El 31 de enero se celebró el Día de los Tercios, fecha institucionalizada todos los años para celebrar a una de las unidades militares españolas más prestigiosas y que se enseñorearon de los campos de batalla de Europa durante dos siglos. Precisamente y con ese motivo, independentistas catalanes aprovecharon para calificar a dichos tercios como genocidas. Nada más lejos de la realidad.
Cualquiera de sus hazañas, que causaron asombro en la época entre propios y extraños, admiración, merecería un libro y no digamos su Historia, que requeriría una enciclopedia. Uno de esos hechos fue la batalla de Nördlingen, librada en Baviera, el 6 de septiembre de 1.634, en el transcurso de la Guerra de los Treinta Años, que acabó con el halo de invencibilidad del ejército sueco del Rey Gustavo Adolfo. Comandados por el Cardenal Infante Fernando, hermano pequeño de Felipe IV, las picas y arcabuces de los Tercios españoles, infatigables a las numerosas cargas enemigas, enterraron los sueños del monarca sueco de convertirse en una gran potencia europea. Hubiera resultado un golpe decisivo a la causa protestante, si no hubiera intervenido en el último momento la Francia del Cardenal Richelieu.
Al frente de las tropas católicas, integradas por 20.000 infantes y 13.000 jinetes españoles e imperiales, además del Cardenal Infante de España, se encontraba el Archiduque de Austria y Rey de Hungría Fernando.
En la batalla destacó especialmente la bizarría de los tercios de Martín de Idiáquez, quien acompañó al dicho Cardenal Infante, cuando se dirigía a Bruselas a tomar posesión como gobernador de Flandes. Su valentía fue reconocida por el propio monarca y por su valido, el Conde – Duque de Olivares.
La batalla de Nördlingen fue el más destacado triunfo de la carrera militar del Cardenal – Infante, empero su nombramiento eclesiástico siempre tuvo una clara inclinación por las armas, destacando por sus aptitudes para dicho ejercicio. A esa inclinación del joven Fernando no eran ajenos ni su propio padre, ni su entonces valido el Duque de Lerma, pero su destino ya estaba decidido.
Tercer hijo varón de Felipe III y Margarita de Austria, quedó relegado a la carrera religiosa (el primero, Felipe, sería el heredero al trono, y al segundo, Carlos, se le encomendó servir en las armas).
Así, en 1.620, con diez años, a petición del monarca, fue nombrado Arzobispo de Toledo. Pese a su temprana muerte, en 1.641, con tan solo 32 años, a causa seguramente de unas fiebres tercianas, desarrolló una intensa vida pública: Cardenal de la Iglesia, Presidente de las Cortes y Virrey de Cataluña en nombre de su hermano, en 1.632; Gobernador de Milán (1.633), y de Flandes (donde recogió el testigo de su tía Isabel Clara Eugenia, la hija favorita de Felipe II), y comandante en jefe de los ejércitos católicos en la guerra con Francia. Sin duda, Fernando fue uno de los personajes más influyentes de la monarquía hispánica.
Según versiones, su tía Isabel Clara Eugenia, cuando el Infante Cardenal arribó a Flandes para sustituirla como gobernadora general, le recomendó quitarse los hábitos religiosos, ya que en los Países Bajos no estaban bien vistos. Ahí comenzó su ansiada carrera militar que habría de culminar, tras no pocos esfuerzos y siempre falto de recursos y hombres, en la gran victoria en Nördlingen frente a la entonces emergente potencia sueca. Su prematura muerte, privó al Imperio español de una figura que hubiera resultado decisiva, en un momento en que los cimientos del Imperio comenzaban a tambalearse.
Fdo. Jesús Caraballo