El descubrimiento y conquista de las Indias, se convirtió inicialmente en un foco de leyendas y mitos que atraían a los conquistadores, aventureros y buscadores de tesoros ansiosos de convertir en realidad tales fábulas. Así El Dorado, una ciudad construida enteramente de oro, fue causa de la traición de Francisco de Orellana a Guillermo Pizarro, el hermano más pendenciero del conquistador del Perú, Francisco. Alcanzar dicha quimérica ciudad era tanto como llegar a un ilusorio “país de la Canela”, anhelado ya en tiempos de Colón.
Orellana, por allá 1541, en la búsqueda de dicho país, ahíto de hambre y consciente del fracaso de la expedición, hizo oferta al dicho Guillermo Pizarro de continuar viaje con un bergantín a fin de obtener alimentos y luego regresar. Con medio centenar de hombres emprendió su aventura personal, con la ya tomada decisión de no regresar en su aspiración de alcanzar ese El Dorado. Cuando Pizarro se apercibió de su traición, Orellana ya estaba en pleno corazón de lo que se conocería como el Amazonas. Orellana no encontraba ni encontró esa ciudad dorada, sin embargo, sí dio con un grupo de fieras amazonas que, cumpliendo con las características de esta figura de la mitología griega, atacaron con furia a sus hombres.
Esas mujeres llamadas amazonas ya había llegado su posible existencia a oído de Colón, cuando le mencionaron que había una isla solamente habitada por mujeres, «lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a los Reyes cinco o seis de ellas”. Fue Antonio Pigafetta quién, regresado felizmente de la primera circunnavegación, habló de una isla «Occoloro», en las cercanías de Java Mayor, en donde solamente vivían mujeres. Hernán Cortés, siempre tan epistolar con el rey Carlos, le habla en una de sus misivas de haber conocido una isla donde conviven solamente mujeres. Obviamente, alguno hubo como el capitán Nuño de Guzmán que salió en búsqueda de dicha isla, fracasando en su vano intento.
Sin embargo, llegamos a un punto en que surge un testigo que nos desvela de la existencia de esas mujeres. Según recoge Fray Gaspar de Carvajal, el bargantìn de Orellana fue atacado en su bajada por el río Amazonas por «hasta diez o doce [mujeres], que estas vimos nosotros que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos; y esta es la causa por donde los indios se defendían tantos. Estas mujeres son muy blancas y altas y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza, y son muy membrudas y andaban desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos». El enfrentamiento fue brutal, sufriendo el propio fraile la pérdida de un ojo, recibiendo un flechado en una ijada, mientras seis españoles cayeron en la veloz y brutal contienda.
Esas mujeres luchaban de una forma aterradora, en palabras de los conquistadores. Por un interrogatorio a los indios, los españoles supieron que todas estas amazonas estaban bajo la mano y jurisdicción de una caudilla llamada Coñori, que junto a un grupo selecto de mujeres, vivía rodeada de oro y plata. La tierra en la que vivían era fría y con poca leña, si bien abundante de comida. El lugar estaba tan lejos como para que quien osara ir muchacho volviera viejo. Aquellas mujeres venían a cumplir con todos los requisitos que la mitología les exigía ya en la antigua Grecia. Es más, todavía podemos echar mano del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, el cual, por medio de una carta del propio Orellana dirigida al Cardenal Bembo, recoge las costumbres de las dichas mujeres;
«… en cierta parte oyeron una batalla muy reñida y los capitanes eran mujeres flecheras que estaban allí por gobernadores a las cuales nuestros españoles llamaron amazonas sin saber por qué, como V.S.R ma. mejor sabe, este nombre, según justino, se les da por falta de la teta que se quemaban aquellas que se dijeron amazonas, en lo demás no les es poco anexo el estilo de su vida pues esta viven sin sin hombres y señorean muchas provincias y gentes y en cierto tiempo del año llevan hombres a sus tierras con quien han sus ayuntamientos y después que están preñadas los echan de la tierra e si paren hijo o le matan o envían a su padre…»
Esa es toda la historia escrita sobre las mujeres nombradas como «amazonas». En su libro «Orellana, Ursúa y Lope de Aguirre: Sus hazañas novelescas por el río», Elsa Otilia Heufemann-Barría plantea que lo que vio el extremeño, aparte de la posibilidad de que fuera una tribu que simplemente armara a guerreras, pudo deberse al ansia en sí de encontrar a las amazonas que demostraban los españoles desde que pusieron pie en América, de modo «que acomodaban a sus propias convicciones los relatos de los indios, puesto que la leyenda de estas míticas guerreras estaba muy extendido entre los conquistadores».
Sea como sea, lo cierto es que Orellana dio su nombre al gran rio que había descubierto y que pronto perdió tal para ser llamado Rio de las Amazonas o Gran Rio de Amazonas, como actualmente es conocido.
Francisco Gilet