El agua es esencial y absolutamente necesaria para la vida. Ésta surgió en aquélla, y en el caso de los seres humanos somos cerca del 80% agua en el nacimiento. Los hombres siempre hemos buscado este recurso de la Naturaleza. Primero para saciar nuestra sed, y posteriormente, para nuestra higiene, nuestros cultivos, nuestra industria, y finalmente, para producir energía e incluso para recrearnos en nuestro ocio. No obstante, la gran cantidad de agua existente en la corteza terrestre, sólo el 3% es dulce, y de ésta el 98% está congelada.
¿Es suficiente, pues, la cantidad de agua que dispone la Humanidad? En la actualidad disponemos de unos 130.000 m³ de agua dulce por habitante; y considerando un consumo medio de 100 litros por día, resultaría que tendríamos agua para más de 3.500 años. Según estos números, cabría pensar que no se trata de un bien escaso, y por tanto no corresponde hablar de la Economía del Agua. Esto último no es cierto. La realidad nos muestra que se trata de un bien mal distribuido y con distintos niveles y formas de accesibilidad complicadas.
España tiene un clima templado seco, en su mayoría, en la que la pluviometría varía desde los 1.500mm de la Cornisa Cantábrica, hasta menos de 300mm en Almería y las Islas de Fuerteventura y Lanzarote; la media nacional se sitúa en unos 550mm. Estos datos revelan la importante desviación típica de la lluvia según las distintas regiones españolas. Tenemos una franja norte, desde Galicia hasta Navarra, muy lluviosa y húmeda, para según descendemos hacia el sudeste ir avanzando en el clima seco, casi desértico en Almería. La descripción precedente ilustra la necesidad perentoria que tenemos los españoles de ahorrar, acumular y embalsar ese bien que es el agua.
Empero todo lo escrito anteriormente, que no contempla más que el consumo básico y personal del hombre, aproximadamente el 10% del total, históricamente no ha habido una política del agua, (excepto la Roma Imperial y el Reino de Valencia en el Medievo), hasta el siglo XIX. El gran crecimiento demográfico y la Revolución Industrial disparan los consumos de agua. La población en sólo un siglo se duplica. Lo que antes había ocurrido en dieciocho siglos, la duplicación, ahora ocurre en uno. Por otra parte, si hasta entonces el agua se había utilizado principalmente para la agricultura y el consumo doméstico, surge un nuevo sector, el industrial, que consume gran cantidad de agua. En España, debido al retraso respecto de Europa, no surge la conciencia del problema y la necesidad de afrontarlo hasta el último cuarto del siglo XIX.
Fueron los regeneracionistas Joaquín Costa, Lucas Mallada y Macías Picavea, sobre todo el primero, los que logran concienciar a la clase política de la exigencia de una política hidráulica nacional. No obstante, este impulso inicial, en la práctica son más las ideas y los proyectos que las ejecuciones materiales. A inicios del siglo XX apenas existían 60 pantanos con una capacidad total de menos de 1.000hm3. En las dos primeras décadas el ritmo de construcción es de 4 embalses al año, para incrementarse en la década siguiente a los 6. Llegamos así al comienzo de 1940 con, aproximadamente, 200 pantanos y una capacidad total de 4.000hm3.
De lo poco bueno de la Segunda República, hay que destacar a Manuel Lorenzo Pardo. Había sido Director General de Obras Hidráulicas con el general Primo de Rivera, y aunque Álvaro Albornoz lo destituye, Indalecio Prieto lo rehabilitó cuando fue nombrado Ministro de Obras Públicas. Fue durante esta etapa en el Ministerio el tiempo en que ideó y proyectó su Plan Lorenzo Pardo de 1933. Éste, que no se pudo desarrollar hasta los años 50, se basaba en la circunstancia del mayor rendimiento agrícola del Levante y Sudeste peninsular frente a la cuenca atlántica. Su idea era trasvasar el agua hacia las zonas referidas, que venían siendo explotadas desde el tiempo de los árabes.El Plan contemplaba ya el Trasvase Tajo-Segura.
