El llamado Fénix de los ingenios, Félix Lope de Vega y Carpio, nació, vivió y murió en Madrid. Sus padres, provenientes de Valladolid, aunque montañeses, se instalaron en la calla Milaneses, confluencia de la calle Mayor, en la Villa y Corte, donde nació Lope el 25 de noviembre de 1522. Su vida es tildada como la propia de un tímido, eso sí, salpicada por múltiples y, en ocasiones, turbulentos azares, esencialmente sentimentales y afectivos. Algún investigador se atreve a decir que Lope fue un sedentario, enamorado de si mismo, incapaz de salir de un entorno conocido. Y así fue, realmente, ya que permaneció en Madrid, excepción hecha de los diez años en que vivió desterrado por haber difamado a la mujer de un personaje de renombre, en concreto, Elena Osorio, hija del empresario teatral Jerónimo Velásquez. Así, tuvo que abandonar Madrid, y, según relataba, ingresar en la Gran Armada que se dirigía contra Inglaterra, luchando en el galeón San Juan, aunque más de un biógrafo lo pone en duda.
Lo cierto es que en diciembre de 1595 le llega el anhelado perdón y regresa a Madrid, donde es acogido calurosamente. Su obra ya era sumamente reconocida y su triunfo constante. Alcanzado prestigio y dinero se relacionó con personajes de la aristocracia, en especial, y para la continuidad de este relato, Luis Fernández de Córdoba y de Aragón, duque de Sessa, con el cual permaneció estrechamente unido en calidad de secretario desde1605 hasta 1635 en que fallece Lope.
Dejando de lado el resto de las vivencias e ingentes trabajos y obraas de Lope de Vega, el 24 de agosto de 1635, al mediodía el escritor se notó los primeros síntomas, aunque, por la tarde salió a un acto cultural público que tuvo que abandonar para acostarse nada más llegar a su domicilio en la calle Francos. La llegada de los médicos fue inmediata dada la alta fiebre. Le purgaron y le hicieron una sangría el siguiente 25, para llegar al domingo 26 en que otorga y firma su testamento con gran esfuerzo y ante seis testigos;
En el testamento que dicta Lope, precisaba: “Lo primero encomiendo mi alma a Dios nuestro Señor, que la crió y hiço a su ymagen y semexança y la rredimió por su preciosa sangre, al qual suplico la perdone y lleve a su santa gloria; para lo qual pongo por mi yntercesora a la Sacratísima Virgen María conceuida sin pecado original, y a todos los santos y santas de la corte del cielo; y difunto mi cuerpo, sea restituido a la tierra de que fue formado. Difunto mi cuerpo sea bestido con las ynsignias de la dha rrelixión de San Juan, y sea depositado en la yglesia, lugar que hordenare el Exmmo. Señor Duque de Sesa, mi Señor, y páguese los derechos. El día de mi muerte, si fuera ora, y si no otro siguiente, se diga por mi alma misa cantada de cuerpo presente, en la forma que se acostumbra con los demás relixiosos. Y en quanto al acompañamiento de mi entierro, onrras, novenario y demás osequias y misas de alma y rreçadas que por mi alma se an de decir, lo dexo al parecer de mis albaceas o de la persona que lixítimamente le tocare esta disposición.”
Esa noche del domingo recibió el viático y la extremaunción. El lunes 27, a las cinco y cuarto de la tarde falleció sin haber articulado una palabra. El certificado de defunción constataba; “Frey Lope Félix de Vega Carpio, presbítero de la Sagrada Religión de San Juan, calle de Francos, casa propia, murió en veinte y ocho de agosto de 1635. Deja como albacea al Sr. Duque de Sessa y a su voluntad, su funeral y misas.”
