotan decenas de cadáveres con las miradas desorbitadas, como si aún contemplaran la trágica sorpresa que el día anterior les había deparado el Dogo con sus secuaces del Consejo de los Diez.
«Tras vos un Alquimista va corriendo, Dafne, que llaman Sol ¿y vos, tan cruda? Vos os volvéis murciégalo sin duda, Pues vais del Sol y de la luz huyendo»…
Al recordar uno de sus versos, el mendigo sonríe, pues eso es lo que está haciendo: huir de la hoguera que le están preparando en la piazza de san Marco a un monigote con su nombre. Porque los guardias del Dogo lo han estado buscando toda la noche para apresarlo, pero su disfraz y su buen acento véneto le han permitido recorrer media Venecia sin demasiados problemas; solo unos soldados le han abordado hace un rato, pero cuando han intuido las pústulas a la opaca luz de una luna de sangre — si hubiese habido más iluminación hubieran descubierto que eran falsas — han dado un paso atrás y le han permitido continuar hasta el muelle.
Zarpa el barco. Huele a humedad, a cadáver putrefacto y a libertad, la misma que han perdido los hombres del duque de Osuna, cuyos cuerpos se reparten entre los canales y los postes donde cuelgan los ahorcados y otros tantos que se balancean colgados de un pie ante la fachada del palacio ducal. Pocos se han debido salvar de la maquiavélica acusación del Dogo contra el duque de Bedmar sobre su implicación en un golpe de estado, piensa don Francisco de Quevedo mientras se retira la capucha de mendigo, algo que tampoco le sorprende. Al fin y al cabo, aquello es Venecia, tierra de espías.
LA INFORMACIÓN ES PODER.
Este axioma ha sido lema de cualquier nación poderosa desde el comienzo de los tiempos, motivo por el cual se invertía muchos medios humanos y materiales en asegurar una eficaz y eficiente red de información.
La palabra espía nos lleva a pensar en vidas aventureras que rozan permanentemente el peligro y la muerte, próximos a los círculos de poder y haciéndose imprescindibles más por lo que callan que por lo que dicen. Siempre dispuestos a transgredir desde las sombras cualquier código ético para lograr el objetivo que le hayan encargado. Partiendo de esta premisa, he aquí un escueto resumen sobre el devenir de los espías en España:
SIGLO XV. El germen de la guerra de inteligencia.
La llegada a la corona de los Reyes Católicos supuso hacer frente a muchos enemigos de la patria y la fe: el islam, el judaísmo, Inglaterra, Francia, el Mediterráneo, y desde Carlos I, mundo era una partida de ajedrez que exigía una cualificada red de espionaje que se fue formando sobre tres ejes básicos: la gestión de la memoria, la administración de los gastos y el uso de la Inquisición.
Gestión: Probablemente, los Archivos de Simancas y el de Indias son, junto al Vaticano, el mejor ejemplo de conservación de los documentos diplomáticos del siglo XV y XVI gracias a una idea clara: imponer una voluntad de permanencia de las instituciones que sobrepasara la individualidad, una idea que no se encontraba aún en otros reinos de Europa, excepto en las repúblicas italianas como la de Venecia.
Administración de los gastos:
«Para servir a VM en la occupación que VM me a hecho merced de mandarme que tenga con la inteligencia de las espías y cossas secretas y para poder dar buena quenta de cossa de tanta importancia conbiene al servicio de VM que después de aver mandado VM dar dinero como ha servido de hazerlo para este effecto mande VM que se me dé cédula en que VM me mande que me encargue desta ocupación, honrrándome en ella con dezir de la importancia y calidad que es de la satisfación que VM ha tenido de mi persona para mandarme le sirva, y declarando VM que del dinero que gastare en su servicio en estas inteligencias no aya de dar mas descargo de una relación jurada de averlo gastado en servicio de VM obligándome a que la de cada año u cada seis meses como VM fuere servido que con esto sabrá VM lo que se gasta en este servicio y yo quedare sin cargos ni resultas». (Juan Velázquez, espía mayor)
La Inquisición: El Santo Oficio ocupó un espacio específico en el panorama de la política española, también en los servicios de inteligencia, pues la Inquisición tenía la jurisdicción en todas las causas que afectaban a la ortodoxia y buen comportamiento cristiano, alcanzando una capacidad de vigilancia que llegaba hasta donde nadie podía alcanzar.
SIGLO XVI. Espías para un imperio.
Los servicios secretos formaban una actividad reglada y organizada dentro del sistema de gobierno. La cúpula del espionaje estaba formada por el rey o su valido y el secretario del Consejo deEstado, que tomaban y transmitían decisiones sobre la captación de espías, misiones a realizar, pago o cifrados. De entre los métodos de cifrar el lenguaje existían múltiples técnicas: cifrado mediante clave, encriptado musical dentro de un pentagrama, numérico, cambio de letras…multitud de métodos, unos nuevos y otros que ya se empleaban desde tiempos del Imperio romano.
