“El almirante inglés se apartó del golfo de Cádiz, y dobló el cabo de San Vicente, con objeto de apresar la flota española que de Indias esperábamos, y que escoltada por una escuadra francesa, a las órdenes del conde de Chateau-Renault, entró en el puerto de Vigo para evitar el encuentro con los ingleses.” (“Historia de la Marina Real Española” de D. José March y Labores)
Todos conocemos, más o menos, los episodios de la Batalla de Lepanto, de la Armada Invencible, de la defensa de Cartagena de Indias, de la batalla de Trafalgar, y otros eventos de la milicia naval española. Pero el tema del que escribo, desgraciadamente, ha caído en el olvido. Fue tan mítico y legendario que ya no se recuerda. Intentaré rescatarlo del “humo dormido” de mi infancia, cuando escuchaba a mis mayores, especialmente a mi madre.
La Batalla de Rande (según la versión inglesa) o de Vigo, ocurrió en el contexto de la Guerra de Sucesión de la Corona Española, tras la muerte de Carlos II, el último de los “Austrias”. Aconteció entre el 23 y el 24 de octubre de 1702, aunque según el folleto, publicado al año siguiente en Londres, Impartial Account of all the Material Transactions Grand Fleet and Land Forces from their firft fetting out from Spithead, June the 29. till his Grace the Duke of Ormond`s Arrival at Deal, November the 7th. 1702, la data el 12 de octubre. Sin embargo, todos los historiadores la sitúan en las fechas del 23 y 24. Fue una batalla con mucha leyenda debido a las distintas versiones, a veces contradictorias, que se han publicado sobre este gran enfrentamiento naval, sucedido en la Ría de Vigo, entre las escuadras angloholandesa y la francoespañola. Recordemos todos los interesantes orígenes y las circunstancias históricas que rodearon este episodio.
Tras la muerte de Carlos II, el cardenal Portocarrero quedó, a modo de valido o regente, como responsable del gobierno y administración de España y sus territorios continentales y transatlánticos. Inglaterra, que en un principio apoyaba a Felipe de Anjou como sucesor, tras la negativa de este a aceptar los acuerdos entre la reina Ana y Luis XIV, se alineó con la liga que apoyaba al archiduque Carlos de Habsburgo. La Pérfida Albión y su potente armada quedaron enfrentados con España.
Inglaterra, que, en ese momento histórico, había reunido en Ana las coronas de Escocia e Irlanda, aspiraba a ser la primera potencia mundial. Primero lo pretendió diplomáticamente, pactando con Francia, unos acuerdos que esquilmaban y desmembraban el Imperio Español. Fracasada esta pretensión, decidieron utilizar la vía militar con la excusa de la Sucesión de la Corona de España. Luis XIV, finalmente, no aceptó esos propósitos y apoyó política y militarmente a su nieto Felipe. La guerra estaba servida.
Como en toda guerra, además de tener buenos y poderosos ejércitos, es necesaria la financiación económica de los mismos. España, durante esta época, conseguía esta financiación merced al comercio con los territorios de ultramar, que se realizaba a través de La Flota de Indias y El Galeón de Manila. La primera era la que realmente llegaba a la Península, entrando por Cádiz.
Ya en el siglo XVIII, los sistemas de espionaje entre naciones estaban muy desarrollados. Los ingleses sabían muy bien de la importancia de nuestra Flota de Indias, que desde 1698 no partía desde América hacia España. En aquel tiempo, como muy tarde, venía cada dos años, y habían pasado ya cuatro. Vendría cargadísima y sería un gran botín. Con esta información y conocimiento, los ingleses aliados con los holandeses, prepararon y organizaron una gran flota militar que se apoderase de la nuestra de Indias, principalmente mercante.
