Las órdenes militares fueron, ante todo, instituciones eclesiásticas adaptadas a la práctica de actividades militares y asistenciales pero fundamentadas en formas de vida monásticas. La mayoría de las órdenes siguió el modelo benedictino en la elaboración de sus reglas, bajo inspiración del Císter. Así sucedió con el Temple, Calatrava, Alcántara y Montesa. La orden de Santiago, en cambio basó su regla en los escritos de san Agustín que inspiraban la vida en común de los canónigos regulares en el siglo XII.
La organización interna de las órdenes combinaba principios monásticos y feudales. A su frente se hallaba el maestre, representante supremo de la orden, con potestad sobre todos sus miembros para regular la disciplina, asignar actividades, fomentar relaciones exteriores, dirigir la colonización de señoríos y administrar el patrimonio.
En las órdenes hispánicas, el segundo oficio seglar por importancia era el de comendador mayor, que actuaba como delegado del maestre y asumía principalmente las competencias militares. Le seguía en importancia el clavero, guardián de las llaves del tesoro y del archivo, responsable del abastecimiento del convento central de la orden y de su enfermería. Tras él, en algunas órdenes estaba el obrero, encargado del mantenimiento de las fortalezas y otros edificios.
La administración de gran parte de los dominios señoriales de las órdenes, se dividía en encomiendas. Cada una tenía un territorio, aunque algunas eran sólo un conjunto de rentas. Los freires o caballeros dependían del maestre, que los nombraba y otorgaba la encomienda a modo de beneficio temporal. Los sacerdotes de cada orden tenían oficios o dignidades autónomos para ejercer funciones propiamente religiosas y de enseñanza. El principal era el de prior mayor en el convento más importante de la orden.
Las competencias de la asamblea o capítulo general se precisaron también desde la segunda mitad del siglo XIII. Era el órgano corporativo de los freires, encargado de elegir al maestre, salvo en el caso de Santiago donde correspondía a un cuerpo de trece electores. El Capítulo debía supervisar las actuaciones, dar validez y promulgar los nuevos estatutos, asegurarse de que los freires cumplían sus deberes, conocer cómo se gestionaba el patrimonio y la jurisdicción de la orden.
La base da cada orden y su brazo combatiente eran los freires seglares. La gran mayoría eran caballeros recibidos, después de un tiempo de noviciado, en solemne acto de profesión donde hacían sus votos perpetuos y recibían el hábito. El caballero debía ser un hombre libre, y posteriormente se fueron añadiendo otras condiciones como la de ser hijo legítimo y de sangre noble.
Había también freires no profesos, a los que no se exigía la condición de noble, llamados “escuderos a caballo” que fueron numerosos. La admisión de mujeres en las órdenes militares ocurrió desde finales del siglo XII, aunque siempre formando cenobios propios y con funciones específicas. Tuvo mayor importancia en la orden de Santiago, donde las freiras eran viudas o hijas de caballeros: la orden fundó siete conventos femeninos. La orden del Hospital tenía en el siglo XV nueve conventos de freiras en la Península.
La regla y los estatutos de las órdenes regían la vida de sus freires. Era preceptivo cumplir los tres votos: obediencia, pobreza y castidad, lo que exigía el celibato salvo en la orden de Santiago, que admitía el matrimonio de sus freires. Desde 1440, Roma dio licencias más amplias a Calatrava permitiendo la admisión de hombres casados o el matrimonio de freires, durante el siglo XV el primitivo voto del celibato se fue relajando, y lo mismo ocurrió con el de pobreza.
Las prácticas de rezo y vida cotidiana, fueron en los primeros tiempos, las propias del mundo monástico: misa diaria, rezo de las horas canónicas, recepción de la Eucaristía al menos en las tres Pascuas anuales, confesión de los pecados con el prior o con freires clérigos. En el vivir de cada día, el silencio, el dormitorio común, la comida común, la abstinencia de carne cuatro veces por semana y en Cuaresma, el ayuno tres veces por semana entre septiembre o noviembre y Pascua de Resurrección, excepto si había actividades guerreras. Todas estas prácticas se fueron relajando durante el siglo XV mediante licencias pontificias y, excepciones acordadas para que los dirigentes se desenvolviesen mejor en los ambientes cortesanos y aristocráticos que frecuentaban.
El ocio se llenaba con ejercicios de caballerías útiles para la formación militar, con la caza, especialmente la cetrería entre los santiaguistas, y con juegos de mesa lícitos, como el ajedrez.
