Narración creada y enviada por José Eugenio Borao Mateo
El historiador filipino Danilo Madrid Gerona, comentando un pasaje de Pigafetta en el que Magallanes le dice al rey de Cebú que adorando la cruz no debe temer a las fuerzas de la naturaleza, señala en su popular libro sobre Magallanes: “El cristianismo, como cualquier otra mercancía, puede ofrecerse a cambio de uno de los más preciados productos, la sumisión colonial” (p. 284). Ante esta afirmación nos hacemos las siguientes preguntas: ¿estuvo en la mente de Carlos I, o en la de Magallanes, utilizar el cristianismo como producto de trueque colonial, o como arma de sumisión? ¿Era la expansión del cristianismo uno de los motores de la expedición de Magallanes?
Vamos a intentar responder estas preguntas siguiendo la principal fuente del viaje, la crónica de Antonio Pigafetta, aunque antes necesitaremos repasar las instrucciones dadas por Carlos I a Magallanes el 8 de mayo de 1519. En estas 71 instrucciones (recogidas en la monumental obra de Martín Fernández Navarrete) reina el espíritu religioso del siglo XVI, en cuanto se espera que todo se haga “placiendo a Dios”, de modo que “sea de vos tratada toda la gente bien amorosamente”. Que “estos tengan libertad de escribir acá todo lo que quisieren”; que si “algún rey o señor… principal de la tierra quisiere venir, vos os encomendamos que sea muy bien tratada”; “has de evitar llevar con vos gente que conocidamente tenga costumbre de renegar”, etc., pero, y es lo más sorprendente, en ningún momento se le da orden expresa de evangelizar. Por el contrario, la instrucción 27 supone que la cristianización nacerá sola, con solo tratar a los nativos con regalos y adecuadamente: “porque con dádivas muchas veces habemos visto en las Indias, ganar las voluntades de la gente e de la tierra, más que por fuerza de las armas… E lo principal que vos encomendamos que cualquier cosa que con los indios contratares se les mantenga é guarde toda verdad, é por vos no sea quebrado… é no habeis de consentir en ninguna manera que se les haga mal ni daño… é por esta via vedran antes á tener amistad, é al conoscimiento de Dios, é de nostra santa Fé católica, é mas se gana en convertir ciento por esta manera que mil por otra”. Magallanes era consciente de ese deseo del Rey, aunque lo puso en práctica a su manera.
El contexto religioso de la expedición
Prácticamente todos los marineros venían de España, Portugal o Italia, y otros de Flandes o Francia, por tanto se supone que eran católicos, naturalmente con diversos grados de práctica religiosa. La expedición sale en el contexto de las reformas del Cardenal Cisneros, en las que se buscaba una mayor disciplina por parte del clero y la práctica religiosa de los laicos. Quizás estas medidas llevaron a la instrucción 66 en la que se decía: “Ocho días antes de que se haya de pagar el sueldo habeis de notificar que á ninguna persona no se le pague sueldo, ni será recibido sino traen albalaes de como están confesados e comulgados”.
De hecho en la expedición van 3 sacerdotes, Pedro de Valderrama, Bernardo Calmeta y Pedro Sánchez de la Reina. Antes de cruzar el Estrecho de Magallanes ya solo quedará uno, pues Sánchez de la Reina, junto con el veedor de la expedición, fueron abandonados en San Julián, por participar en un motín (aunque ningún cronista explicara su implicación) y Calmeta debió de volver con la San Antonio, cuando esta desertó antes de pasar el estrecho. Es decir, que Valderrama fue el único capellán para los 170 marineros que entraron en el Pacífico, ahora solo con tres naos.
Así pues, el espíritu religioso de inicios del quinientos era natural a la expedición. Por ejemplo, se ejecuta a un sodomita por el pecado nefando, y aunque Pigafetta no recoja este hecho, sí cuenta, no obstante, diversas acciones con contenido religioso y misional, sin que quede claro de quién partía la iniciativa. Así, antes de cruzar el estrecho se entra en relación con los patagones, y a uno que llamaron Juan, se le bautizó. Se supone que querían llevarlo consigo pues de lo contrario no se entiende esa acción, pero Juan desapareció y ya no se supo más de él. En realidad, ya no habrá más bautismos aislados, pues los navegantes también aprendían. Se siguen poniendo nombres cristianos a los lugares que se van conociendo, como el citado puerto de San Julián, o el cabo de las Once mil vírgenes (en referencia a Santa Úrsula).
La misión de Cebú
Al entrar en el archipiélago filipino, Magallanes barrunta que está en una tierra de promisión, también religiosa. Tras más de una semana en Filipinas se celebra una primera misa solemne en la segunda de las islas en las que se detienen, Massana, cuyo rey participa en la ceremonia, y se coloca una cruz en un monte no lejano. Creemos que en Magallanes se desarrolla a partir de ahora un espíritu personal de misionero, planteándosele la primera gran oportunidad al llegar a Cebú, la primera ciudad que encuentra, en donde pone en práctica el buen trato con los indígenas, ganándolos con dadivas, no con la fuerza. Tras obtener la confianza de los reyes, Magallanes se convierte en el predicador máximo, y él en persona lleva a cabo el inicio de su instrucción católica para la conversión de la corte de Humabon, resaltando en ella su discurso sobre la piedad filial, y todo ello acompañado de los regalos de una escultura de la Virgen y de un Niño Jesús, imagen esta que enternece especialmente a la reina. Todo acaba en la conversión de la corte de Humabon y en la quema de ídolos.