En la década de los años 40, tras el paréntesis de la Guerra Civil, se reanuda la construcción de pantanos. El entonces ministro, Alfonso Peña, había desarrollado durante la contienda civil el que se llamó Plan General de Obras Públicas, o Plan Peña, de 1939. Éste hacía propio el Plan Lorenzo Pardo, en lo que a obras hidráulicas se refiere, siendo su mayor aportación sus proyectos e Instrucción de Carreteras. En este periodo se vuelve a retomar el ritmo de 6 embalses al año, alcanzando en 1950 los 260 pantanos con una capacidad de 6.000hm3.
Fue a partir de esa fecha cuando, en tres décadas, se sobrepasan los 800 pantanos alcanzando más de 40.000hm3 de capacidad. Es decir, se triplica el número de embalses y se multiplica por 10 el volumen de agua. El ritmo de construcción llega a ser de 18 pantanos al año, construyéndose, en esta época, los de mayor envergadura, a excepción del de La Serena (Badajoz) construido en los años 80. Sin embargo, en los últimos 40 años, sólo hemos incrementado nuestra capacidad en un 35% alcanzando los 54.000hm3. El parón se ha producido en los últimos veinte años, ya en el siglo XXI.
Si entre los años 1950 y 1980 la población en España pasó de 28 millones a 37,5 millones, (es decir se incrementó en un 34%), en los últimos cuarenta años ha aumentado en un 27%, pasando a los 47,5 millones. Aparentemente no deberíamos tener problemas de abastecimiento, pero la realidad es que sí seguimos teniendo, fundamentalmente en el Levante y el Sudeste. El Trasvase Tajo-Segura, comenzado en 1966 y finalizado en 1979, no es suficiente para las necesidades de la zona referida. Además, si bien la ratio hm3/millón habitante se mantiene por encima de 1.000hm3, es muy preocupante el frenazo de obras y proyectos desde comienzos del presente siglo.
Es cierto que la gran obra hidráulica de construcción de pantanos, realizada mayormente durante el Régimen de Franco, ha llegado a un punto de saturación en el que el agua marginal posible de embalsar sería mínima y con un gran coste. No obstante, tal y como he mencionado en el párrafo anterior, seguimos teniendo necesidad de agua en determinadas zonas de la geografía nacional. Y si ya, apenas, se puede almacenar más: ¿Qué hacemos?
No es descabellado pensar que ha llegado el momento de reorientar la política del agua hacia la construcción de los trasvases, grandes y pequeños, nacionales y europeos. El Trasvase Tajo-Segura, en los años que lleva en funcionamiento, está facilitando unos 330hm3 al año, con una capacidad posible máxima de 600hm3/año. Es un alivio, pero no es suficiente. Equivocadamente, en mi juicio, se derogó en el año 2005 el Trasvase del Ebro aprobado cuatro años antes. Éste hubiera facilitado hasta 1.000hm3/año a los territorios necesitados.
Lo peor de la derogación del Trasvase del Ebro es el mensaje que transmite: insolidaridad. ¿Cómo vamos a solicitar ayuda a Europa en el futuro, si entre los españoles no somos solidarios? ¿Cómo vamos a solicitar los trasvases desde las cuencas fluviales del Norte de Europa, principalmente el Rin? Y esto que escribo, llegará un día que habrá que plantearlo. ¿Con que cara le pedimos a los alemanes el agua de sus ríos?
Es preciso finalizar estas líneas insistiendo en la necesidad de potenciar los dos pilares básicos de nuestra futura política del agua: trasvases y solidaridad.
Francisco Iglesias
Convendría, dado que estamos en un año especialmente seco, replantearse el sentido de los pantanos existentes, pues habrá algunos que, por falta de previsión o por incidencias posteriores a su construción, han dejado de ser útiles. Con los otros habria que establecer una red de agua para toda la parte del país que se pudiera. Si es posible una red eléctrica nacional, porque no va a ser posible una red hídrica, porque el agua va a ser un bien cada vez más escaso y somos el país con más pantanos de Europa.
Como escribo en el artículo, deberíamos estar proyectando trasvases nacionales y solicitando trasvases internacionales.