Narración creada por Diego, primaria
Enviada por Prof. Fátima Hernández
Colegio Buen Pastor
Hola amigos, mi nombre es Diego Carmena, y os quiero contar un viaje que hice hace mucho tiempo, tanto que ya casi que ni me acuerdo.
Todo empezó cuando un buen amigo mío, Fernando de Magallanes, tuvo una gran idea: llegar a las conocidísimas Islas de las Especias, también llamadas islas Molucas por una ruta diferente a la habitual, viajando hacia el oeste. Mi amigo Magallanes, creía que podría llegar mucho más rápido viajando en esa dirección, alrededor de la punta de América del Sur, a través del recién descubierto Océano Pacífico.
Magallanes fue a ver al rey de Portugal Manuel I, el cual, rechazó su idea. Eso no detuvo a Magallanes, que fue entonces a ofrecerle sus servicios al rey de España: Carlos I de España y V del Sacro Imperio romano. Aunque muchos nobles españoles recelaban de una expedición bajo el mando de un comandante portugués, el emperador Carlos V aceptó la propuesta de Magallanes.
El 20 de septiembre de 1519, una flota compuesta por cinco naves y 250 hombres, yo entre ellos, partió del puerto de Sanlúcar de Barrameda, en el sur de España, hacia el Atlántico. Al mando del buque insignia, la nao Trinidad, estaba como capitán mi amigo Magallanes. Ninguno éramos consciente que nuestro viaje cambiaría el curso de la historia, porque al final, conseguiríamos dar la vuelta al mundo.
Nuestro viaje estuvo lleno de dificultades y realmente fue una auténtica hazaña como resistimos a todas ellas. De hecho, solo dieciocho de nosotros regresamos a Sanlúcar tres años después de haber salido de ese puerto.
Tal y como os he contado, navegamos hacia la costa oeste de América del Sur para tratar de bordearla. Tras meses de búsqueda no encontrábamos un pasaje al oeste. Tuvimos que soportar un invierno brutal, teníamos que dormir en cubierta en condiciones casi de congelamiento, mientras las raciones de comida se reducían por lo que aumentaba el hambre, dando lugar a motines en las naves.
En la dura travesía en esas aguas desconocidas, uno de los barcos desertó y se escapó de regreso a España. Fue una enorme pérdida, pues se trataba de la nao San Antonio, la más grande y la que llevaba más alimentos.
Después de sobrevivir al invierno y a los muchos meses de búsqueda infructuosa, finalmente encontramos el paso al otro lado de América del Sur. El 28 de noviembre de 1520 entramos en lo que Magallanes bautizó como mare Pacificum (mar Pacífico).
En ese momento creímos que la parte más difícil del viaje ya había pasado y que solo restaba un breve crucero hasta las ricas Islas de las Especias. Pero la combinación de malos mapas, malos cálculos y el hecho de que fuimos los primeros europeos en estar en estas aguas, convirtió este ‘breve crucero’ en una pesadilla de 100 días de hambre, escorbuto y muerte.
No podíamos ni imaginar la escala del Pacífico, un océano que tiene el doble del tamaño del Atlántico y que abarca un tercio de la superficie de la Tierra.
Así pasamos los siguientes tres meses, cruzando el Pacífico en busca de tierra. Las condiciones eran horribles y el escorbuto comenzó a devastarnos. Durante tres meses y veinte días no pudimos conseguir alimentos frescos. Comíamos bizcocho, aunque ya no era bizcocho sino polvo mezclado con gusanos y lo que quedaba apestaba a orines de ratas. Bebíamos agua amarilla que llevaba podrida muchos días. También comíamos algunas pieles de buey que cubrían la parte superior del patio principal.
Cuando nos dimos cuenta del tamaño del Pacífico «nos queda claro que las Islas de las Especias no están en la esfera de influencia castellana».
Entonces decidimos viajar hacia las islas Filipinas. Cuando tocamos tierra en Filipinas y Magallanes toma contacto con los caciques y los reyes locales, ve que aquella tierra tiene recursos, oro, etc. y decide meterse en la política local de esas islas para sacar partido.
En una «pésima decisión», Magallanes inicia una política de hacer alianzas con ciertos reyes, pero el rey de la isla de Mactán se opone. Entonces, Magallanes decidió entonces invadir la isla junto con otros 40 tripulantes. La gente de Mactán se resistió violentamente y nosotros nos enfrentamos con cientos de guerreros locales.
En esta lucha, Magallanes fue asesinado y su cuerpo nunca fue recuperado. Para él, la travesía terminó en Mactán, sin completar la vuelta al mundo. Me dio mucha pena que mi amigo muriera.
El capitán español Juan Sebastián Elcano quedó como el nuevo comandante de la expedición, y fue bajo su mando que navegamos hasta el destino que ambicionaba Magallanes, las Islas de las Especias o las islas Molucas, a donde llegamos en noviembre de 1521.
En las islas cargamos a toda prisa las especias en las dos únicas naves de las que ya disponíamos y decidimos poner fin a nuestro gran viaje.
Fue una navegación totalmente épica, porque desde la isla de Timor hasta que llegamos a las islas de Cabo Verde, en el Atlántico, no tomamos tierra, y se nos enfrentamos de nuevo a los problemas de hambre, sed y cansancio, además del mal estado de la nave tras casi tres años de navegación.
Cuando llegamos a Cabo Verde, no queríamos atracar en las islas ya que estaban bajo dominio portugués. Debido a las malas condiciones nos obligan a atracar.
Planteamos una estrategia para evitar ser apresados si se enteraban que veníamos de las islas de las Especias, así que decidimos decir que era una nave perdida procedente de América. Aunque en un primer momento nos creen, los portugueses acaban por apresar a 13 de nosotros y solo 18 conseguimos escapar en la nao Victoria.
Bajo las órdenes de nuestro capitán Juan Sebastián Elcano emprendimos el viaje de vuelta a casa. Solo conseguimos llegar 18 de 250 tripulantes que partimos del puerto de Sanlúcar de Barrameda.
Además de Elcano y Pigafetta, los marineros que regresamos fuimos Juan de Acurio, Juan de Arratia, Juan de Zubileta, Juan de Santander, Vasco Gómez Gallego, Hernando de Bustamante, Miguel de Rodas, el maestre Hans, Antón Hernández Colmenero, Juan Rodríguez, Francisco Rodríguez, Martín de Yudícibus, Francisco Albo, Nicolás el Griego, Miguel Sánchez y yo Diego Carmena. Hay que decir que todos llegamos en unas condiciones absolutamente penosas.
El emperador Carlos V nos recibió a algunos de los supervivientes y concedió a Elcano una renta anual y un escudo de armas con un globo terráqueo y la leyenda: Primus circumdedisti me (El primero que me circunnavegó).
El capitán regresó más tarde a otra expedición al Pacífico, donde murió en 1526.