«La leche y el jugo de una planta euforbiácea, el titimale, que se revelan mediante polvos de carbón, la sal de amoniaco, el jugo de cebolla, leche de higuera, sangre de granadilla venenosa, la hiel de cuervo, raíz de montea, esperma de ballena, alumbre líquido [… ] y sales metálicas reveladas mediante hidrógeno sulfuroso y luego, en tiempos de Isabel de Inglaterra y Luis XV, el cloruro de cobalto». (Jean Pierre Alem, El espionaje y el contraespionaje).
Una técnica muy utilizada en la época era la tinta invisible: se escribía sobre el papel el mensaje secreto con una disolución de vitriolo romano (sulfato) pulverizado en agua; luego se escribía sobre el papel cualquier contenido no secreto con una solución de carbono de sauce con agua. Para hacer legible el texto secreto se fregaba el papel con una disolución de galla de Istria pulverizada en agua.
«El elemento que está en la base de la transformación se llama unidad de cifrado» (Jean Pierre Alem).
Felipe II heredó de Carlos I muchas estructuras que se habían gestado durante la época de los Reyes Católicos, aunque él las amplió y mejoró su eficacia, como por ejemplo el correo de postas o la financiación de los gastos secretos fuera de la Península, en las principales ciudades europeas y del mundo turco-berberisco y en Venecia, la que fue sin duda la capital mundial del espionaje en los siglos XVI y XVII.
«Don Íñigo de Cárdenas por convenir a mi servicio que después de aver cumplido mis embaxadores con sus embaxadas entreguen a mis secretarios de Estado las cartas originales que yo les mandé escrivir y las copias de las que ellos me huvieren escrito y qualesquier otros pape- les que tuviesen tocantes a las dichas embaxadas, todo ello con inventario y distinción, he acordado de ordenarlo así a los dichos mis embaxadores y vos por lo que toca del tiempo lo fuiste nuestro en Francia entregaréys en la forma dicha a Juan de Ciriza, mi secretario de Estado, todas las cartas y otros papeles que estuvieren en vuestro poder de la dicha embaxada que virtud de la presente serán bien entregados». (Felipe II al embajador en Francia).
JUAN VELÁZQUEZ, el espía mayor.
Antiguo capitán de Infantería en Nápoles y combatiente en Lepanto) y Portugal, en 1598, durante los últimos meses de vida de Felipe II o los primeros de reinado de Felipe III, Velázquez asumió la jefatura de lo que sería la Superintendencia y correspondencia general de las inteligencias y cosas secretas. Toda la información obtenida por los espías fue centralizada y canalizada bajo su control, pues todas las acciones de sus Consejos de Vuestra Majestad penden de saber lo que hacen nuestros enemigos. Velázquez se convertía así en espía mayor.
«Ansí mismo, conviene al servicio de Vuestra Majestad, para ser bien servido en este ministerio [el espionaje], mande que todas las inteligencias y espías que [h]asta agora ha habido y [ay] y adelante hubiere acudan a mí para que las oia [oiga] y examine sus avisos, y procure entender sus intenciones, y apure [averigüe] las verdades o mentiras, y saque la sustancia de todo para dar cuenta a Vuestra Majestad de [e]llo y a sus Consejos de Guerra y Estado, porque en [h]abiendo división en esta materia de inteligencias no sirven sino de confusión y de ocasión de engaños (…)»
.Desde 1591 su hijo Andrés Velázquez siguió su actividad y, entre 1606 y 1624, ocupó el oficio de espía mayor.
SEBASTIÁN DE ARBIZU. Navarro exiliado en Francia, en 1592 se convirtió en espía al servicio de las autoridades españolas. Entre otras actividades, participó en las tramas de los servicios secretos orientadas a lograr la entrega de la estratégica ciudad de Bayona.
SIGLO XVII. Espías aventureros.
PEDRO DE ZUBIAUR. En 1603 abordó el proyecto de construcción de un ingenio para bombear agua en del río Pisuerga, en Valladolid. Años antes, cuando residía en Londres, espió una máquina que entonces se estaba montando y que estaba destinada a bombear agua del Támesis.
MARTÍN DE BUSTAMANTE. Detenido en 1599 en Pau, capital del Bearn protestante, había cometido varios atentados contra el antiguo secretario de Felipe II, Antonio Pérez, bajo orden del rey. Aunque fue procesado y atormentado en las prisiones de Enrique de Navarra, se mantuvo leal. Una vez liberado y establecido en la frontera de los Pirineos, continuó trabajando en la denuncia de los luteranos infiltrados en España y revelando el comercio de contrabando, el tráfico de caballos y el tránsito de conversos y moriscos por la Península:
«Que en la villa de San Sevastián como antes tengo referido por la relación que he dado al secretario Andrés de Prada buelvo a decir que desde el postigo de Santa Catalina asta la garita de San Telmo conbiene que se tenga cuidado de que las puertas de las casas que caen a la muralla se cierren y que en todas aquellas casas no puedan vivir ninguna gente que no sea natural destos reinos ni portugeses por lo que tengo referido ni moriscos por que dello puede resultar daño».