Las sucesivas investigaciones acerca de la causa de la muerte de Lope se inician con el relato del autor de su primera biografía, Juan Pérez de Montalbán, el cual alude a que “era tanta la congoja que le afligía, que el corazón no le cabía en el cuerpo. […] Había de morir Lope muy presto, y su corazón que profeta, lo adivinaba, enviábale los suspiros adelantados, porque tuviese los desengaños prevenidos”. Ahora bien, una revisión hecha a las cartas de Lope permite llegar, según los investigadores, en especial Rico-Avelló, a la conclusión de que una probable endocarditis infecciosa padecida por el poeta, pudo ser consecuencia de una bacteriemia con origen dental. La complicación más importante de la endocarditis es la insuficiencia cardíaca, la cual puede llegar a causar la muerte, como, según los indicios, le acaeció a Lope de Vega.
El entierro tuvo lugar el día 28, martes, a las once de la mañana. El cortejo arrancó por la calle en ligera cuesta para tomar la calle de san Agustín, para ser contemplado desde las celosías y rejas del convento de clausura de las Trinitarias Descalzas, donde profesaba como monja su hija, Sor Marcela de san Félix. Ella debió ver a su padre desde alguna ventana, como cabe suponer las restantes monjas, las cuales todavía no habían extraviado el cuerpo de Cervantes. El destino de la comitiva era el cementerio de la iglesia de san Sebastián, adonde fue trasportado el féretro por miembros de la Venerable Congregación de los Sacerdotes de Madrid. Montalbán lo describió así: “Las calles estaban tan pobladas de gente, que casi se embarazaba el paso al entierro, sin haber balcón ocioso, ventana desocupada, ni coche vacío. En medio, el Señor Duque de Sessa, y otros grandes señores, títulos y caballeros. Llegaron a la iglesia, recibioles la Capilla Real con música, díxose la Misa con mucha solemnidad, y por último responso. Viéndole quitar del túmulo para llevarle a la bóveda, clamó la gente con gemidos afectuosos. Depositose en el tercer nicho por orden del Señor Duque de Sessa, con permisión del doctor Baltasar Carrillo de Aguilera, cura propio de la parroquia de San Sebastián…”
Varias eran las capillas que tenían criptas o nichos. Según los derechos y categorías se distribuían los personajes, dando preferencia a quienes formaban parte de cofradías o congregaciones religiosas. El duque de Sessa fue quién se comprometió al pago anual del depósito que ascendía a 400 reales. Allí, bajo el altar mayor, quedaron los restos del Fénix de los ingenios a la espera del mausoleo que tenía previsto levantar el duque en Baena.
Sin embargo, el duque de Sessa solamente abonó la primera anualidad, sin que ni él ni los familiares de Lope pagaran nunca más. Por lo tanto, Lope corría el riesgo de ir al osario, en el que acabaría finalmente y que es causa más que probable de su extravío, acrecentado previsiblemente por rencores, censuras y envidias hacia quien, siendo sacerdote, llevó una vida licenciosa. No hay que olvidar que en mayo de 1614 se había hecho sacerdote. Fueron cinco los años de espera, atendido el prestigio y renombre de Lope, sin que en 1642 se hubiese decidido proceder a la monda del cadáver. Seguramente dado el halo del personaje esperaban los monjes que alguien abonase el depósito e incluso amenazaron con que “se sacarán los huesos del susodicho y se pondrán en la bóveda con los demás que generalmente se echan en ella”. Efectivamente, en 1660 Lope fue sacado de su nicho y arrojado, definitivamente, al osario común. Algún autor, como Mesonero Romanos, menciona que Lope fue arrojado al osario hacia 1805, pero no al del templo, bajo el coro o en las mismas criptas, sino en el que había en el pequeño cementerio en las afueras de la parroquia, es decir, en la calle Huerta, hoy convertido en vivero de plantas y flores, bajo el nombre de “El Jardín del Ángel”.
Sea cual sea el hecho en sí, lo cierto es que ni de Lope ni de Cervantes, los insignes genios de nuestra literatura, se tiene noticia de dónde reposan. Aunque ello no es obstáculo para que el buen pueblo español siga teniendo en su recuerdo el excelso trabajo de dos compatriotas que elevaron con su pluma el castellano al más excelso de los altares del arte literario.
Francisco Gilet.
Américo Castro y Hugo A. Rennert, Vida de Lope de Vega: (1562-1635)
Dámaso Alonso, En torno a Lope.