r
La catedral de Santiago de Compostela acoge un nuevo año jubilar, que de forma excepcional y a causa del Coronavirus se ha decidido que dure dos años, 2021 y 2022. Es un hito más en la accidentada historia de esta milenaria catedral que, desde que viera iniciada su construcción, en 1.075, bajo el reinado de Alfonso VI, ha conocido toda suerte de vicisitudes, revueltas, intrigas, incendios, sucesiones de reyes y obispos…
La catedral compostelana no puede entenderse sin su vínculo con el Apóstol Santiago, conocido como el hijo del Trueno por su extraordinaria vehemencia en la predicación de la Verdad y el primero de los seguidores de Nuestro Señor martirizado, ya que fue mandado degollar por Herodes Agripa, en Jerusalén, en fecha tan temprana como el 44 de nuestra Era. El santo regresó a donde todo empezó, después de su labor evangelizadora en el antiguo solar hispano, entre unos antepasados nuestros poco receptivos a la nueva fe. Dice la Tradición que su cuerpo, tras el martirio, llegó a tierras gallegas, por mar (en una barca de piedra, según la leyenda), siendo enterrado donde hoy se levanta el templo catedralicio, en un antiguo mausoleo romano.
Desde antiguo, se presume que fue objeto de culto por las gentes del lugar, pero tras ser diezmada la población, en el siglo VIII, cayó en el olvido durante un tiempo, hasta que el ermitaño Pelagio observó unos extraños fenómenos en las estrellas, sobre el bosque que escondía los restos del Apóstol. El rey de Asturias Alfonso II el Casto conoce la noticia del asombroso descubrimiento, de boca del obispo Teodomiro y manda construir una iglesia para acoger los restos del santo, junto con los de sus discípulos Atanasio y Teodoro.
Desde entonces, se extiende la noticia y Santiago de Compostela se irá convirtiendo con el paso de los años en uno de los tres grandes centros de peregrinación de la Cristiandad, junto con Jerusalén y Roma. Sin embargo, las grandes peregrinaciones aún tardarían en llegar, ya que en esta época, buena parte de la Península Ibérica estaba sometida al poder de los sarracenos.
En el 834, se convierte en sede episcopal y empiezan a llegar pobladores, buscando protección, y grupos monacales de benedictinos, encargados de la custodia de las reliquias. Eran los primeros pasos de la futura catedral.
El templo original se fue quedando pequeño, por lo que entre el año 872 y el 899, Alfonso III el Grande (sobrino del anterior Alfonso), hizo construir un templo mayor en estilo visigótico, de tres naves.
Al ritmo que crece la iglesia primigenia, y la popularidad creciente de Santiago como lugar de peregrinación para honrar al Apóstol, se van desarrollando los distintos caminos, el principal el Francés – a través del cual llega el románico -, pero también el Camino Viejo por la cornisa cantábrica, el Inglés desde La Coruña; el Portugués; la Vía de la Plata, el de Madrid; el Calatravo, y hasta el franciscano, pues se dice que el mismo San Francisco de Asís acudió al Finisterre, aunque no se ha podido demostrar.
Ante la cada vez mayor afluencia de peregrinos, en 1.075 se decide iniciar la construcción de la catedral, como se indica arriba, por el rey Alfonso VI, en tiempos del obispo Diego Peláez, comenzando por la capilla del Salvador.
Pero es Diego Gelmírez, nombrado administrador en 1.093, quien va a darle el verdadero impulso al templo, coincidiendo con el traslado de la sede episcopal de Iria a Santiago. Precisamente Gelmírez es nombrado obispo de Santiago. La vieja basílica es, en realidad, un estorbo, por lo que se decide derribarla y proceder a erigir una nueva edificación.
El rey Fernando II firma en 1168 con el Maestro Mateo – ya a cargo de las obras de la iglesia– un contrato para finalizar la construcción de la iglesia. Sería éste quien pondría su sello personal y más reconocible en la nueva catedral. El 21 de abril de 1211 y en presencia del arzobispo Pedro Muñiz (enterrado a los pies de la catedral actual) y de Alfonso IX, se consagra solemnemente la Catedral de Santiago. Es la misma que perdura hasta nuestros días, aunque con las sucesivas remodelaciones y mejoras que se fueron acometiendo en los siglos siguientes.
Aparte de su indudable valor artístico, destacando el espectacular Pórtico de la Gloria, que tras reciente restauración ha recuperado su esplendor original, lo que da verdadero sentido a la catedral de Santiago es su condición y destino de romería, símbolo de la Cristiandad y germen de una idea de una Europa unida por una fe común.
Así es, gentes de todas partes de Europa, y de más allá – de Egipto, Tartaria, el Imperio mogol…- venían a honrar al Apóstol Santiago, en una promesa de expiación de pecados o en el cumplimiento de promesas (aunque en el Camino se daban cita también viajeros deseosos de conocer esa exótica y lejana España, truhanes, peregrinos “profesionales”, pícaros, bandidos…). Hoy en día, el Camino de Santiago sigue animando a miles de peregrinos a ponerse en camino, muchos impulsados por el solo afán de ver mundo o hacer deporte, pero una parte importante imbuidos del auténtico espíritu del peregrino que busca en el mismo camino una forma de reencontrarse consigo mismos y, por supuesto, con el Creador
Fdo. Jesús Caraballo