Todo esto hace que Magallanes se envalentone y crea que puede ir más lejos. Reinterpreta la instrucción 27, y propone a Humabon hacerle vasallo del rey de Castilla, lo que le llevará a actuar con las armas contra aquellos que se le opongan, como Lapu-Lapu. Considerándose pletórico de fuerza, y desoyendo los consejos, se lanza a la lucha, siendo esta soberbia la que le llevó a la muerte en la batalla de Mactán contra Lapu-Lapu. Humabon, aparentemente compungido, quiso despedir al resto de expedicionarios con un banquete, que en realidad tenía otras intenciones.
Hombres pecadores
Si la moral de la expedición estaba baja, aún se hundió más tras el banquete-trampa de Humabon. Pigafetta culpó de ello a la traición del Enrique, el esclavo de Magallanes, que la había urdido tanto como venganza por no serle reconocida su libertad tras la muerte de su señor, como por ayudar a Humabon a reconciliarse con Lapu-Lapu. Pedro Martir de Anghileria señala otras razones, como que muchos cebuanos no estaban contentos con la actuación lujuriosa de algunos expedicionarios, aunque este asunto –difícil de controlar— estuviera prohibido en la instrucción 28: “é mandaremos castigar es á los que hicieren delito é acometimiento con las mujeres de la tierra; é sobre todo en ninguna manera habéis de consentir que ninguna persona toque á muger”. En dicho convite-trampa murieron los 26 que asistieron, encontrándose entre ellos el capellán que les quedaba, Valderrama.
Que la mayor parte de los embarcados, tras largas travesías, buscaran consuelo al llegar a puerto no es algo que deba solo de presumirse a tenor de la universal historia de la marinería, sino que el propio Pigafetta lo señalaba para el caso de Cebú, en donde, comentando la existencia de ampellags, o cilindros huecos en el miembro viril de los cebuanos para facilitarles el coito, declaraba ufano que “a pesar de tan extraño aparato todas sus mujeres nos preferían a sus maridos”.
La muerte de Magallanes puso al portugués Carballo al frente de la expedición, pero no era la persona más ejemplar. Años antes es Brasil había engendrado un hijo que ahora se había traído, y del que no arriesgó nada en Brunei para recuperarlo. A su vez, tras el asalto de un junco nativo se quedó con tres mujeres que allí iban y que las instaló en su habitación, en contra de la prohibición de Magallanes de no incorporar mujeres a bordo. El resto de navegantes no protestó por esa acción en sí, sino porque no hubiera un reparto. Y ya en Tidore (Molucas), ahora bajo el mando de Elcano, Pigafetta se extrañaba cínicamente de que los tidoreños se manifestasen “disgustados de vernos algunas veces bajar a tierra con las braguetas abiertas, porque se imaginaban que esto podría ofrecer algunas tentaciones a sus esposas”.
Ciertamente, la muerte de Magallanes en la mitad temporal y geográfica del viaje, cambió la actitud religiosa de la marinería. Habían perdido tanto a un líder carismático y religioso, como a su último sacerdote. Ya solo les quedaba como referencia sobrenatural la experiencia religiosa tradicional, aprendida en familia y bañada de providencialismo.
Providencialismo
Estos hombres eran estrictos en algunas cosas y tolerantes para otras, marineros de vocación muchos y buscavidas otros, se incorporaron a una aventura de la que renegarían más de una vez, pero al menos parece que todos confiaban en una protección sobrenatural, la misma que Magallanes había ofrecido a Humabon, no como mercancía de trueque, sino como don universal y gratuito. Les reconfortaba ver que la aparición del fuego de San Telmo en el palo mayor era señal de que la tempestad estaba amainando; pero sobre todo en su desesperación hacían promesas a la Virgen de peregrinar a sus ermitas si salían vivos de cada uno de los momentos difíciles. Pigafetta señala que en medio de la tempestad de Solor, se comprometieron a visitar Nuestra Señora de la Guía si salían vivos de ese trance. Pero debió de haber muchas más promesas, pues, de los 18 que llegaron en la Victoria a Sevilla el 9 de septiembre de 1522, Pigafetta dijo: “bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y la de Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia”.
Este no fue el único fruto sobrenatural de esta peregrinación de hombres pecadores, valientes y ambiciosos en busca de las especias. Es de señalar que el mismo Pigafetta, observador directo de tantas muertes, deslealtades e injusticias fue transformado por el viaje, pues sin que explique cómo, cuándo y por qué, quizás por una promesa, decidió poco después de su vuelta consagrarse a Dios en la orden militar de Rodas. Y lo que nunca jamás pudieron haber imaginado aquellos marinos, ni siquiera el propio Magallanes, es que aquella imagen del Niño Jesús ofrecida como regalo de bautismo a la reina de Cebú se preservara hasta nuestros días, convirtiéndose en el principal icono religioso filipino, que concentra anualmente a millones de creyentes.