OTROS ESPÍAS: el marqués de Chavelao Gaspar de Bonifaz, paje de Felipe III, caballero de Santiago y gentilhombre de la casa de Rey. Este último ocupó el cargo de gobernador de Ocaña y, después del oficio de Espía Mayor, fue nombrado corregidor de Córdoba. Además se ilustró como torero y poeta. También estaba Juan de Valencia, un peruano de Lima como jefe de la inteligencia al final del reinado de Felipe IV, caballero de Calatrava y señor de Yeles. Después de Juan de Valencia, el oficio pareció desaparecer de la corte, si bien en 1674, Pedro de Ribera pidió este oficio para sí mismo.
QUEVEDO, un espía en la Serenísima.
«Faltar pudo su patria al grande Osuna/pero no a su defensa sus hazañas;/diéronle muerte y cárcel las Españas,/de quien él hizo esclava la Fortuna».
Uno de los mejores poetas de la historia fue espía. Tan afilado de pluma como de espada, conoció a Pedro Téllez de Girón, futuro duque de Osuna cuando cursaba estudios en Alcalá, forjándose una amistad que los llevaría a correr peligrosas aventuras juntos. Cuando años después Girón fue nombrado virrey de Sicilia, Quevedo se unió a él, empujado por un oscuro asunto que le relacionaba con la estocada a un hombre que abofeteó en público a una dama en la iglesia madrileña de San Martín (Pablo Antonio de Tarsia), si bien algunas autores consideran que el conde de Gondomar, embajador en Londres, utilizó esa muerte como pretexto para excusar el súbito traslado del escritor a Italia y dar apariencia de huida a lo que en realidad era el inicio de una carrera en el espionaje.
El destino de Quevedo fue La Serenísima. Por aquella época los acontecimientos políticos se sucedían en Italia: la península mediterránea, fragmentada en multitud de estados en permanente conflicto, era un rompecabezas en el que España se jugaba mucho y Venecia era una pieza incómoda, aún más desde la llegada del nuevo Dogo veneciano, Giovanni Bembo, quien ya había tenido altercados diversos con los primos austriacos de los Habsburgo.
El escritor demostró formidables dotes para imponerse en los vericuetos del laberinto italiano, y captó perfectamente los objetivos del duque de Osuna para intentar mantener la hegemonía española en ese tablero político-militar, apoyada por el gobernador militar de Milán y por otros altos personajes, como los embajadores en Venecia y Viena, en Italia, y todo eso pasaba por mantener a raya al duque de Saboya, así como frenar la vieja ambición francesa sobre el Milanesado y a la siempre peligrosa Venecia, que financiaba la mayor parte de las alianzas hostiles.
«Quevedo resulta ser la persona de mayor confianza del duque y a quien se le encomiendan las tareas más delicadas, aquellas que el virrey no puede realizar personalmente, pero que exigen un conocimiento profundo y detallado del virreinato”. Pablo Jauralde
Por aquel entonces Venecia era la capital de las conspiraciones, tanto que en mayo de 1618 se produjo un hecho aún no esclarecido del todo: la conjura de Venecia o la de Bedmar, según unos u otros.
Ávida de espionaje y contraespionaje, la Serenísima, tan habilidosa como prevenida de los movimientos de Osuna, acusó al embajador, duque de Bedmar, de alentar un golpe de Estado en la plaza. La reacción del Dogo al supuesto complot fue hacer asesinar a cuatrocientos mercenarios hugonotes que trabajaban para el de Osuna; entre los perseguidos, Francisco de Quevedo era sin duda la pieza más codiciada, pero no lograron capturarlo: disfrazado de andrajoso mendigo, maquillado con pústulas de lepra y amparado en su perfecto conocimiento del dialecto véneto, el poeta logró salir indemne de aquella ratonera.
Los venecianos quedaron tan frustrados por la fuga de Quevedo que quemaron públicamente su imagen, junto a la de Osuna, en la plaza de San Marcos.
