Se denomina batalla de Teruel al conjunto de operaciones militares que, durante la guerra civil española, se iniciaron el 15 de diciembre de 1937 y duraron hasta el 22 de febrero de 1938 en la ciudad de Teruel y sus alrededores. Fue la batalla de la nieve y el frío, y la que decidió la guerra civil española, a la cual, también, podemos considerarla como el Stalingrado de la guerra civil española porque al igual que la batalla rusa, Teruel estuvo caracterizada por temperaturas gélidas, intensos combates urbanos y grandes maniobras. Ambas tienen en común el haber determinado el resultado de sus respectivas guerras.
Entre el 15 de diciembre y el 22 de febrero, la nieve y el hielo vistieron de blanco con tanta frecuencia los escenarios de la batalla de Teruel que, para sobrevivir, el abrigo era más útil que el fusil. Las fotografías de soldados de ambos bandos, ataviados con sus respectivas mantas en bandolera, dieron la vuelta el mundo y forman parte de la iconografía de este episodio de la contienda española, en el que las bajas debidas a las temperaturas extremas desbordaron la capacidad de la sanidad militar. Hubo miles de congelados entre los combatientes (con toda probabilidad más de 15.000), pero los temporales de frío y nieve fueron mucho más allá y tuvieron, además, un impacto directo en los acontecimientos bélicos, hasta el punto de que la batalla de Teruel constituye un caso inédito en la historia de España, ya que la épica de las guerras del general invierno estuvo presente de la misma forma que en algunas de las grandes epopeyas de la historia de Europa.
Teruel fue la más cruel y más cruenta batalla de la Guerra Civil, con un volumen de bajas del mismo orden que la Batalla del Ebro, aunque en la mitad de tiempo; la ciudad quedó casi completamente destruida y cerca de 400.000 españoles se vieron implicados en la misma. También fue uno de los momentos cruciales de la guerra civil española, pues si bien inicialmente fue una contundente victoria de la República (la única capital de provincia que ganaron y por poco tiempo y, además, a un precio demasiado elevado para la República), pronto se convirtió en una etapa importante hacia su derrota final. En Teruel tuvo lugar el dramático asedio de unos 3.000 civiles y casi 4.000 soldados en unos reductos sometidos a intensos bombardeos y potentes minas.
Allí se produjo la última gran carga de caballería de la historia, con más de 2.500 jinetes cabalgando en el valle del río Alfambra y una de las más potentes acciones artilleras de la Guerra Civil sobre el Alto de Celadas. Para el gobierno de Negrín era de suma importancia capturar una capital de provincia, cosa que no había conseguido desde el inicio de las hostilidades.
El día 20 de julio de 1936 se decidiría el triunfo de la sublevación militar en Teruel, encabezada por el comandante Virgilio Aguado, que había tomado la iniciativa en la capital ante la actitud vacilante del comandante militar de la plaza, teniente coronel García Brisolara. Las dudas mostradas por el gobernador civil harían posible que las fuerzas de seguridad acabaran prestando su apoyo a los sublevados, ante la que nada pudieron hacer las autoridades civiles, que fueron detenidas y encarceladas, quedando unida la suerte de Teruel a la de las otras dos capitales de provincia aragonesas. Sometida la capital, los sublevados tratarían de extender su dominio hacia otras localidades de la provincia, aunque pronto serían detenidas por el avance de las columnas de milicias procedentes de la franja oriental.
El 22 de diciembre de 1937 el Ejército gubernamental aseguraba, por primera vez a lo largo de la guerra, una capital de provincia, sin embargo, los franquistas en apenas una semana iniciaron una serie de contraataques y les infligieron una dura derrota en la zona del Alfambra. Después de esto, el camino estaba abierto y el 22 de febrero 1938 la ciudad de Teruel volvía a manos de Franco, y, más importante todavía, a dejar muy maltrechas a las tropas de sus oponentes, con un desgaste que no fueron capaces de paliar.
