El siglo VI en Hispania fue una sucesión de revueltas y conspiraciones internas entre los visigodos. Como ejemplo destaca que contra el rey Agila entronizado en 549, se reveló Atanagildo y para ello solicitó la ayuda del emperador de Bizancio. Los bizantinos desembarcaron en la Península en 522, ocupando parte de la Bética y la Cartaginense, de esta manera llegó al trono Atanagildo, aunque tuvo que aceptar la ocupación permanente de los bizantinos. Bajo este rey la ciudad de Toledo destacó como capital. No obstante, la ciudad cogió especial relevancia bajo el mandato del sucesor de Atanagildo, Leovigildo (571/572-586).
Con Leovigildo se produce el asentamiento político del reino. Instauró la realeza como institución de poder, eliminó a sus oponentes, anexionó el reino suevo e hizo que los bizantinos se relegasen a una franja sur de donde serían expulsados pocos años después.
Leovigildo se casó con Goswita, viuda de Atanagildo, la cual era arriana e inspiró una política hostil a los católicos. Funda la ciudad de Recópolis, con el nombre de su hijo Recaredo, y con este nombre compuesto, germánico y griego, manifiesta su intención de imitar en todo al emperador de Bizancio.
En lo que se refiere a la religión intenta imponer a sus súbditos el arrianismo de los visigodos. No contaba con que su hijo Hermenegildo se convertiría al catolicismo. Leovigildo entonces convoca un concilio de obispos arrianos en Toledo y les encarga elaborar una doctrina arriana un tanto “dulcificada» con el fin de convencer a los hispano-romanos católicos, pero estas concesiones no dieron resultados satisfactorios. Los obispos arrianos eran muy pocos para convertir a los hispano-romanos que eran la mayoría de la población.
Mientras tanto, Hermenegildo fue vencido, encarcelado en Valencia y llevado más tarde a Tarragona, allí sería asesinado por su carcelero Sisberto en el año 585. El motivo fue que se negó a recibir la comunión de un obispo arriano.
La viuda de Hermenegildo, Ingunda, también se había convertido al catolicismo, Goswita intentó convertirla por la fuerza al arrianismo, pero no pudo. La rebelión de Hermenegildo significó un cambio definitivo en la política religiosa de Leovigildo. El artífice de todo fue el futuro san Leandro, hermano de san Isidoro de Sevilla, que ya era arzobispo de Sevilla. Leandro viajó a Constantinopla para solicitar la ayuda del emperador, y de esta manera entabló amistad con el que llegaría a ser el papa Gregorio I el Magno – que es uno de los cuatro Padres de la Iglesia de Occidente junto con san Agustín, san Ambrosio y san Jerónimo -. El papa Gregorio animaría más tarde la acción católica del rey Recaredo.
Leovigildo muere en 586 y le sucede su hijo Recaredo que junto a Leandro alcanzó lo que no había podido su hermano Hermenegildo. Recaredo se convirtió al catolicismo en 586/587. Desde estos años transcurrieron continuas revueltas por las principales ciudades del reino como en Mérida y Toledo con la implicación de nobles godos y obispos arrianos. Recaredo en 589 convoca el Concilio III de Toledo, donde el pueblo godo declaró públicamente su adhesión al catolicismo que había salido del Concilio de Nicea (325). Al concilio asistieron 63 obispos y seis vicarios episcopales de España y la Galia visigoda, a excepción de los de la España bizantina: Cartagena y Málaga.
En el concilio el rey Recaredo hizo pública, junto con su esposa la reina Bado, profesión de fe católica. Allí abjuraron del arrianismo los representantes del pueblo godo. Las principales decisiones del concilio se reflejan en los 23 cánones firmados, en el canon 1 se reforman los abusos, se restaura la disciplina moral clerical y se define la actitud a adoptar frente a los disidentes: arrianos, judíos y paganos. El canon 10 defiende la libertad de elección de vida para las viudas y las vírgenes. En el canon 17 se condena el infanticidio. Los cánones más numerosos tienen por objeto limitar el poder de los obispos, y establecer el reglamento de colaboración entre la Iglesia y el Estado.
Los cánones 5 y 9 se dedican asegurar la liquidación del arrianismo. Uno impone a los clérigos arrianos casados que renuncien a cohabitar con sus mujeres después de su conversión; y el otro obliga a la transformación de las iglesias arrianas para el uso católico. Con respecto a los grupos de disidentes se les prohíbe tener concubinas o esposas cristianas, aceptar esclavos cristianos, educar niños en el judaísmo y ostentar cargos públicos.
La colaboración entre los obispos y los representantes godos quedó asegurada, ya que todos los grandes del reino firmaron y aceptaron el repudio al error arriano, asegurando de esta forma la profesión de la fe católica.
José Carlos Sacristán