El 29 de junio de 1702 parte desde Spithead la flota inglesa comandada por el almirante George Rook. La flota holandesa, de la que se tienen pocos datos fiables, se unió a la inglesa rumbo a la Bahía de Cádiz. Allí esperarían a nuestra flota, que dadas las abiertas hostilidades era escoltada por una flota militar francesa. Afortunadamente, la Flota de Indias fue avisada a tiempo, cambiando de rumbo y dirigiéndose a la Ría de Vigo. El 22 de septiembre arribaba a aquellos lares la flota, a cuyo mando estaba el almirante Manuel de Velasco y Tejada, escoltada por la escuadra francesa a las órdenes del Conde de Chateau-Renault. Enterados los angloholandeses, su espionaje funcionaba muy bien, parten hacia Vigo. No está clara la fecha de esta partida desde Cádiz, aunque sí se sabe que el almirante Rook fue informado por un crucero espía comandado por el capitán Hardy, pero no debió ser antes del 6 de octubre.
¿Qué pasó entre el 22 de septiembre y el 23 de octubre? La Historia no se pone de acuerdo, y, según algunos, se pudieron descargar mayormente los galeones. Sin embargo, la mayoría de los historiadores piensan que lo que se desembarcó fue solo una pequeña parte. ¿Por qué? Pues por la burocracia y el excesivo legalismo escrito de nuestro Derecho. Conforme a la Ley, de entonces, todo tenía que pasar por la Casa de Contratación de Indias en Sevilla. Esta rigidez burocrática, y la falta de decisión, fue lo que obstaculizó el gran desembarco. ¿Y qué sucedió, pues, con toda la mercadería, el oro y la plata?
Lo cierto es que, finalmente, entre el 23 y el 24 de octubre se produce una gran batalla desigual entre la escuadra angloholandesa y la francoespañola. Aunque los datos de la batalla no están suficiente y detalladamente contrastados, sí se sabe que las flotas se componían, aproximadamente, de 30 navíos de guerra ingleses, acompañados de unos 20 holandeses, frente a 18 franceses y 3 españoles, que acompañaban a los 13 galeones mercantes españoles. Hay historiadores que rebajan el número de holandeses a solo 10, pero los propios británicos reconocen que eran 20. Lo que es más indeterminado es el número de hombres que participaron en la contienda. Un dato medio podría ser unos 17.000 ingleses y holandeses, frente a unos 10.000 franceses y españoles. Las bajas fueron de unos 2.000 muertos y 2.000 heridos, por el bando francoespañol, y unos 800 muertos y 500 heridos del bando angloholandés. El combate no fue solo naval, sino terrestre también, pues la Ría de Vigo estaba fortificada en distintos puntos de la misma. Al frente de las tropas inglesas estuvo el duque de Ormond.
La victoria inglesa fue aplastante y contundente, merced a su abrumadora superioridad, si bien no consiguieron su principal objetivo: apoderarse del oro y la plata de la Flota de Indias. Esto no fue posible, pues, antes que se apoderase el enemigo, la Flota fue incendiada y hundida por los propios españoles. La Historia cuenta que solo un galeón fue apresado por los ingleses, pero cuando estaba siendo remolcado, se hundió en las Islas Cíes.
Otra vez, por consiguiente, la pregunta: ¿Y qué sucedió, pues, con toda la mercadería, el oro y la plata? La pregunta y la respuesta forman parte de la leyenda. Desde el año siguiente a la Batalla hasta nuestros días, se han realizado casi una treintena de proyectos e intentos de rescate de Los Tesoros de Rande. Se han encontrado muchos restos: botellas de cristal, jarros de barro, restos de vajillas, trozos de cañones, roldanas, balas, muchas vigas y planchas de madera de distintos tipos, restos de comida, etc. Solamente en el rescate efectuado, en 1870, por la Empresa Magen (francesa) fueron hallados 44 kg de plata. El mito de esta búsqueda de las riquezas sumergidas fue tal, que Julio Verne en su libro “20.000 leguas de viaje submarino”, en el capítulo 8 de la segunda parte, “La Bahía de Vigo”, menciona la batalla habida y cómo los tesoros financian las expediciones del Nautilus comandado por el capitán Nemo.
Lector: ¿Te apuntas a rescatar Los Tesoros de Rande?
Francisco Iglesias