Las operaciones militares de los sublevados durante el año 1937 habían conseguido hacerse con el control del norte de España y varias divisiones se preparaban para un ataque definitivo sobre Madrid. Después de la conquista de Asturias, la idea de Franco era atacar la provincia de Guadalajara y luego dirigirse a Madrid. No obstante, el proyecto nunca llegó a materializarse porque la inteligencia republicana llegó a descubrir las intenciones del generalísimo. El Estado Mayor Central republicano se adelantó a los franquistas y lanzó su propia ofensiva al decidir conquistar la ciudad de Teruel, a la que se creía una pequeña ciudad que estaba débilmente defendida.
Que se eligiera Teruel no era casual, pues en lo que iba de guerra ya había sufrido numerosos ataques y la ciudad se hallaba parcialmente rodeada por las tropas republicanas. La patente debilidad de las tropas sublevadas en el Frente de Aragón lo había convertido en un objetivo apetecible al Ejército Popular de la República con el objetivo de aliviar la situación en el Frente Norte.
El bando sublevado contaba con la 52.ª División franquista dentro de la ciudad de Teruel, todos ellos al mando del coronel Domingo Rey d’Harcourt. A pesar del bajo número de tropas de los sublevados, estos decidieron presentar una defensa resuelta de sus posiciones en el interior de la ciudad: este tipo de defensa iba a causar bastantes quebraderos de cabeza a las tropas del Ejército Popular de la República.
Las tropas republicanas, seguras de una victoria fácil por la gran desproporción de material y hombres entre los dos bandos, iniciaron la ofensiva el 15 de diciembre sobre las 15:00 horas, mientras caía la nieve y sin preparación artillera ni aérea (a fin de disimular sus intenciones): Líster y su 11.ª División rompió el frente y se adentró hasta conquistar Concud. El día 17 las fuerzas de Líster contactaron con los soldados del XVIII Cuerpo de Ejército de Fernández de Heredia que avanzaba por el sur, tras lo cual cerraron completamente el cerco sobre Teruel. Los republicanos entonces avanzaron directamente hacia una cresta situada al oeste de la ciudad, la Muela, cuya posesión era decisiva en vistas a la conquista de la plaza.
Cuando los republicanos se hicieron con la posición, el comandante de la guarnición de Teruel, el coronel Domingo Rey d’Harcourt, desistió de mantener un perímetro defensivo alrededor de la urbe y empezó a retirar a sus hombres hacia el interior de la ciudad. Por su parte, Franco seguía con mucha atención las noticias que llegaban desde la ciudad del Turia, pero seguía manteniendo sus planes para la Ofensiva de Guadalajara, pues, los asesores alemanes le venían insistiendo en ese sentido. El ataque republicano sorprendió a los sublevados.
El día 19 las tropas republicanas llegan a los arrabales de la capital y se producen los primeros combates dentro del recinto propiamente dicho de la ciudad, en el cementerio viejo y el campo de fútbol. Lejos de lo esperado, encuentran una fuerte resistencia, aunque las tropas gubernamentales cuentan con una gran superioridad en hombres y material bélico. Se suceden combates y fuego de artillería en el Ensanche, principalmente en la plaza de Toros de la ciudad.
El 22 de diciembre las unidades republicanas empiezan a entrar en la ciudad con el apoyo de la artillería, que controla el perímetro de la ciudad, y se ven los primeros carros republicanos en la emblemática Plaza del Torico, fotografiados por el conocido corresponsal y fotógrafo Alfonso Sánchez Portela. No obstante, esta cómoda victoria favorece un desarrollo precipitado de los movimientos de tropas republicanas que sufren un gran número de bajas por el sistema de defensa cerrado que ofrecen los defensores, sabedores de que solo un combate casa por casa es la defensa más efectiva contra la superioridad republicana. La poca tropa y voluntarios con los que cuenta Rey d’Harcourt se acantonan en las dependencias del Gobierno Civil, el Banco de España, el Hotel Aragón, el Convento de Santa Clara y el Seminario, edificios que se encuentran en la parte sur de la ciudad.
