Nicolás de Ovando era hijo del capitán Diego Fernández de Cáceres y Ovando y de su primera mujer Isabel Flores de las Varillas, Dama de la Reina Isabel I de Castilla. Ingresó en la orden militar de Alcántara; de aquí su título de «frey». Llegó a ser comendador de Lares y posteriormente comendador mayor. Nuestro personaje el 13 de febrero de 1502 partió de España con 32 embarcaciones, siendo la flota de embarcaciones más grande con destino hacia el continente americano. Ovando llevaba consigo un gran encargo de los Reyes Católicos, que no era sino desarrollar tanto la economía básica de La Española como establecer las estructuras políticas, sociales, religiosas y administrativas de la colonia.
Ovando fundó o promovió el levantamiento de varias ciudades en La Española, entre ellas: Compostela de Azua , Santa María de la Vera Paz, Bayajá, en Haití, Salvatierra de la Sabana, también en Haíti, Salvaleón de Higüey, Cotuí, Puerto Plata, Santa Cruz de Hicayagua, hoy, Santa Cruz del Seibo, en República Dominicana.
Igualmente desarrolló la industria minera. Introdujo el cultivo de la caña de azúcar, con plantas importadas de las Islas Canarias. Los colonizadores no solo estuvieron interesados en utilizar a la población nativa como servidumbre, sino también para extraer el oro de las minas. Antes de adentrarnos en el verdadero objeto de estas letra, se debe mencionar que Nicolás de Ovando importó por primera vez esclavos africanos en La Española, a partir de 1502, y ello debido a que, ya según las leyes de entonces, los indígenas americanos no podían ser tratados como esclavos.
Fue nuestro personaje quien, por instrucción expresa de los Reyes Católicos, en 1503, construyó el primer hospital en América, en santo Domingo de Guzmán, bajo los auspicios de san Nicolás de Barí. Se trataba de dar cumplimiento a la instrucción de los RR.CC. «Haga en las poblaciones donde vea que fuere necesario casa para hospitales en que se acojan y curen así de los cristianos como de los indios». Mención obligada es referir que, por indicación de los monarcas católicos, la gestión médica y de los hospitales, sufrió una trasformación importante; pasó de ser caridad religiosa para convertirse en una profesión bajo el control de la monarquía. El Tribunal Real Protomedicato fue convertido en un tribunal universitario en donde los futuros boticarios, cirujanos, herbolarios, debían examinar sus conocimientos para obtener licencia y permiso de ejercicio de su profesión. Así, el hospital de san Nicolás de Bari, desde el inicio ya contaba con dos profesionales, como igualmente sucedía en los futuros de san Buenaventura y de la Concepción, obra también de Ovando, o en el de san Andrés, todo ellos en santo Domingo, levantados en el término de quince años. La preocupación de la monarquía española por el bienestar de los habitantes de las Indias, cristianos o indígenas llegó hasta extender Felipe II ese Protomedicato a las tierras descubiertas, siendo así que a partir de 1570 los profesionales formados en América ya no precisaban desplazarse a España para convalidar sus conocimientos. Mucho antes, en 1551 Felipe II dispuso y dotó una cátedra de Medicina en la Universidad de México, para en 1634 instituirse otra en la Universidad de Lima y en Bogotá. Es decir, que desde el primer momento en que los RR.CC. tomaron posesión de las nuevas tierras con los nuevos súbditos, se inició la política tendente a lograr el bienestar de todos esos súbditos, sin distinción. Resaltable es el hecho que ya en Real Cédula de 1511 se instruye para la construcción de hospitales, según las necesidades de las poblaciones, mientras en la Nueva Inglaterra no creó la primera cátedra de Medicina hasta 1765, diez años antes del inicio de la guerra de independencia de las trece colonias norteamericanas.
