LOS ULTIMOS VIAJES DE CORTÉS

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Hernán Cortés, sin duda alguna no solamente fue un conquistador o un administrador, sino también un gran viajero. Sus idas y venidas desde la España de Carlos I, a las islas descubiertas como también a Tierra Firme, sobre la cual fundó la Nueva España y la, entonces, isla California, fueron constantes. Su vida transcurrió entre viajes y marchas, unas de conquista, otras de fundación, otras de administración, y muchas de creación o levantamiento de hospitales, escuelas, palacios e incluso catedrales. Y como colofón de tanto trajín en vida, es posible referirse a los va y vienes posteriores a su muerte.

Fue en el municipio de Castilleja de la Cuesta, en Sevilla, después de haber regresado a España en 1541, donde fallació el viernes 2 de diciembre del año 1547, haciendo planes para regresar a sus posesiones americanas. Seguramente fue una pleuresía lo que ocasionò su muerte, después de haber desheredado a su hijo por causa de su matrimonio que disgustó al conquistador. Un hombre que durante sus últimos años decía desplazarse por la Corte, «tomando la muerte por vida». Y así, fallecido, fueron sus restos los que pareció tomaron vida, dada su gran andadura que se prolongó por años.

,El duque de Medina Sidonia, benefactor de una renta de mil ducados anuales de Cortés, agradeció tal detalle más que generoso, acordando depositar los restos del conquistador en la cripta de su familia en el cercano monasterio de san Isidoro del Campo, bajo las gradas del altar mayor, constando un epitafio indicado por su hijo, Martín Cortés; «Padre cuya suerte impropiamente, Aqueste bajo mundo poseía, Valor que nuestra edad enriquecía, Descansa ahora en paz, eternamente. Martín Cortés».

            Allí permaneció durante unos tres años. Hernán Cortés, en sus distintos testamentos había indicado en varias ocasiones dónde deseaba ser enterrado; en el hospital de Jesús Nazareno, en la ciudad de México, hospital fundado por el propio Cortés. Posteriormente indicó su deseo de ser sepultado en un cierto monasterio en Coyoacan, que no llegó a levantar ya que tuvo que salir hacia la Corte, citado para acudir ante la Justicia. Efectivamente, pocas semanas antes de su fallecimiento volvió a indicar su deseo de ser enterrado en el hospital de Jesús Nazareno mencionado.

            Transcurridos esos tres años, sus restos fueron trasladados dentro de la misma iglesia, esta vez justo al lado del altar dedicado a Santa Catalina. En 1566, los familiares de Cortés decidieron trasladar los restos a la Nueva España, para sepultarlos junto a los de su madre y una de sus hijas, en el templo de san Francisco de Texcodo, ciudad cerca a México, y allí permanecerían hasta 1629.

            Las autoridades civiles y eclesiásticas de Nueva España, fallecido en dicho año, Pedro Cortés, cuarto marqués del Valle y último descendiente masculino de Hernán, adoptaron la decisión sepultar al primer marqués en la misma iglesia de San Francisco. Debido a tal decisión los restos de Cortés se trasladan a las proximidades del altar mayor, en nicho detrás del sagrario, dejando grabada la siguiente inscripción; «Ferdinandi Cortés ossa servatur hic famosa». Y quedó Cortés tranquilo hasta 1716, en que una remodelación del templo obligó a trasladar sus restos hasta la parte posterior del retablo mayor, donde se mantendrían durante 78 años. Fue en 1794 cuando las autoridades del virreinato, en un ansia de cumplir con los últimos deseos de Cortés, inhumaron los restos óseos donde yacían para depositarlos en una urna de madera y cristal con el escudo de armas del marqués de Oaxaca pintado en la cabecera, con asas de plata, y con gran boato se coló en un sepulcro, en el mismo templo, erigiéndose un zócalo y sobre él, un busto del conquistador.

Durante 23 años descansaría Cortés hasta que, a los dos años de lograda la independencia del antiguo virreinato, sus restos fueron trasladados a la ciudad de México, siendo depositados en la catedral. Los nacionalistas mexicanos, en su expresión más levantisca, provocaron el pánico del gobierno y de la jerarquía eclesiástica, temiendose una profanación del sepulcro. Así la noche del 15 de septiembre de 1823, se desmanteló el mausoleo, la urna fue escondida bajo la tarima del tempo del hospital de Jesús Nazareno, mientras el busto era enviado a Italia, para despistar a la turba nacionalista. En tan recóndito lugar permaneció oculto el conquistador de México durante trece años, hasta llegar a 1836, año en el cual se extrajeron los restos de Hernán Cortés, y se depositaron, sin boato alguno, en un nicho construido exprofeso. Durante 110 años allí reposaron, y nunca mejor dicho, los restos del conquistador.

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 El 24 de noviembre de 1946, un grupo de historiadores del Colegio de México, después de algunas investigaciones, lograron hallar el lugar de reposo del fundador de Nueva España, y así, lograron hallar el nicho y la urna, efectuar los oportunos estudios, y autentificar los restos óseos del Cortés. Restaurada la urna, aconsejaron que los mismos permaneciesen en tal lugar. El 28 de noviembre del dicho año, el presidente de México Manuel Ávila Camacho expidió un decreto mediante el cual confirió al Instituto Nacional de Antropología e Historia la custodia de los restos mortales de Hernán Cortés. El 9 de julio de 1947 se inhumaron los restos en el mismo lugar en el que los encontraron y se puso sobre el muro de la iglesia una placa de bronce con el escudo de armas de Cortés grabado y la inscripción: HERNÁN CORTÉS1485-1547. Simplemente.

Definitivamente, los restos del gran conquistador, administrador, fundador, político y estratega militar siguen en el lugar por él designado, el hospital de Jesús Nazareno, levantado precisamente gracias a su esfuerzo y decisión. Un templo que, habiendo padecido un gran abandono, no presenta, actualmente, un aspecto muy alentador, en cuanto a que sea la última morada del hombre que, con un puñado de excelentes soldados españoles, conquistó toda una nación. Como, también, hizo construir hospitales y monasterios, la dotó de una catedral, con el tiempo la más hermosa de Hispanoamérica, y por supuesto de una universidad. En su testamento legará una buena suma para la construcción de un hospital, un convento y un colegio universitario. Todo ello, no era sino expresión del deseo de Cortés de convertir una tierra, anclada en el pasado, en una gran nación a semejanza de España, con fuerte espíritu mestizo.  Y en alguna medida logró su deseo, aunque no vaya siendo reconocido en nuestros días.

Francisco Gilet

Bibliografia.

Esteban Mira Caballos (2010). Hernán Cortés: el fin de una leyenda.

Bartolomé Bennassar (2002). Hernán Cortés: el conquistador de lo imposible.

Demetrio Ramos (1992). Hernán Cortés. Mentalidad y propósitos.


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