A partir de entonces, las operaciones militares dentro de la ciudad se desarrollan con una conquista casa por casa, peligrosa para ambos bandos y con gran cantidad de bajas civiles, a pesar de que se trató de cumplir las órdenes de Indalecio Prieto de proteger al máximo a la población civil, por lo que los republicanos evacuaron a la población civil turolense antes de lanzar el asalto urbano. Dentro de la ciudad, la artillería republicana situada en los alrededores barre cada edificio donde se encuentra la resistencia franquista, llegándose al uso de las bayonetas. El temporal de frío afectó mucho a ambas partes, aunque los soldados republicanos iban mejor equipados para el frío, ya que poseían la mayoría de industrias textiles anteriores a la guerra.
Para el día de Navidad los republicanos ya se habían hecho con la mayor parte de la capital turolense. Ese día varios oficiales republicanos son condecorados y ascendidos por su inminente victoria, aunque los defensores franquistas siguen resistiendo en dos reductos principales: el Seminario y la Comandancia. No obstante, las bajas del Ejército Popular son numerosas y los combates y el frío empiezan a hacer mella en la tropa.
No fue hasta el día 23 cuando Franco decidió suspender la Operación de Guadalajara cuando se convenció de que no podía permitirse el fracaso político que suponía perder una capital de provincia. Como ya hubiera ocurrido durante la batalla de Brunete, Franco no estaba dispuesto a hacer concesiones al enemigo y organizó un contraataque frontal en un frente estrecho, con las consecuencias que ello tendría. La contraofensiva franquista para romper el asedio de Teruel no comenzó hasta el 29 de diciembre.
El Alto mando franquista comunicó a Rey d’Harcourt que confiara en España como España confiaba en él y que por ello resistiera a toda costa. Después de un día de intensos bombardeos artilleros y aéreos, los generales Varela y Aranda, al mando de los Cuerpos de Ejército de Castilla y Galicia, avanzaron. Las líneas republicanas fueron rechazadas, aunque momentáneamente, no llegaron a romperse y aguantaron la embestida. Rey d’Harcourt mantenía la resistencia en el interior de la ciudad, aunque cada vez en peores condiciones.
El último día de 1937, mientras empeoraba considerablemente el tiempo, los franquistas realizaron un esfuerzo supremo y consiguieron llegar a la Muela al atardecer. Desde allí podrían cañonear fácilmente la ciudad. Los bombardeos aéreos sobre las posiciones republicanas son los más duros que hasta ese momento se han sucedido en la guerra, empleándose con especial éxito a la Legión Cóndor, que debe paralizar sus ataques los días 31 de diciembre y 1 de enero debido a la ventisca que impide operar a los aviones.
Durante la noche del 31 de diciembre al 1 de enero el temporal de frío fue extremo y paralizó todas las operaciones: las carreteras y los motores de todas las máquinas de guerra se helaron. Teruel, manteniendo fama de clima extremado, registró una temperatura de -18.º. Los franquistas sufrieron más los efectos del frío, ya que su falta de industrias textiles dificultaba el envío de ropas de abrigo al frente. En los días siguientes, el temporal de frío dejó un metro de nieve que aislaba a ambos ejércitos de sus centros de aprovisionamiento, así como a la comunicación de las unidades entre sí.
Para el día de Año Nuevo de 1938 todos los defensores del Convento de Santa Clara habían muerto, a lo que siguió la caída de la Comandancia militar el día 3 y todo el complejo defensivo montado alrededor. Finalmente, el coronel Rey d’Harcourt, con el obispo de Teruel (Anselmo Polanco) a su lado, se rindió a las tropas republicanas. El bando nacional le acusó de cometer errores militares y traición. En la España republicana la noticia fue acogida con gran júbilo, pues Teruel constituía la primera capital de provincia conquistada por el Ejército Popular de la República en lo que iba de guerra, además de haber logrado detener la contraofensiva franquista.