SIGLO XVIII
LOS ESPÍAS DE ENSENADA. Durante el reinado de Fernando VI el marqués de la Ensenada tejió una extensa red de funcionarios, militares, diplomáticos, científicos, religiosos y espías que le permitían protegerse de los enemigos de España. Juan Fernández de Isla y Alvear y el palo de Campeche, el abate Mogroviejo, Manuel Ventura de Figueroa y Miguel Antonio de Gándara en Roma, Silvio Valenti de Gonzaga en el Vaticano, Miguel de Ventades y Gandasegui en Londres, Nicolás Roel de Andrades en Lisboa, Manuel de Sada, embajador en Cerdeña y luego gobernador de Saboya, la marquesa de González Grigny, agente al servicio del marqués en Parma, los marinos Antonio de Ulloa, Juan de Lángara, los oficiales Agustín Hurtado, José Menes y Francisco Estachería o la propia madame de Pompadour…,nada escapaba a los oídos de don Zenón de Somodevilla y Bengoechea.
JORGE JUAN. La faceta de espía de este navegante, científico y espía se puede leer en JORGE JUAN, ESPÍA en esta misma página, https://espanaenlahistoria.org/episodios/jorge-juan-espia/
JUAN DE MIRALLES. Miralles era un próspero comerciante de Cuba con buen conocimiento del idioma inglés y una extensa red de contactos gracias a su actividad comercial. Fue nombrado en 1777 Comisionado Real de España en las Trece Colonias durante la Guerra de Independencia norteamericana. Aprovechando su pantalla de reconocido hombre de negocios, realizó servicios de espionaje, informando de las actividades de los británicos que hacía llegar de forma cifrada a sus contactos españoles en Cuba. Además, hizo llegar a los rebeldes armas y medicinas que llegaban en barcos desde España, aprovechando las rutas comerciales de sus negocios. Estas ayudas hicieron que entablara una gran amistad con George Washington.
JUAN JOSÉ DELHUYAR. 1777. El ministro de la Marina, el marqués González de Castejón ordenó espiar y plagiar la construcción de los cañones de la marina británica mediante una operación secreta en Carron, Escocia, para exportar la tecnología británica a la fábrica de Liérganes. Ante lo intrincado de la misión, el marqués pidió consejo a José Domingo de Mazarredo, quien le puso en contacto con la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País. El plan consistía en introducir a un científico español en la fábrica escocesa sin que levantara sospecha alguna, y el elegido fue el riojano Juan José Delhuyar, que debía hacerse pasar por alemán.
Con apenas 23 años, Juan José viajó a Alemania junto a su hermano Fausto y se instaló en Sajonia, donde cursó estudios de «química avanzada», concretamente sobre el tungsteno. A finales de 1782, el ministro canceló la misión a consecuencia del Tratado de Versalles. Concluía así la misión sin aparente éxito, pero gracias a su relación con los químicos más prestigiosos en 1783 logtró Delhuyar aislar el wolframio, elemento que ocupa el número 74 en la tabla periódica.
SIGLO XIX
DOMINGO BADÍA. Uno de los mejores espías de nuestra historia, En el año 1803, por encargo de Manuel Godoy se infiltró en casi todos los países árabes del Sahel y oriente Medio bajo la identidad de un falso príncipe abasí educado en Europa de nombre Alí Bey el-Abbasí, convirtiéndose en el primer occidental en viajar a la Meca.
EUGENIO DE AVIRANETA. Masón, estuvo envuelto en casi todas las intrigas contra los moderados durante el reinado de Isabel II. Estuvo especialmente activo contra el Estatuto Real de 1834 y apoyando el fin de la regencia de María Cristina de Borbón. Entre sus amigos se encontraban el general Palafox, el regente Baldomero Espartero, a quien sirvió como agente en el extranjero para facilitar el fin de la guerra carlista, el hacendista Mendizábal y el progresista Salustiano Olózaga.
SIGLO XX
JUAN PUJOL. Llegó al Reino Unido en la primavera de 1942 y operó como agente doble bajo el auspicio del Comité XX (Sistema de la Doble Cruz), una iniciativa de la Inteligencia Británica basada en la captura de agentes alemanes y su posterior conversión en agentes dobles para labores de contraespionaje. Su trabajo principal fue el de convencer a los alemanes que había conseguido reclutar a un gran número de agentes en Reino Unido.
FAUSTINO CAMAZÓN. Jefe de los siete matemáticos españoles que conformaban el conocido como Equipo D, que trabajó junto a los también matemáticos y criptógrafos Marian Rejewski y Alan Turing para descifrar los codigos de Enigma, la máquina de cifrar de los nazis. Una labor que el mismo presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, aseguró años después que había sido «decisiva» para derrotar a la Alemania nazi.
Ricardo Aller Hernández
Bibliografia.
*Luis Alberto Andrío Tarongi. Información, espionaje e inteligencia de la Monarquía Hispánica (siglos XVI-XVIII)
*Cezary Taracha. El marqués de la Ensenada y los servicios secretos de españoles de la época de Fernando VI.
*Cezary Taracha . Ojos y oídos de la monarquía borbónica.
*Alain Hugon. El espionaje, un mundo de señores.