La Gran Armada, mal llamada Armada Invencible, enviada por Felipe II contra Inglaterra, fracasó, entre otros factores, por los temporales. Sin embargo, el desastre no fue como nos lo ha pintado la propaganda inglesa, ya que, al poco tiempo, se había recuperado. Poco o nada se ha hablado de la Contra Armada que, al año siguiente, mandó Inglaterra, dispuesta a asolar las costas españolas, y que se saldó con un tremendo fracaso y terribles pérdidas, muy superiores a las sufridas antes por la flota española.
Pero lo que el gran público desconoce es que hubo una segunda Armada española que intentó, más que invadir Inglaterra, restaurar la legítima dinastía inglesa. Un intento cuyo protagonista fue el Cardenal Giulio Alberoni, al servicio del nuevo monarca español Felipe V de Borbón, entronizado tras la Guerra de Sucesión, que significó el acceso de una nueva dinastía al trono español.
Se había firmado el Tratado de Utrecht, en 1713, que para España supuso la pérdida de prácticamente todos sus dominios en Europa, las posesiones italianas ― Cerdeña, Sicilia y Nápoles ―, lo que le quedaba de Flandes (más o menos la actual Bélgica, que gracias al esfuerzo español se mantuvo católica, frente a los rebeldes holandeses), Gibraltar y Menorca.
A menudo ese Tratado se invoca como el principio del fin del del Imperio español, y que España quedara relegada como potencia de segunda categoría, frente a las emergentes Inglaterra y Francia, olvidando que España aún conservaba sus inmensos territorios en América y el Pacífico ― conocido como el Mar Español ―, y que pronto recuperaría sus dominios en Italia y Menorca, no así Gibraltar que hasta el día de hoy sigue siendo la última colonia en Europa de un supuesto aliado de nuestro país.
Precisamente el objetivo inmediato del nuevo rey Felipe V y de su valido el Cardenal Giulio Alberoni fue restaurar el poder perdido por España en Europa. El Cardenal arrancó con éxito su estrategia, consiguiendo tan pronto como en 1717 recuperar las islas de Cerdeña y Sicilia.
Animado por estos tempranos éxitos, Alberoni pone sus miras en Gran Bretaña, ideando en 1719 un plan dirigido a invadir aquellas islas, con el fin de restaurar al legítimo soberano que debía regir sus destinos. El plan preveía enviar a 300 infantes de marina del Regimiento Galicia ― recuérdese que la infantería de marina española fue la primera del mundo ―, a Escocia, para en alianza con clanes de las Highlands, conquistar la ciudad de Inverness.
En realidad, se trataba de una maniobra de distracción, destinada a atraer al ejército británico al norte, ya que el verdadero objetivo se centraba en el sur. Allí, el segundo Duque de Ormonde, James Butler, al frente de 5 mil españoles, trataría de ocupar Londres.
El Duque presta su apoyo a Jacobo III Estuardo, a quien correspondía ocupar el trono, tras la muerte sin sucesión ― pese a alumbrar a 19 hijos, todos muertos ― de la reina Ana de Inglaterra. Pese a los legítimos derechos de Jacobo III Estuardo, hermano de la reina Ana y de su antecesora María II ― los tres, hijos de Jacobo II ―, se impone una nueva dinastía, ilegítima, en la persona de Jorge I de Hannover. La razón de esta decisión no es otra que la condición de católico de Jacobo III, hijo de la también católica María de Módena, frente a sus hermanas protestantes, hijas de Ana Hyde.
Precisamente fue el mismo objetivo que alumbró la Felicísima Armada un siglo antes, que intentó sentar en el trono inglés a un católico y de la misma dinastía –― 1588 ―, a María de Escocia Estuardo, en lugar de su hermanastra protestante Isabel I Tudor (la primera, legítima heredera del trono, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, repudiada por aquel, quien se casó con Ana Bolena, con quien engendró a Isabel).
El 7 de marzo de 1719, una flota integrada por 5 barcos de guerra, 22 transportes, 5.000 soldados y armas para 30.000 hombres sale de Cádiz, con el jefe de escuadra Baltasar de Guevara al frente, dirigiéndose a La Coruña, donde debía recoger al Duque de Ormonde, para a continuación emprender el desembargo en las costas del suroeste de Inglaterra. Sin embargo, aún en aguas nacionales, en el cabo de Finisterre, la escuadra es desbaratada por un fuerte temporal.
Entre tanto, quienes sí habían llegado a su destino, en Escocia, fueron 307 soldados españoles, quienes habían partido en dos fragatas desde el puerto guipuzcoano de Pasajes, al mando del coronel Nicolás de Castro Bolaño, desconocedores de que la segunda pieza del plan había sido desbaratada por los elementos y no los acompañaría en la empresa. A la fuerza se le suma el resto de la misión, con el Marqués de Tullibardine, que toma el mando de la operación, el Marqués de Seaforth, y James Keith, entre otros. Tras el desembarco en tierras escocesas y como se había previsto, los barcos regresan a su puerto de partida.
Las tropas españolas se acuartelan en el castillo de Eilean Donan, mientras los escoceses se aprestan a conquistar Inverness, según el plan, no sin antes confirmar el desembarco en el sur de Inglaterra de la segunda fuerza, que como sabemos, no llegaría a sus destino. Los ingleses no pierden el tiempo y el 9 de mayo se presentan con 5 navíos, al mando del comandante Boyle, consiguiendo conquistar el castillo, pese a la férrea defensa del apenas medio centenar de españoles. Éstos, prisioneros, serán llevados a Edimburgo.
El resto del ejército, integrado por alrededor de un millar de soldados, de los que 250 son españoles, no corre mejor suerte. Sabedores de que, finalmente, no se va a producir el segundo desembarco en el suroeste de Inglaterra, los clanes escoceses renuncian a sumarse a la sublevación.
El general Wightman presenta batalla a los españoles, dirigidos por el coronel Bolaño, el 10 de junio, en Glenshiel. Los españoles resisten heroicamente toda la noche, pero son abandonados por los highlanders y los jacobitas, con lo cual, al límite de sus fuerzas, deben rendirse. Tras una breve prisión en Invernéss y Edimburgo, serán finalmente repatriados a España.
El fracaso de este plan, sumado a la derrota española, poco después, en la Guerra de la Cuádruple Alianza, que integra a las principales potencias europeas de entonces, Inglaterra, Francia, Países Bajos y Sacro Imperio ― sólo así consiguen doblegar al supuestamente “decadente” Imperio español, que, sin embargo, consigue mantener su poder anterior al conflicto ―, condena al Cardenal Alberoni al exilio.
En su tierra natal, Italia, aún habría de prestar grandes servicios a los Papas Clemente XI e Inocencio XIII, quienes le tenían gran confianza y, en su condición de cardenal, participaría en tres conclaves, en uno de los cuales, incluso llegó a ser “papable”. Además, mandó las tropas pontificias en la conquista de San Marino, en 1739. Terminaría sus días dirigiendo un hospital de leprosos, que luego sería escuela para niños, en Piacenza.
Jesús Caraballo