Felipe II, el rey vilipendiado por ingleses, holandeses, franceses, alemanes, ya en 1587, dentro de las Leyes de Indias, ordenó; «Mandamos a los virreyes del Perú y de Nueva España que cuiden de visitar los hospitales de Lima y México…, y vean las curas, servicios y hospitalidad que se hace a los enfermos, estado del edificio, dotaciones y limosnas y forma de distribución». Una preocupación que, lamentablemente, es desconocida por la historia, como lo es que desde 1550 hasta 1793 se construyeron veinticinco hospitales grandes y muchas más de menores dimensiones. Edificaciones que algunas siguen en pie y otras, como la de Nicola de Bari son exponente de la arquitectura de su construcción; bien planta de cruz griega, con patios, bien planta en L, bien planta en T, bien cuadrangular con patio central. Sea cual sea el diseño lo cierto es que en 1521 Hernán Cortés ordenó levantar un hospital, y en 1554 el Hospital de la Purísima Concepción y, también en México, en 1528 el Hospital de Jesús. Podríamos seguir con el Hospital Real de san José para enfermos de sarampión, el de san José de los Naturales o el de san Cosme y Damián en 1534.
Todo ello comenzó con Ovando y continuó con los distintos Virreyes y gobernadores, debida a la especial preocupación de los Austrias por el bienestar de sus súbditos de América. Hospitales que tuvieron una prolongada vida, merced a sus sistemas de financiación que iban desde el establecimiento de lotería, de gran éxito, en el de san Pedro en Puebla de los Ángeles o el teatro del Hospital de los Naturales de México cuyas representaciones ayudaban a la financiación, o el Coliseo de la pelea de gallos de cuyas entradas percibía una parte el Hospital de san Andrés de Lima. La labor de la monarquía, de los virreyes y gobernadores en ese campo fue tan encomiable como desconocida, dejando en el olvido hospitales para niños, para enfermos mentales, para contagiosos, a cuya construcción le acompañaba un gran nivel médico y la participación de las poblaciones en su sostenimiento merced a donaciones, mandas o legados, que se sumaban al diezmo eclesiástico insuficiente.
Sirvan, pues, estas líneas para reconocer el esfuerzo de aquello hombres y mujeres que se aprestaron a la aventura hacia lo desconocido. Lamentablemente, cuando llega el día del Descubrimiento, se oyen términos como «conquista», «genocidio», «exterminio», «imposición» y, extrañamente, la respuesta y defensa a tal cúmulo de desprecios a nuestra historia, la podemos hallar en autores norteamericanos, David M. Kennedy y Lizabeth Cohen, The American Pageant; «Los españoles invasores ciertamente mataron, esclavizaron e infectaron a un sinnúmero de nativos, pero también …trasplantaron su cultura, leyes, religión y lengua a una amplia variedad de sociedades indígenas, los cimientos de muchas naciones hispanohablantes. Evidentemente, los españoles, que llevaron más de un siglo de ventaja a los ingleses, fueron los genuinos constructores de imperios y los innovadores culturales del Nuevo Mundo ― desde California, Florida a la Tierra de Fuego ―. Si los comparamos con sus rivales anglosajones…, los españoles honraron a los nativos fundiéndose con ellos a través del matrimonio e incorporando a la cultura indígena la suya propia, no ignorándolos y, con el tiempo, aislando a los indígenas como hicieron sus adversarios ingleses».
No resulta, pues, extraño a todo lo anterior el que Thomas Jefferson, padre fundador de EE.UU., desde su plantación Monroe, con más de dos mil esclavos sirviéndole, escribiese que todos los hombres son iguales, unos escasos cien años antes de que sus compatriotas anglosajones, mandasen a los navajos o dakota a la reserva, a morir de hambre.
Francisco Gilet.
Bibliografía
Imperiofobia, Maria Elvira Roca Barea.
Lamb, Úrsula: Frey Nicolás de Ovando, gobernador de las Indias.
Mira Caballos, Esteban: Frey Nicolás de Ovando y los orígenes del sistema colonial español.
David M. Kennedy y Lizabeth Cohen, The American Pageant