Se conoce la hospitalidad de las órdenes gracias a la constancia que queda en los Libros de visitas, en ellos se aprecia la condición monástica: limosnas habituales y otras especiales en algunas fiestas litúrgicas; asistencia a huérfanos, pobres, peregrinos y enfermos, mediante el sostenimiento de hospitales-hospedería. Esta actividad la practicó de forma asidua la orden de San Juan en el Camino de Santiago. Hubo también hospitales específicos para enfermos en el convento principal de cada orden, y con el tiempo también en algunos de los femeninos: así en Sigena, monasterio femenino, había 30 camas para enfermos en 1361.
La orden de Santiago tuvo hospitales dedicados a la redención y cuidado de los cautivos cristianos en tierra islámica, antes de que esa función fuese asumida por las órdenes redentoristas de mercedarios y trinitarios.
La actividad guerrera fue la principal de las órdenes y a la que destinaron la mayor parte de los recursos. El núcleo de sus mesnadas estaba formado por los freires profesos, que formaban unidades de caballería pesada, apoyados por auxiliares a caballo y a pie. Y junto a ellos los freires no profesos o escuderos, también a caballo pero con armamento más sencillo. Ya en el siglo XV, las órdenes, a ejemplo del rey y de los grandes nobles, acostumbraron a dar sueldo fijo a un número determinado de caballeros y escuderos, para que mantuviesen sus caballos y armas y estuviesen obligados a acudir cuando se les reclamase.
Hacia 1480 la orden de Santiago contaría con un máximo de 900 a 1.000 lanzas y podía movilizar además en sus señoríos entre 800 y 1.350 vecinos caballeros de cuantía y un número de peones variable. Durante la conquista de Granada, entre 1481 y 1492, los Reyes Católicos, requirieron los recursos de las órdenes militares alternativamente y nunca al límite de sus posibilidades. Eran, por lo tanto, fuerzas muy apreciables aunque por sí solas no constituían un gran ejército.
Además de esta labor descrita hasta ahora, las órdenes ejercieron una importante acción militar al controlar y mantener en uso muchos castillos que sirvieron para proteger el territorio en las guerras de frontera, soportaron asedios, sirvieron como base de partida para expediciones y de refugio frente a las del enemigo, y fueron núcleos organizadores de crecimiento agrario cuando llegó la paz.
La acumulación de señoríos, propiedades inmuebles y privilegios permitió a las órdenes hacer frente a las obligaciones derivadas de sus actividades y a los gastos para sostener su organización interna y sus prácticas eclesiales y hospitalarias. Las rentas obtenidas procedían de las explotaciones de sus propiedades rústicas en el área de sus señoríos, y los sustanciosos arrendamientos anuales del pasto de las dehesas en toda la cuenca del Guadiana y en el alto Guadalquivir, además de que en los primeros siglos las órdenes fueron propietarias de importantes cabañas ganaderas. La partida más importante de los ingresos se debió al ejercicio de la jurisdicción señorial: multas y otros ejercicios derivados del ejercicio de la justicia; monopolios señoriales sobre minas y salinas, caza y pesca, y a veces sobre el uso de instrumentos de transformación y comercio (molinos, hornos, pesos y medidas, carnicerías, tiendas y mesones).
Además, las órdenes tuvieron exenciones tributarias por parte de la Corona y como instituciones eclesiásticas percibían parte del diezmo eclesiástico: estos ingresos se justificaban porque cada orden organizaba cada red parroquial y sufragaba sus gastos y los salarios de los clérigos.
José Carlos Sacristán
Estimado Sr Girón,
las reformas que impulsaron los Reyes Católicos, en el ámbito de la pregunta que nos compete, y en su nombre el Cardenal Cisneros, fueron dos: incluir en la Corona la órdenes militares y fomentar la reforma la Iglesia. Pedro I en el siglo XIV intentó que los maestres fuesen nombrados por el rey, de tal manera que éste controlase el poder que habían conseguido los mismos, esta medida se extendió a los reyes de la dinastía Trastámara. Isabel y Fernando se dieron cuenta de que la única manera de controlar los maestrazgos era que perteneciesen a la Corona, de esta manera solicitaron el permiso a Roma, el cual les fue concedido. Aunque no dejarían su autonomía total total hasta el reinado de Carlos I (1523), excepto la orden de Montesa que mantuvo su independencia hasta el año 1592 con Felipe II.
Una vez que las órdenes quedaron bajo control regio, su régimen religioso, que ya lo tenían antes, debió seguir la directrices que durante el siglo XVI comenzó a instaurar el Cardenal Cisneros en la orden franciscana y que continuaron santa Teresa de Jesús en el Carmelo y san Juan de la Cruz.
Sí he de precisar que dicha reforma se estaba pretendiendo implantar en España desde el siglo XI cuando el papa Gregorio VII comenzó a unificar su reforma, «la Reforma Gregoriana», en toda Europa.
¿Afectó a esas órdenes las medidas correctivas y reformatorias que los Reyes Católicos, el Cardenal Cisneros y sucesores introdujeron en la Iglesia Hispánica?