El gobierno de Juan Negrín utilizó la conquista de Teruel para ofrecer al mundo su primera victoria militar importante. Los corresponsales de guerra extranjeros, que habían seguido la lucha desde diciembre, transmitieron la noticia a todo el mundo. En la España sublevada, por su parte, la noticia cayó como un jarro de agua fría sobre la población, pero muy especialmente para Franco. Después de la rendición se evacuó a la población civil que todavía quedaba en la ciudad y Teruel se convirtió en una Plaza fuerte. Así, los republicanos pasaron a ser sitiados y los franquistas, sitiadores.
En esos días de enero la aviación republicana ya había perdido un número significativo de sus aviones a manos de los cerca de 140 cazas nacionales que estaban en el aire. No obstante, el piloto Carlos de Haya González de la Aviación Nacional (héroe del Bando sublevado) cae derribado el día 21 en medio de duros combates aéreos. El 17 de enero, los generales Aranda y Varela trataron de tomar las colinas de los alrededores que rodeaban la ciudad. La numerosa artillería italiana entró en acción para dejar el camino expedito. La margen izquierda del río Turia se encontró en poder del ejército sublevado el 22 de enero. En ese entonces los republicanos son los sitiados y los nacionales los sitiadores. Los republicanos fueron retirándose paulatinamente, perdiendo el dominio de los altos de La Muela.
A primera hora de la mañana del 5 de febrero, los nacionales rompieron las líneas republicanas por 3 puntos con la intención de converger sobre la retaguardia republicana en el Alfambra. La caballería de Monasterio avanzó de forma arrolladora, constituyendo la carga de caballería más espectacular de toda la guerra y una de las últimas en la Historia militar.
El 7 de febrero ya se había logrado la victoria completa antes de que el general Hernández Saravia pudiera enviar refuerzos, que cuando llegaron a la zona era ya demasiado tarde. El desastre del Alfambra fue un duro golpe para el Ejército Popular y preparó el camino para la caída de Teruel. La última batalla en la larga lucha por Teruel comenzó el 17 de febrero. El Campesino y su 46.ª División se encontraron cercados en el interior de la ciudad, rodeados de un gran número de heridos y muertos.
La batalla de Teruel fue una prueba para el Ejército Popular de la República de su capacidad para organizarse y efectuar operaciones militares solventes frente a un enemigo mejor armado y más profesional. Las diferencias entre los generales más expertos como Saravia, Rojo y Modesto frente a los jefes de Milicias como Líster y El Campesino habían sido claves a la hora de organizar mejor las acciones, como después se repetiría en el futuro. La retirada de Teruel dejó al Campesino tocado por las sospechas y acusaciones de cobardía, las cuales se repetirían durante la Batalla del Ebro. Tras el final de la batalla, Valentín González acusó a Modesto y Líster de haberle dejado abandonado a su suerte en Teruel, mientras que Líster lo acusó de haber desertado del campo de batalla y haber dejado abandonados a sus hombres. Lo cierto es que después de que Teruel fuese reconquistada por las tropas franquistas, las fuerzas de «El Campesino» fueron apareciendo de forma dispersa por los caminos cercanos a la ciudad.
La mañana del 22 de febrero los franquistas entraron en Teruel sin apenas encontrar resistencia republicana. Al tomar la pequeña capital de provincia, los soldados y mandos nacionales apreciaron la devastación de la ciudad con decenas de edificaciones destruidas. A esto se juntaron los heridos y prisioneros republicanos y numeroso material bélico republicano abandonado o destruido. En contraste con otras victorias franquistas, aquí no hubo una entrada triunfal ni alegría por parte de los vencedores.
Jaime Mascaró Munar